Por Francisco Cafiero
Todo 17 de octubre interpela a los peronistas a pensarnos como movimiento y a volver a la fuente que representan el pueblo y la plaza.
Es nuestra fecha fundacional, nuestro génesis, nuestro mito de origen, y nuestro Día de la Lealtad. Pero es, sobre todas las cosas, el momento trascendental de la historia Argentina donde el pueblo selló un vínculo indisoluble con la política a través de la conducción del coronel Perón.
Tal como señala Mariano Plotkin (El día que se inventó el peronismo: la construcción del 17 de octubre, Ed. Sudamericana, 2007) en su investigación sobre el 17 de octubre, no hay coincidencias sobre el número de personas que participaron de aquella jornada: algunos hablan de 120 mil personas y otros se animan a decir que fueron cerca de 500 mil las almas que hasta bien entrada la noche esperaron por Perón. Las diferencias son una muestra más de las múltiples miradas que se produjeron frente a un hecho conmocionante.
Mi abuelo Antonio recuerda en su último libro:
“A eso de las doce y media comencé a presenciar un espectáculo imprevisto. Llegaron primero los empleados de las oficinas, las chicas que dejaban el trabajo en los talleres y marchaban tomadas de los brazos. De pronto, racimos de muchachos con el torso desnudo y las camisas abiertas que por primera vez se los veía aparecer en el centro, cruzaban corriendo la plaza a los gritos de «¡Viva Perón!». No se atacaba a nadie. No había insultos. No se rompían vidrieras” (Antonio Cafiero, Militancia sin tiempo, Ed. Planeta, 2011).
El genio de Perón consistió en ver lo que todos, desde la izquierda comunista hasta la derecha conservadora, negaban: los tiempos políticos habían cambiando irreversiblemente, y los actores también. La Plaza de Mayo se desplegaba como espacio público de una manera diferente. Como un espacio capaz de amalgamar la heterogeneidad de un pueblo unido que pedía ser reconocido y escuchado. Roberto Doberti (“Peronismo y espacio público”, en Revista Reseñas y Debates Nº 58) dice que fue en aquel acto fundacional cuando el Espacio Oficial de la oligarquía se convirtió en el Espacio Popular de la comunidad. El peronismo, a partir de allí, modificó radicalmente la cantidad de espacios públicos que garantizaron el acceso irrestricto de las masas, del pueblo. Muchas veces la experiencia totalitaria europea colaboró en la negativización de la categoría de pueblo propia de nuestro movimiento y de nuestra América Latina. Ese eurocentrismo que hasta hoy se refiere peyorativamente a los populismos es el que nunca entendió, y nunca entenderá, que sin un pueblo organizado no hay liberación posible.
Hoy celebramos 68 años de vida. Bien nos recuerda el gastado chiste de que Dios prefirió explayarse sobre la fórmula matemática que dio origen al universo antes que responder qué es el peronismo. El gran Jauretche decía que es “el hecho maldito del país burgués“. No lo sé. Quizás ocurra que el peronismo le escapa a las definiciones académicas por ser ante todo un sentimiento, una pasión, una forma de vivir la vida con otros en torno a una doctrina. Es un proyecto político y una praxis que busca realizar la justicia social, la independencia económica, la soberanía política y el respeto irrestricto a los derechos humanos. Ni más, ni menos: nunca saquemos las patas de la fuente.
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