miércoles, 16 de marzo de 2011

LOS TERREMOTOS Y EL FIN DEL MUNDO O DE ESTE MUNDO

a Cosme Beccar Varela contrapicada

Por Cosme Beccar Varela

Buenos Aires, 15 de marzo del año 2011 – 1033

La tragedia de Japón es la segunda que ocurre en torno al Océano Pacífico en un año. El 28 de Febrero del 2010 un fuertísimo terremoto asoló Chile, causando mil muertos y una destrucción material por más de 30.000 millones de dólares. Ahora, el 11 de Marzo de este año otro poderosísimo terremoto hizo temblar el Japón y provocó un gigantesco maremoto (ahora llamado "tsunami") que destruyó varias poblaciones. Los muertos todavía no se han podido contar pero son varios miles y el mar ha comenzado a arrojar cadáveres sobre las playas.

Como si eso fuera poco, las centrales de energía nuclear han sido dañadas y una de ellas está a punto de explotar y diseminar material radioactivo en una región potencialmente enorme de la isla. El gobierno japonés parece haber perdido el habla ya que casi nada se sabe oficialmente sobre la catástrofe y lo que hace para ayudar a los damnificados, es mucho pero no alcanza, ya que los refugiados son cientos de miles, los alimentos faltan, no hay energía eléctrica en vastas zonas del país y los temblores continúan, manteniendo un clima de terror entre los habitantes.

Ante la magnitud de este horror aún quienes vivimos a miles de kilómetros del lugar afectado sentimos una viva congoja por esa pobre gente y pedimos a Dios, por la intercesión de la Santísima Virgen, que se apiade de los japoneses quienes, para colmo de desgracias ni siquiera son católicos sino una ínfima minoría de 450.000 (y en descenso pues son un 0,5% menos que en el 2009) sobre una población de 127.560.000. El resto son "shintoistas", una mezcla de budismo y otras creencias, esencialmente politeístas y adoran la naturaleza como sagrada. El hombre, según ellos, no es más que un elemento del Gran Todo dentro del cual le otorgan el carácter de "divinidades" a diversos seres naturales y aún a conceptos abstractos. No tienen idea de un Dios creador personal e inteligente.  

Causa dolor pensar que en medio de esta desgracia la casi totalidad de las víctimas no saben que Dios existe, ni saben que Nuestro Señor Jesucristo murió por ellos en la Cruz, que el alma es personalmente inmortal, que después de la vida terrena hay una vida perdurable y que Dios tiene preparado un Cielo para los que se salvan.  No tienen a quién rezarle pidiendo auxilio, no tienen esperanza para después de la muerte. Es tristísimo, y rezo a la Santísima Virgen para que se apiade de ellos y que se conviertan cuando antes.

San Francisco Javier, jesuita y uno de los primeros compañeros de San Ignacio, estuvo predicando dos años y medio en Japón en el siglo XVI pero no consiguió convertir sino a un puñado de habitantes, sobre todo nobles, sufriendo la fuerte oposición de los bonzos budistas y la indiferencia hostil de los príncipes.

Es aterradora la dureza de ese pueblo que se resistió a la predicación del gran santo y que fue estéril para la semilla del Evangelio.

En el siglo XX las dos ciudades con mayor densidad de católicos y mayor cantidad de colegios e iglesias católicas eran Hiroshima y Nagasaki. ¡Fueron precisamente esas las que eligieron los norteamericanos para tirar sus bombas atómicas, matando a miles de japoneses, muchos de ellos bautizados! Por qué el Presidente Truman y el alto mando militar eligieron esas ciudades para cometer el horrendo crimen atómico es algo que no ha visto que haya sido investigado por los historiadores. Por mi parte, no puedo evitar la sospecha de que fueron deliberadamente elegidas por la masonería norteamericana para aplastar el catolicismo naciente en el Japón, además de apresurar el fin de la guerra.

Sigo creyendo que si hubieran tirado las bombas en el mar el gobierno japonés se hubiera rendido igualmente porque el poder atómico desconocido e inaudito hubiera quedado suficientemente claro, y no hubieran asesinado a los miles de civiles y de católicos que asesinaron arrojándolas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Si a este crimen le sumamos el Tratado de Yalta que entregó media Europa al comunismo y fortaleció el poder de la URSS, con Stalin a la cabeza y convirtiéndose así en cómplices indirectos de los millones de asesinatos cometidos por los comunistas en todos el mundo, tenemos un panorama de la política norteamericana que no puede dejarse de llamarse satánica, no muy distinta de la criminal brutalidad de los nazis y que tiñe todo el siglo XX de una negrura infernal.  

Y ahora este horror del terremoto en el este de la isla japonesa, el maremoto monstruoso que siguió y la posible explosión atómica que amenaza producirse, todo ello precedido por el terremoto también aterrador que asoló Chile poco antes.  

Las destrucciones del siglo XX fueron obra de los hombres. La destrucción con la que empieza el siglo XXI ha sido una fuerza natural desquiciada que se ha vuelto contra los hombres, sin duda alguna con la permisión divina. No quiero decir que Dios causó estos desastres a semejanza de un nuevo Diluvio, aunque no universal. Digo que Dios lo permitió, habiendo podido impedirlo, puesto que es Todopoderoso.

Tampoco digo que esto ha sido destinado específicamente a "castigar" a los japoneses y menos aún a los chilenos, porque no puede decirse que esos pueblos son peores que el resto del mundo. Ciertamente no son peores que nosotros los argentinos que nos comportamos como apóstatas de nuestra Santa Religión, como inmorales desenfrenados y como traidores a la Patria. Si es una señal de algo, debe ser tomada como dirigida a toda la humanidad.  

Sin caer en el papel de "profeta de desgracias" creo que no puede dejar de recordarse aquellas palabras de Nuestro Señor Jesucristo describiendo cómo serán las señales del fin del mundo. Ignorarlas por falso optimismo sería tan grave como pretender convertirse en intérprete de la Sagrada Escritura.  

"Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras; pero mirad, no os alarméis pues conviene que así sea, pero ello no es todavía el fin.  Se armará nación contra nación y un reino contra otro reino y habrá hambre y terremotos en varios lugares. Pero todo eso no será sino el comienzo de los dolores. En aquel tiempo seréis entregados para ser puestos en los tormentos y os darán la muerte y seréis aborrecidos de todas las gentes a causa de mi nombre. Y entonces muchos sucumbirán y se traicionarán y se odiarán mutuamente. Y aparecerá un gran número de falsos profetas que pervertirán a mucha gente. Y por la inundación de los vicios se enfriará la caridad de muchos, Más el que perseverare hasta el fin, ése se salvará. Entretanto se predicará este evangelio en el todo el mundo en testimonio para todas las naciones y entonces vendrá el fin. Según esto, cuando veréis que está establecida en el lugar santo la abominación desoladora que predijo el profeta Daniel, quien lea esto nótelo bien....Porque será terrible la tribulación entonces, que no la hubo semejante desde el principio del mundo hasta ahora ni la habrá jamás. Y a no acortarse esos días, ninguno se salvaría; más abreviarse han por amor de los escogidos" (San Mateo 24, 6 a 15; 21 y 22).

Muchos católicos creen que estas palabras se deben oír pero no prestarles atención porque es algo tan lejano y misterioso que sería impiedad pretender que son aplicables a algún tempo. Los progresistas, en especial, empeñados en "canonizar" el mundo moderno "aggiornando" a la Iglesia de acuerdo a sus modas y costumbres, se espeluznan de sólo oírlo. Pero una de dos: o Nuestro Señor Jesucristo habló en vano y frívolamente sobre un futurible improbable o bien quiso alertarnos para cuando alguna vez la Historia muestre señales de esa especie para que nos preparemos para el fin.

Ese fin puede tardar porque para Dios un siglo es como un día, pero la naturaleza del signo no puede ser equívoca porque Dios no engaña ni puede ser engañado, aunque no pueda saberse cuánto tiempo pasará entre los signos y el fin.

En todo caso, no puede evitarse la comparación de los acontecimientos descriptos por el Divino Redentor y los que estamos presenciando y los que  sabemos que ocurrieron en el siglo XX.  

Aún hoy, la exacerbación de los mahometanos, no sólo en su conducta como terroristas enloquecidos sino también en las recientes rebeliones contra sus "califas", la pertinacia de los judíos en negar a Cristo y en sostener la insostenible situación que crearon en Medio Oriente, más el triunfo de la herejía modernista en casi todos los sectores del alto clero, son otros tantos signos que, sumados a los dos terremotos (que son lo que más impresiona en el noticiero, aunque no sea lo más grave), todo eso, nos permite sospechar que nos acercamos al fin del mundo o al fin de este mundo moderno. No para mañana, ni para  pasado mañana, ni para alguna fecha en particular, pero que estamos ahí, no creo que pueda negarse.

Cosme Beccar Varela

Nota: Lea el "Correo del Lector" que tiene cartas y textos interesantes marcando www.labotellaalmar.com

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