miércoles, 12 de octubre de 2011

DISCURSO ESCOLAR POR EL 12 DE OCTUBRE


Por Pablo Grossi

Estimadas autoridades, queridos colegas, alumnos, padres:

            Un nuevo 12 de octubre nos encuentra reunidos en nuestro querido colegio para reflexionar acerca de los orígenes de nuestra patria. Precisamente sobre dos puntos quiero detenerme hoy: por un lado, la recuperación de la institución educativa como espacio para la contemplación y la reflexión; y por otro lado, en inmediata relación con el punto anterior, el valor del 12 de octubre como antecedente remoto de los orígenes de nuestra Patria.

No es azaroso que una reflexión de esta índole, una reflexión sobre el 12 de octubre, sea llevada a cabo en la escuela. Bien podría desarrollarse también en cualquier otro sitio: en la mesa familiar, en una reunión con amigos, en un sermón parroquial, etc. Pero en el ámbito educativo, la reflexión sobre los hechos trascendentes cobra una significación particular, ya que la escuela es (o debería ser) el ámbito por excelencia para la contemplación y la reflexión sobre la realidad. En efecto, la palabra escuela – sjolé en griego, schola en latín – fue empleada en la antigüedad clásica y en el Medioevo para hacer referencia al sitio reservado para la observación del orden dado en el universo. Los pensadores clásicos, tan sabios ellos, ponderaban enormemente el tiempo y el espacio dedicado a meditar y a contemplar la realidad. Pues la contemplación nos conduce a una mayor comprensión del mundo que nos rodea, y más importante aún, la contemplación del mundo nos remite a la idea del Creador del mismo. Y el tiempo que los antiguos y medievales destinaban a la contemplación lo llamaban ocio. Tan distinto era aquel ocio contemplativo a lo que hoy la sociedad llama ocio. En la época antigua, el que se dedicaba al ocio era alguien que dejaba ingresar en su alma la esencia de las cosas. En cambio, hoy el que se dedica al ocio es alguien que no hace nada, es un vago. En el ocio clásico, el ocio de antes, uno se abría a la totalidad de lo real, al mundo natural. En el ocio actual, uno se cierra a la realidad para abrirse al ficticio mundo de la pantalla de la  televisión o al mundo virtual de la computadora. El ocio clásico alimenta las mejores virtudes como la paciencia, la piedad y sobre todo la caridad, pues a mayor conocimiento del mundo creado, mayor conocimiento de su Creador, y a sí mismo, cuanto más lo conozcamos al Creador, más lo amaremos. Contrariamente el ocio actual suele abrir la puerta para toda clase de vicios, comenzando por la pereza. Vemos entonces que ambos sentidos de la palabra ocio no sólo son distintos, sino que son totalmente contrarios. El mundo de hoy ya no tiene tiempo para la reflexión, para la meditación, para la contemplación. Pareciera ser que lo más importante es la acción, el ruido, el movimiento vertiginoso, la construcción y destrucción, el cambio. No importa que el cambio sea  bueno o malo, lo que cuenta es el cambio por el cambio mismo. Estas son las reglas del juego de la sociedad de hoy. Y esto es lo que, padres y docentes, debemos combatir sin descanso a la hora de educar a nuestros chicos. Es urgente recuperar, dentro y fuera de la escuela, espacios para la soledad y el silencio. Para la contemplación y la reflexión sobre lo contemplado. A la sociedad de hoy le resulta insoportable el silencio. El silencio da lugar al examen de conciencia y al encuentro con Dios. La sociedad de hoy es teofóbica, rechaza a Dios, y por eso, ingenuamente cree que puede huir de Él, refugiándose en el ruido y el movimiento. Insisto: recuperemos, en la escuela y en nuestros hogares, espacios para el silencio y la meditación. Apaguemos un momento la maldita caja boba, y tengamos por un rato la dicha de compartir una cena en silencio con nuestros hijos. Apartemos por un instante la vista de la pantalla y enfoquemos nuestras miradas en los ojos de nuestros chicos. Muchas veces nos quejamos porque no los entendemos, porque son muy distintos a nosotros, porque se mantienen distantes. Pero.. ¿Hemos hecho realmente el intento por comprenderlos? ¿Hemos tenido nosotros la iniciativa del encuentro? ¿Hemos preguntado una y otra vez “¿estás bien?”, “¿te está pasando algo?”, “¿te puedo ayudar?”. Insisto: el obrar de esta manera requiere el enorme esfuerzo de darle la espalda a la cosmovisión que el mundo moderno, mundo activista e individualista, nos ofrece y recuperar el valor de la contemplación, para crecer nosotros y para ayudar a crecer a los chicos.

            Ahora bien, alguien podría decir en este mismo momento: Es verdad lo que el profe dice, hay que “bajar un par de cambios” del trajín diario, apagar la televisión, recuperar los espacios de silencio, la soledad contemplativa, el ocio en su sentido clásico y la reflexión… pero… ¿qué tiene que ver todo esto con la fecha que hoy recordamos? Tiene muchísimo que ver, por dos motivos: en primer lugar, porque, paradójicamente, el espíritu que movió a los grandes protagonistas de la Evangelización de América fue ese mismo espíritu contemplativo que proponemos recuperar hoy. Incansablemente decimos a nuestros alumnos que uno de los motivos por los cuales damos tanto valor al estudio de la historia es porque queremos promover la imitación de los grandes arquetipos del pasado. Y justamente entre los primeros españoles encontramos modelos de personas contemplativas a imitar. Se podría objetar que faltó en medio de la colonización de América la fundación de más monasterios de clausura. Es cierto, pero es otro capítulo de la historia de la evangelización. Pese a ello, los grandes misioneros jesuitas y franciscanos que arribaron a este suelo hace 500 años sabían mejor que nosotros lo que era la vida contemplativa. Yo rescato para la presente reflexión la actitud de ellos, como modelo a imitar. Contemplar antes de salir a actuar, esa es la clave. Cuando dejamos de contemplar, de meditar sobre la realidad, nos acostumbramos a repetir de manera irreflexiva todo lo que se nos propone. Por eso mismo, y en segundo lugar, podemos relacionar lo recientemente dicho a cerca de la contemplación con la fecha conmemorada hoy, puesto que los mismos principios que llevaron a abandonar la primacía de la contemplación son los mismos que hoy dan lugar a todo tipo de disparates dichos sobre el Descubrimiento de América.

            No es ninguna novedad que la fecha que hoy recordamos goza de una inmerecida mala fama. Los mentores de esta mala prensa que se le ha dado a la Evangelización del territorio americano son los mismos que gestaron el cambio de paradigma: los protestantes, los liberales, y posteriormente los marxistas. Y del mismo modo en que se ha cambiado el sentido de la palabra ocio, se han modificado los significados de otras tantas palabras: a la historia por ejemplo, ya no se la considera como el plan de Dios, sino como el devenir dialéctico motorizado por la lucha de clases según la visión marxista, o bien, es la concreción gradual del progreso indefinido hasta lograr el paraíso en la tierra, según los tecnócratas liberales. Dentro de estos parámetros, es menester reescribir la historia permanentemente. Si nos detenemos a observar con atención, veremos que los mismos anti-hispánicos han ido alterando los matices de sus discursos reiteradas veces en las últimas décadas. Volvemos a ver pues la noción del cambio permanente y vertiginoso y la falta de reflexión. Nuestra reacción frente a esto tiene que ser firme. Tenemos que rechazar las llamadas “leyendas negras”, gestadas en los albores de la modernidad por los antiguos enemigos de la Iglesia, y recicladas en las últimas décadas por la izquierda indigenista. Ya decía el Papa León XIII que La primera ley de la historia consiste en no atreverse a mentir; la segunda, en no temer decir la verdad.  Por eso mismo, no tenemos que caer tampoco en el error contrario, escribiendo una suerte de “leyenda blanca”, según la cual en el Descubrimiento de América todo ocurrió angelical y santamente. No. La colonización de América fue un hecho planeado por Dios pero ejecutado por seres humanos pecadores. En el hecho participaron miles y miles de hombres durante varios siglos. Es lógico suponer que entre tanta cantidad de personas encontraremos hombres buenos y hombres malos. Pero si tenemos que hacer un balance general de lo ocurrido, decimos sin titubear que el mismo, fue muy positivo. El espíritu de cristiandad que la alguna vez gloriosa, pero ya decadente edad media perdió en el siglo XIV fue rescatado en buena parte por las incipientes naciones hispano-americanas. Muchos de los colonizadores españoles, a diferencia de los ingleses, trabajaron arduamente por mejorar la calidad de vida de los nativos de América. Y no existe leyenda negra capaz de borrar las evidencias históricas del trabajo que realizaron los jesuitas, entregando sus fuerzas y muchas veces su propia sangre. Así mismo, basta recorrer los países de América latina para observar que la mayor parte de los habitantes del subcontinente son descendientes de nativos. No sucede lo mismo cuando visitamos EE.UU, Canadá o Australia. Los mentores de las leyendas negras anti-hispánicas no fueron capaces de mezclarse con sus colonizados ni de convertirlos a su credo hereje. No tienen un Juan Diego o Negrito Manuel de Luján. Al respecto decía el Padre Alberto Ezcurra: “Por eso los EE.UU son hoy un país puramente blanco, con algunos indios que los tienen allí como una curiosidad folklórica, encerrados todavía en sus reservas, mientras que esta América es como decía Rubén Darío: “Esta América nuestra que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y habla en Español”. Es esa América que está expresada en la Virgen morena de Guadalupe, la cual, a los pocos años de la Conquista, aparece al indio Juan Diego y lleva sus rasgos, ese retrato de la Madre de Dios”. Nuestra patria nació católica, y recibió su fe, por designio divino, de su Madre España. El Doctor Caturelli nos recuerda que el Descubrimiento de América fue un redescubrimiento del carácter misional de nuestra fe católica. Gracias al encuentro del Nuevo Mundo, la cristiandad asume mayor conciencia de la unidad de la especie humana bajo la paternidad divina. Y sobre este mismo tema, el Doctor Caponnetto insiste en que todos los países americanos tenemos un vínculo fraterno especial, no por la filiación naturalista o pagana, según sugieren liberales e indigenistas respectivamente, sino por ser todos hijos de España. Hijos de España y de Dios, este es el verdadero espíritu que hermana a los pueblos hispanoamericanos. Pidamos especialmente hoy a la Virgen del Pilar por nuestra patria y solicitemos la gracia de poder recuperar las virtudes de los mejores conquistadores españoles, en especial, el gusto por la contemplación, para que podamos ser cada día, nosotros, mejores educadores y mejores padres, ustedes chicos, mejores alumnos, y todos juntos mejores cristianos.

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