Por Antonio Caponnetto
EL
GENERAL RATTENBACH
El
pasado 13 de febrero hicimos circular una nota titulada La fregona de
Buckingham. Hacíamos referencia en la misma a la
gravísima significación que posee el hecho de que, para Cristina Kirchner, el
General Benjamín Rattenbach debe ser tenido como un “orgullo de los argentinos
y un verdadero hijo del ejército sanmartiniano”.
Así
se expresó pública y oficialmente desde la Casa de Gobierno, el 7 de febrero del
corriente, en el acto de firma del Decreto de Desclasificación del Informe Rattenbach,
con la presencia estelar del hijo del homenajeado,también militar.
Esa
gravísima significación a la que aludimos se debe, por un lado, al hecho de que
Rattenbach ha manifestado en toda su carrera una ideología precisamente
contraria y opuesta a la de alguien que debería ser objeto de orgullo, porque
es la ideología de los enemigos de Dios, de la Patria y de las Fuerzas Armadas.
Por otro lado,y consecuente con esta cosmovisión, el aludido general fue uno de
los artífices de la deshonrosa desmalvinización comenzada en tiempos del
Proceso, con la anuencia de cierta cúpula castrense y dialécticamente en contra
de aquellos jefes que alentaron la guerra justa, o anhelaron al menos un final
no signado por la rendición incondicional.
Envuelta
en las exasperantes contradicciones y sinuosidades propias del peronismo,
Cristina Kirchner ha decidido montar su show malvinero rindiéndole tributo a un
personaje siniestro.
Sobre
este personaje pronunció palabras clarividentes y veraces Jordán Bruno Genta, hace
más de treinta y cinco años. Nos place reproducirlas ahora, para aprovechamiento
de los argentinos de bien. Aparecieron en el períodico Combate,
Buenos Aires, edición del 18 de julio de 1966, página 3, bajo el título Sociología
Antimilitar en el Colegio Militar.
Antonio
Caponnetto
SOCIOLOGÍA ANTIMILITAR
EN EL COLEGIO MILITAR
Por Jordán Bruno Genta
La Sociología y Psicología son dos
carreras universitarias que están de moda. Sociólogos y psicólogos se producen
en serie y se introducen de inmediato en todas partes para conducir a las almas
y orientar la convivencia.
Ambas disciplinas se encaran desde un
punto de vista empírico, positivista, experimental, como ciencia de
fenómenos; esto es, sin consideración alguna de la naturaleza del hombre y del fin
de su existencia. Se prescinde pues de la Religión y de la Metafísica, de todo
juicio de valor y de fin, como si se tratara del estudio de los fenómenos
físicos.
Claro está que dicha pretendida
neutralidad religiosa y moral en aras de la objetividad científica, no excluye
realmente ni el supuesto religioso ni el metafísico. Por el contrario, es parte
de la irreligiosidad y de una pseudometafísica materialista; se niega la
presencia de lo religioso y de lo metafísico en los fenómenos sociales tanto como
en los fenómenos psíquicos.
El Gral. Benjamín Rattenbach se ha
ajustado a este criterio empírico y positivista al redactar un manual titulado El
sector militar de la sociedad, que se usa oficialmente en el
Colegio Militar de la Nación.
No puede ser más pobre, ni más vulgar,
ni más desmoralizadora la idea que pueden formarse de la institución militar,
los futuros oficiales a través de las páginas de este libro. El autor decribe
las características comunes de las Fuerzas Militares con la misma indiferencia
de un botánico al describir y clasificar las raíces, tallos u hojas. De ahí su
aclaración inicial sobre el criterio científico que sigue en su estudio: la
sociología “es una de las ciencias sociales que busca mediante
procedimientos empíricos el conociminto de la sociedad humana. Se puede decir
que la sociología militar, es una ciencia social empírica que persigue sólo el
conocimiento” (p. 24).
Lo que no dice el Gral. Rattenbach es
qué clase de conocimiento y qué valor tiene para el futuro oficial. No dice que
se trata de un conocimiento superficial, superfluo y de valor negativo, porque
deja de lado la cualidad moral, el sentido interior, la característica
distintiva esencial que acusan los fenómenos sociales.Y por esta grave omisión,
el examen se limita a las características comunes, materiales y externas, que
por sí solas, hacen que se confunda un acto de coraje heroico con un asesinato
alevoso y cobarde, tal como se advierte en el capítulo VI de este increíble
manual, donde se tratan “las contradicciones morales” que afectan
al sector militar (p. 90 y ss).
Es notorio que los fenómenos sociales
de matar, espiar, engañar, atacar por la espalda a uno o a muchos semejantes,
tengan lugar en la guerra o en la paz y sean obras de militares en servicio o de
pistoleros en atracos, se parecen como una gota de agua a otra, si atendemos
únicamente como lo hace el Gral. Rattenbach a las características comunes,
superficiales, materiales y externas. Y es así como tan irrisoria comparación
se puede aventurar el insólito juicio de los pacifistas cuáqueros o
trasnochados.
“En el sector militar se enseñan y
aplican ciertos principios que, indudablemente, representan una propia,
subsiste en este campo la inversión del precepto moral civil en cuanto al
significado del homicidio y la muerte. Más aún, todavía se admira y se consagra
como héroe a aquel que logra destruir a muchos adversarios en un acto de arrojo
o de temeridad. Un proceso parecido sufre el problema del espionaje” (p. 99).
El subrayado
nos pertenece. Hemos querido destacar ese “todavía se admira y se consagra como
héroe” en la pluma de un general argentino y en la formación ética de los
cadetes que llevan, uno y otros, la réplica del corvo de San Martín.
Quiere decir
que, según el Gral. Rattenbach, llegará tiempo en que el arrojo de San Martín,
de Dorrego, de Lavalle, de Lamadrid, dejará de admirarse y de ser consagrado
como heroico.
Causa
estupor que el Colegio Militar de la Nación, se enseñe a los futuros oficiales
de nuestro Ejército que las más altas virtudes militares y guerreras están en
contradiccion con los principios morales que rigen al resto de la sociedad,
como si hubiera una moral civil y una moral militar; como si los principios
morales que rigen en el cuartel fueran bárbaros, crueles, el todo está
permitido y el fin justifica los medios, frente a los principios civilizados,
pacíficos, que mandan obrar el bien y no hacer el mal, por ejemplo, “no matar”.
El soldado
que mata en la guerra en que se juega el destino de la Patria, su Soberanía, su Honor, no lo hace porque se cree dueño de las otras vidas, ni de la propia, ni
movido por odio personal hacia el adversario, ni en procura de su propio
interés. Lo hace porque está en juego un bien que vale más que la propia vida
temporal y la de los otros, porque el Bien Común es más importante que el bien
particular, porque pertenecemos a Dios, a la Patria, a la Familia, y nos
debemos a estos principios de vida más que al cuidado de lo que en nosotros es
de la muerte; porque sin esos bienes la vida sería peor que la muerte. Hasta el
poeta pagano Horacio canta:
“Por la Ptria morir es dulce y noble.
También
la muerte al desrtor acosa,
ni
perdona a rodilla que se dobla
ni a
espalda que se vuelva temerosa”.
Y el Padre Castellani, en versos
inspirados por el gran Péguy insiste:
“Dichoso
aquel que muere por su casa y su tierra
pero sin
haber hecho dolo ni causa injusta […]
Dichoso
aquel que muere para que siga indemne
la vida
de un niñito, la gloria de un país”.
Lo que vale para morir, vale igual
para matar, porque es la vida que se hace don en uno y otro caso, es la sangre
que se derrama inocentemente por una causa justa y solemne.
¿Cómo se
puede confundir con el asesinato o con el suicidio, con el que desprecia la
vida del otro o la propia? ¿Cómo se puede confundir a un soldado que dispara su
ametralladora en defensa de su Patria, con un pistolero que dispara su
ametralladora en el atraco de un banco?
Son dos
fenómenos sociales materialmente parecidos, pero moralmente opuestos en orden
al mismo principio supremo de la moral cristiana: “Ama a Dios sobre todas
las cosas y a tu prójimo como a tí mismo”.
En
principio, el hombre debe respetar la vida de otro hombre, pero en el caso
concreto y extremo de la defensa de su Religión, de su Patria, de su casa, de su
prójimo, debe matar si es preciso. Y entonces muere y mata por amor.
No hace
falta apelar aquí a otros argumentos ante cosa tan notoria; tampoco hace falta
insistir en otros temas tratados por el Gral. Rattenbach, para poner en
evidencia el espíritu antimilitar y antisanmartiniano de su libro, así como su
pluralismo y relativismo éticos.
Es increíble
que manuales como El sector militar de la sociedad puedan ser
escritos por un general, editado por el Círculo Militar, y usados oficialmente
en la formación de los jóvenes que se preparan para morir y matar en defensa de
la Patria y del Occidente Cristiano.
Si en
cualquier época sería un contrasentido manifiesto, en la presente que se
caracteriza por la Guerra Revolucionaria, en la que domina el aspecto
doctrinario y la subversión social, resulta suicida; una contribución activa al
desarme moral de los hombres de armas.
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