Por Agustín Laje
Siendo una de las teorías más
conocidas de Marx −y de hecho sobre la que se asientan en gran medida los
presupuestos de explotación que se le adjudican al sistema capitalista−, la
plusvalía, en términos simples y concretos, refiere al trabajo no remunerado
del asalariado. El filósofo alemán se preguntaba de dónde provenían los
beneficios del empresario, concluyendo que había una porción de lo trabajado
por sus hombres (“plusvalor”) que aquél apropiaba injustamente generando una
situación de explotación.
Valga destacar que la teoría es
disparatada por lo simplista de principio a fin. En efecto, toda producción se
origina conjugando los llamados “factores de la producción” (recursos de la
naturaleza, capital y trabajo), recayendo sobre el empresario la responsabilidad
de reunirlos, combinarlos, administrarlos, innovar y arriesgar. La idea de
plusvalía pretende, al contrario, que la cantidad de trabajo es la única causa
del valor de cambio de las cosas, con lo cual, y si esto fuera así, una
empanada de barro debiera costar en el mercado lo mismo que una de carne, por
ejemplo. Pero todos sabemos que eso no es cierto, y se debe a que no sólo las
horas de trabajo determinan el precio de un producto.
No obstante esto último, cabe
reconocer que el concepto de plusvalía −en tanto apropiación de porciones del
trabajo ajeno− es paradójicamente interesante para el análisis de la Argentina
actual.
Si algo ha caracterizado a la
gestión kirchnerista desde mayo de 2003 a la fecha, eso ha sido el paulatino y
desmesurado crecimiento del Estado en desmedro de los derechos individuales de
sus ciudadanos. Desde los parasitarios planes sociales (que expropian a los que
trabajan en beneficio de quienes no lo hacen), pasando por las viandas y
servicios de divertimento y ocio “para todos” (financiados con el dinero de
quienes no los consumen), hasta los improductivos emprendimientos que el Estado
encara cuando quiere jugar a ser empresario (cuyo déficit, como el de
Aerolíneas Argentinas que pierde 2 millones de dólares diarios, lo pagamos
entre todos), constituyen algunos ejemplos ilustrativos.
Así como Marx se preguntó de
dónde provenían los ingresos del capitalista, resulta ahora interesante
preguntarse de dónde provienen mayoritariamente los ingresos del “Estado de
Bienestar”. En efecto, dado que en esta vida nada es gratis, la obesidad
estatal debe financiar tanto su ineficiencia connatural como sus políticas de
corte clientelista de alguna manera. O bien lo hace a través de un sistema
tributario que conciba al ciudadano casi como un esclavo y lo despoje en altas
proporciones del fruto de su trabajo, o bien emitiendo dinero espurio sin
sustento en bienes y servicios que provoca inflación y disminuye el valor real
del dinero de las personas, expropiándolas así indirectamente. En definitiva,
lo cierto es que de una u otra forma, el Estado obeso se financia metiendo la
mano en el bolsillo de la gente. Así de simple.
En la Argentina kirchnerista
ambos mecanismos están puestos en marcha: según diferentes investigaciones
privadas, la carga impositiva entre impuestos directos e indirectos (sin contar
la inflación), va desde el 40% hasta el 60% de los ingresos anuales de los
ciudadanos. ¿Qué quiere decir esto? Que de 365 días que tiene un año, los
argentinos trabajamos entre 146 y 219 días −dependiendo el caso− no para
nuestro propio provecho, sino por pura servidumbre. A ello deberíamos sumarle
los efectos nocivos de una inflación que va, dependiendo la fuente, desde el
9.5% en hipótesis de mínima, hasta el 30% en hipótesis de máxima. Téngase en
cuenta, por si hiciera falta aclararlo, que a quienes afecta en mayor medida la
inflación no son a las clases pudientes sino a los sectores de menores
ingresos.
A la luz de estos datos de la
realidad, es difícil no recordar la plusvalía de Marx y preguntarse en esos
mismos términos, aunque invirtiendo su idea: ¿no estamos asistiendo no a la
cacareada “explotación del hombre por el hombre”, sino a la explotación del
hombre por el Estado?
(*) Agustín Laje tiene 23 años y
es autor del libro “Los mitos setentistas”.
www.agustinlaje.com.ar
@agustinlaje
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