Por Carlos Belgrano
Amigos:
En estos tiempo, bien vale recordar una semblánza:
"Cuando ví a la viuda Capeto ascender al cadalso, la noté desastrada, su cabellado desordenado y su mirada perdida, entre los escupitajos de la gente que se había reunido ese día en la Place de la Concorde.
De pronto, antes de arrodillarse frente a la guillotina, le pidió a su confesor que intercediera ante el delegado del Comité de Salud Pública Michelle Dardant, para dirigirse a la multitud.
Éste guió su mirada hacia mí y asentí con un gesto.
Con lágrimas en sus enturbiados ojos, manchados con un desteñido y último maquillaje, intentó improvisar una petición de clemencia, que encolerizó aún más a las referentes de Las Pescaderas, que se apretujaban ante el borde del patíbulo.
Esbozó su discurso, pero la silbatina del Pueblo fue tan ensordecedora que ni siquiera pude escuchar que tenía para decir".
Dos minutos después, la cabeza de la austríaca blandía de una picota, que agitaba el verdugo". (Maximillen Robespierre- Memorias de la Conserjerie 1794).
Diría que nuestra Patria se divide en dos grupos.
El primero engloba al noventa y cinco por ciento de la población, corporizado en, los denominaré Pelotudos que no se incomodan ante nada.
Que hablan todo el día de fútbol y que se consocian hasta perder la identidad, con los que miran a Tinelli, a Susana Giménez y demás protagonistas de una calaña monocorde.
El resto, esto es un cinco por ciento, o sea unos dos millones de Argentinos, sienten alguna inquietud moralizadora, pero que al permanecer tan mimetizados con los primeros, están impedidos de tener una fisonomía propia, distintiva.
Tal desproporción desmembratoria, es la facilitadora para que Kretina se proyecte hacia su eternización.
La notoria ausencia de un vector ideológico definido en las antípodas del gobierno, es la otra parte que hace su aporte, para que este inexplicable aquelarre nos golpee de contínuo y que ello nos impida recuperar la capacidad de asombro primero y de reacción después.
Somos, sin duda, una minoría que predica en el desierto.
Pero aún así, teniéndo en cuenta que como decía Stalin "la autoridad del número" es la que finalmente gobierna, hay aspectos que son imposibles de sondear.
Como que al fin de cuentas, todos los episodios históricos en cualquier latitud, han sido diagramados por un puñado de hombres.
No estoy en posición de desentrañar la verdadera causa de nuestro inmovilismo y creo que nadie lo está.
Pero tal vez una pizca de esa verdad aún no revelada, esté anudada a la empatía que el Argentino promedio tiene respecto a la corrupción en sus distintos matices.
Como anhelar con desenfreno un puesto de "ñoqui" en el Parlamento y/o en cualquier repartición estatal.
Hundiéndo un poco más el cuchillo, encuentro cierta fascinación en el inconsciente colectivo, hacia el crecimiento económico que provee ese modo de ser.
Por ello, la inexistencia de la condena social hacia gente como los K, ó los que estuvieron antes en derredor de Menem, Duhalde y los radicales.
Precisamente porque si hay algo que aparece de manera prístina ante este pueblo de mayoría imbécil, es que el enriquecimiento ilícito de los funcionarios públicos, en realidad no constituye una conducta dolosa.
Ya que si lo fuese, el castigo judicial sería inclemente, rígido, ejemplarizador.
Como es todo lo contrario, toda vez que los jueces están en las nóminas de cualquier gobierno de turno, nada mejor para el boludo/ciudadano que bregar por incorporarse a ese selecto grupo, ya que el escenario que se presenta ante sus miopes ojos, es por demás alentador.
Sin embargo, algo flota en el aire, como una suerte de viento suave aún, similar a
LAS BRISAS DE LA IRA.
Atentamente Carlos Belgrano.-
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