Por el Dr. Bernardino Montejano
El 2 de marzo de 2011, en Pakistán, fue acribillado por 25 proyectiles Shahbaz Bhatti, Ministro de las Minorías Religiosas, único católico en el gabinete del país.
Como casi siempre sucede en la Argentina, excepto la escueta noticia y la mitad, en su parte inferior, del editorial de La Nación del 4/1/2011, los medios de comunicación social, los políticos, los comisionistas de los derechos humanos y hasta las jerarquías eclesiásticas, guardaron silencio; ningún comentario, ningún repudio, ninguna expresión de solidaridad. Pareciera que las persecuciones a los cristianos no interesan, que los modelos próximos de fortaleza y sacrificio, en lugar de ser propuestos para ejemplo e imitación, molestaran. El año pasado, en un Congreso, prometimos informar acerca de esta porción sufriente del Cuerpo Místico, cuyo dolor deberíamos compartir, como nuestro cuerpo físico sufre el dolor de uno de sus miembros. Como sólo puede quererse lo que se conoce, seguiremos dando a conocer persecuciones, injusticias, crímenes, generalmente impunes, aunque algunos se molesten.
B.M.
“Mi nombre es Shahbaz Bhatti. He nacido en una familia católica. Mi padre, docente jubilado, y mi madre, ama de casa, me han educado según los valores cristianos y las enseñanzas de la Biblia que han influido en mi infancia. Ya de pequeño era habitual ir a la iglesia y encontrar profunda inspiración en las enseñanzas, en el sacrificio y en la crucifixión de Jesús. Fue el amor de Jesús el que me indujo a ofrecer mis servicios a la Iglesia. Las espantosas condiciones en las cuales se encontraban los cristianos en Pakistán me movieron a ello. Recuerdo un viernes de Pascua cuando tenía sólo trece años: escuchaba un sermón acerca del sacrificio de Jesús por nuestra redención y por la salvación del mundo. Y pensaba corresponder a su amor dando amor a nuestros hermanos y hermanas, poniéndome al servicio de los cristianos, en especial de los pobres, de los necesitados y de los perseguidos que viven en este país islámico”.
“Me han pedido poner fin a mi batalla, pero siempre me he negado, tal vez a riesgo de mi propia vida. Mi respuesta siempre fue la misma. No quiero popularidad, no quiero posiciones de poder. Quiero sólo un puesto a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mí, y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Tal deseo es tan fuerte en mí que me consideraría privilegiado -en este mi batallador esfuerzo de ayudar a los necesitados, a los pobres, a los cristianos perseguidos de Pakistán- si Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir por Cristo y por Él quiero morir. No tengo ningún temor en este país. Muchas veces los extremistas han deseado matarme, apresarme; me han amenazado, perseguido y han aterrorizado a mi familia. Yo digo que hasta que tenga vida, hasta mi último aliento, continuaré sirviendo a Jesús y a ésta pobre, sufriente humanidad, los cristianos, los necesitados, los pobres”.
“Creo que los cristianos del mundo que han tendido la mano a los musulmanes golpeados por la tragedia del terremoto del 2005 han construido puentes de solidaridad, de amor, de comprensión, de cooperación y de tolerancia entre las dos religiones. Sin tales esfuerzos continúan estoy convencido que lograremos vencer el corazón y la mente de los extremistas. Esto producirá un cambio positivo: las gentes no se odiarán, no matarán en nombre de la religión, sino se amarán los unos a los otros, llevarán armonía, cultivarán la paz y la comprensión en esta región. Creo que los necesitados, los pobres, los huérfanos, cualquiera que sea su religión, van a ser considerados sobre todo como seres humanos. Pienso que aquellas personas son parte de mi cuerpo en Cristo, que son la parte perseguida y necesitada del cuerpo de Cristo. Si llevamos a término esta misión, entonces nos habremos ganado un puesto a los pies de Cristo y podré mirarlo sin sentir vergüenza”.
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