Plinio Corrêa de Oliveira
El caos, la nueva y peligrosa estrategia de los movimientos
revolucionarios sobrevivientes del comunismo y de otros movimientos
anticristianos de carácter religioso, fue uno de los puntos de mayor
preocupación y análisis, en los últimos años, de la fecunda vida del
eminente pensador católico y hombre de acción brasileño, Prof. Plinio Corrêa de Oliveira.
Corrêa de Oliveira se distinguió por impresionantes previsiones sobre
la realidad social, política y religiosa de Brasil y del mundo, muchas
de las cuales se fueron cumpliendo a lo largo de las décadas,
demostrando un innegable espíritu profético.
El tema del caos como instrumento revolucionario siempre estuvo presente en sus observaciones. En su obra maestra “Revolución y Contra-Revolución”
(1959) Corrêa de Oliveira afirma que “encarados superficialmente, los
acontecimientos de nuestros días parecen una maraña caótica e
inextricable, y de hecho lo son desde muchos puntos de vista”. Sin
embargo, añade, “es posible discernir resultantes, profundamente
coherentes y vigorosas, de la conjunción de tantas fuerzas desvariadas”.
En efecto, “al impulso de esas fuerzas en delirio, las naciones
occidentales van siendo gradualmente impelidas hacia un estado de cosas
que se va delineando igual en todas ellas, y diametralmente opuesto a la
Civilización Cristiana”. De donde concluye que la crisis contemporánea
“es como una reina a quien todas las fuerzas del caos sirven como
instrumentos eficientes y dóciles”.
Según señaló Plinio Corrêa de Oliveira en numerosas conferencias y en
textos como “Cuatro dedos sucios y feos” (1983), “Los dedos del caos y
los dedos de Dios” (1992), intelectuales de izquierda y hasta “teólogos
de la liberación” pasaron a ver el caos como un nuevo y eficaz
instrumento de revolución social, después de la crisis del comunismo.
Las llamadas teorías del caos, con sus aplicaciones al campo social, se
pusieron en boga. No es por casualidad que el caos está siendo
incentivado por diversos movimientos anticristianos, con raíz política y
religiosa, que actúan de manera indiscutiblemente articulada en este
mundo globalizado.
* * *
Traducimos a continuación el artículo “La inmovilidad móvil del caos” (A imobilidade móvel do caos” – 1993)
Si existe un denominador común de la vida pública y privada de tantas
naciones hoy en día, se puede decir que es el caos. Las perspectivas
caóticas parecen alimentarse a sí mismas y, cada vez más, se camina en
las vías del caos, nadie sabe bien hasta dónde.
El incierto futuro de las revoluciones en Africa
Las fuerzas enigmáticas del caos producen explosiones, erupciones,
que dan la impresión de que el mundo se va a rajar. Los optimistas,
los tontos -disculpe el lector el pleonasmo- se asustan poco, porque
piensan que todo volverá a ser como antes. Los que se tienen en cuenta
de clarividentes se alarman, creyendo que el mundo quedará “patas
arriba” en cualquier momento. Pero ellos también se equivocan, pues
“plus ça change, plus c’est la même chose” – cuanto más eso cambia, es
más lo mismo…
En efecto, el proceso caótico que todos presenciamos y padecemos, por
así decirlo, se mueve en la inmovilidad. Aquí, allí, más allá se
manifiestan desavenencias, situaciones tan tensas y críticas, que se
diría que una guerra mundial va a explotar en cualquier momento en algún
lugar. Sin embargo, en ese girar del caos las situaciones terminan
quedándose inmóviles.
Ahora, precisamente esa inmovilidad fija de la movilidad continua, de
las situaciones que no mejoran, ni empeoran, constituye el propio drama
en que, cada vez más, un número creciente de países se va hundiendo.
Es una especie de SIDA psicosocial que se difunde por el mundo
entero: esa enfermedad no mata, pero debilita todo lo que pueda haber de
sano y orgánico el interior de las naciones.
El hombre de hoy, acobardado ante de la multiplicación de las
catástrofes, ruinas morales y materiales, se pone en cuclillas
lamentando: “la regla de la vida es que las cosas se quiebren y a ella
todos tienen que sujetarse. Todo se rompe y nada tiene significado. Las
cosas ya no significan nada”.
Desde el fondo de todo ese panorama parece proyectarse el siguiente
mensaje: “Habitúate y comprende que nada tiene razón de ser. ¡La razón
humana está extinguida y nada más ocurrirá de forma razonable, nunca
más! Pero esto no te será dicho explícitamente: ¡el operar de los
acontecimientos mundiales será cada vez más absurdo e irracional. Y
todos tendrán que habituarse a la idea de que el absurdo asumió el cetro
del mundo!”
Estatua al angel caído, Parque del Retiro, Madrid
Ese parece ser el mensaje actual de los hechos: “¡Razón humana,
retírate! ¡Pensamiento humano, enmudece! Hombre, no reflexiones más, y
como un animal déjate arrastrar por los acontecimientos”…
Y, de lo más recóndito de ese abismo es dado al católico discernir
las fulguraciones engañosas, el cántico al mismo tiempo siniestro y
atrayente, emoliente y delirante de aquel ser abyecto que es como una
personificación de la ilogicidad, del absurdo, de la rebelión irracional
y llena de odio contra el Omnipotente sapientísimo: el demonio. Padre
del mal, del error y de la mentira, gime con estertores desesperados,
vociferando su eterno y nefasto grito de rebelión: “Non serviam” – ¡No
serviré!
Esas son las perspectivas sobre las cuales pueden y deben discutir
los teólogos. Los teólogos verdaderos, es claro. Es decir, los pocos
entre ellos que aún creen en la existencia del demonio y del Infierno.
Fuente: Acción Familia
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