domingo, 1 de noviembre de 2015

TRABAJO, CORPORATIVISMO Y PECADO





Por Emilio Nazar Kasbo

Argentina, y la mayoría de los países del mundo, necesitan un Código Gremial que rija las relaciones laborales en sus aspectos más extensivos, tanto individuales como sindicales y estatales, contemplando la actividad privada y la pública. Es el modo de reglamentar los derechos sociales. Mas prácticamente nadie lo propone hoy.
Realizaremos en esta oportunidad una consideración del trabajo, su vinculación con el corporativismo y la destrucción del Orden mediante el pecado, ya sea en lo personal o en lo social. Es decir, introducimos un elemento teológico en la cuestión, que resulta imprescindible en la consideración del Nacionalismo Católico.
En sí, la subordinación es la sumisión de la voluntad de una persona a otra, que puede ser forzada o libre. Esta subordinación en el aspecto laboral, puede ser remunerada o no (fruto de la esclavitud o del actualmente denominado “voluntariado”), y también es un factor esencial en la jerarquía militar en que es el Amor a la Patria el determinante y no el pago de haberes “salariales”. Así, llamamos relación laboral a la subordinación remunerada, que generalmente es regulada por las leyes laborales.
En Argentina, tras la incorporación a la Constitución de 1949 de un artículo que disponía la sanción de un Código del Trabajo, artículo mantenido en la Constitución de 1957, hasta el presente, hasta este año 2015, no ha sido efectivizado. No existe un Código del Trabajo que rija la relación entre patrones y obreros, entre los Gremios y sus integrantes, entre las Asociaciones Empresarias y sus Empresarios, y que además regule la integración de todos ellos con los Profesionales en el marco del Estado. Una gran carencia a principios del Siglo XXI, en que se proclama el inicio de “nuevas eras”, acompañadas por la mayor esclavitud de los hombres en las actuales sociedades.

CONSIDERACIÓN TEOLÓGICA PREVIA
Si resumimos brevemente la Historia en su análisis del trabajo humano, no como lo hizo Marx sino como lo hace un católico que responde al Magisterio Infalible de la Iglesia, podemos ver una relación entre la inspiración cristiana de la sociedad y la prosperidad social medida económicamente. Efectivamente, son directamente proporcionales. Es la virtud la que permite el equilibrio económico, particularmente la Justicia y la Prudencia regidas ambas por la Caridad que no debe ser entendida como “solidaridad” entre pares, sino como ayuda que proviene de lo superior a lo inferior para elevarlo.
La Caridad entendida de modo Sobrenatural, en el marco de la enseñanza de la Iglesia Católica, es una acción de la Gracia, que en la sociedad es ejercida por quien practica tal virtud en consonancia con la Voluntad de Dios, con su Providencia y Predestinación de sus elegidos. Por eso, la añadidura es la prosperidad social y económica que hemos referido, en tanto que lo principal es tal acción de la Gracia en la vida de los integrantes de la sociedad.
Si alguien pretendiese instaurar un régimen católico para que la Gracia actuase en él, estaría invirtiendo la situación. Lo mismo si pretendiera “utilizar” un régimen católico para lograr una prosperidad socioeconómica, ya que en ambos casos la añadidura pretendería ser superior a lo principal, que es la Gracia de Dios. En ambos casos, sólo se lograría un régimen artificial, un “catolicismo pintado” en el orden humano, más allá de que eventualmente la Gracia de Dios utilice ese mal instrumento según Su Voluntad. Efectivamente, la Gracia de Dios es previa a la instauración de un régimen católico y a su consecuente prosperidad socioeconómica, entendiendo por Católico además su sentido Universal, es decir, que convoca y llama a todos, aunque sus verdaderos destinatarios son los elegidos por Dios (los predestinados, porque como dijo Jesucristo, “muchos son los llamados pero pocos los elegidos”). Así, es la acción de la Providencia de Dios en las sociedades la que guía la Historia, y no la voluntad de un hombre que pretende sustituirla, colaborar con ella como si fuese un par, o esforzarse en su favor prescindiendo de la primera acción de la Gracia, en todo lo cual existe un cierto grado de odio contra Dios, de pelagianismo o semipelagianismos heréticos, o de prescindencia de la voluntad de Dios en la historia personal y social.
En la Historia de la Humanidad debemos estudiar estos rasgos, estas huellas, y la medida del pecado personal en su influencia social que permite regímenes políticos contrarios no sólo al Orden Sobrenatural, sino también al Orden Natural que además halla su verdadero sustento en aquél, y sin el cual no existiría. Este es el presupuesto que informa todo lo que hemos de considerar más abajo, y responde a una concepción Teológica de la Historia, en el marco de la lucha de la Ciudad de los Hombres contra la Ciudad de Dios descriptas por San Agustín.

DESDE ADÁN Y EVA
Bíblicamente conocemos por Revelación que Adán y Eva gozaron de dones preternaturales, y en el caso del trabajo, no resultaba un esfuerzo tal como hoy lo conocemos. Por el Pecado Original, Dios condenó al varón a ganar el pan con el sudor de su frente, y a la mujer a parir con dolor.
Ganar el pan con el sudor de su propia frente, involucra que Dios le ha quitado el estado de Gracia permanente por vivir de modo constante en presencia de Dios, y ese es el punto central de la condena. El hombre, desde ese momento, quedará desorientado. El problema de tal condena al varón, es fundamentalmente en el orden de la Gracia, tal cual lo hemos expresado previamente. Por otra parte, la mujer fue condenada a parir con dolor, no a compartir con el varón el hecho de ganar el pan con el sudor de su propia fuente para ser el sustento propio y de su familia. Siempre las mujeres por tal motivo, y desde la antigüedad, siempre han estado al cuidado de algún varón, y siempre existió como una labor de justicia el cuidado de las viudas.
Ambos fueron expulsados del Paraíso Terrenal, como final del castigo. Individualmente han recibido su castigo, pero el primer hombre y la primera mujer conformaron la primera sociedad, el primer matrimonio. Así, el castigo de la expulsión es social: la sociedad queda privada de la presencia directa de Dios entre ellos.
Dios es Justo en grado Absoluto, pero a la vez Misericordioso en forma Absoluta. Por ello, dado que Adán y Eva descubrieron su desnudez, El mismo los proveyó de ropa, no confeccionada por mano humana, y esto en el orden material. Pero en el orden espiritual, les hizo la Promesa de una Mujer que concebiría Virgen al Mesías, redentor de la Humanidad toda en su Concepción.

LA SUMISIÓN PRECRISTIANA
El trabajo humano, no sólo en el marco del pueblo judío elegido por Dios para la Revelación Sobrenatural, sino en el de los pueblos precristianos, ha sido considerado una labor inferior. Siempre se ha considerado superiores a los integrantes de las castas sacerdotales, a las autoridades en los diversos Imperios precristianos, a las clases ilustradas generalmente vinculadas a las castas sacerdotales, y a los guerreros. Los trabajadores del campo y los artesanos ocupaban el último peldaño social, hallándose debajo de ellos los esclavos. Lo que distinguía las clases, estratos o castas sociales en su estructura, vistas particularmente en relación al trabajo, era la sumisión.
Siempre se ha considerado a la autoridad, incluso la arbitraria o tiránica, como fuente de la sumisión, partiendo de la casta sacerdotal que obedecía a su modo a Dios entre el pueblo judío, así como las castas sacerdotales de los paganos y sus falsos dioses. El pueblo judío hallábase sometido a la Antigua Alianza, y los pueblos paganos a la Revelación Natural que dependía además de su recta razón humana, muchas veces viciada. Dios al pueblo judío reveló normas jurídicas y de conducta, inspirando también ciertas costumbres que no eran estrictamente teológicas pero que en la Providencia de Dios tenían su significado. Por su parte, muchas normas jurídicas entre los pueblos paganos hallábanse mezcladas con principios religiosos.
Las antiguas organizaciones familiares respondían a la noción de clan, hoy, en el siglo XXI ya perdida en gran parte de la humanidad. La autoridad en la familia residía en el pater familias o su equivalente, y las familias respondían al Clan o Gens, dependientes del ancestro más anciano con vida, resolviendo así las cuestiones jurídicas que se suscitaban entre sus descendientes. En este esquema, el principal trabajo era llevado a cabo por esclavos, que eran considerados cosas y no personas, y por tanto carentes en forma absoluta de derechos. El trabajo remunerado correspondía a los trabajadores artesanos o agrarios, y de ellos dependía económicamente el resto de la sociedad en su fuente de alimentación e ingresos, ya que los tributos eran utilizados para los gastos de las autoridades, que incluían a sus letrados y sus guerreros, subvencionados por tales trabajadores, unido a las exigencias de la casta o estrato de los sacerdotes.
La autoridad absoluta de los jefes de clanes sobre sus familias, reconocía una autoridad sobre ellos que era la del Monarca o Tirano de turno. Entre los germanos, la subordinación de los siervos era algo más atenuada que entre griegos y romanos, ya que les otorgaban ciertas facultades y concesiones para que en el marco de su contexto socioeconómico pudieran desenvolverse idóneamente, ya que tales sociedades de bárbaros se dedicaban principalmente a la caza y a la guerra, con la movilidad que ello implicaba. Los germanos llamaban “mundium” a la autoridad que ejercía la patria potestad, significando protección y tutela, pero a la vez subordinación y dependencia absoluta al jefe de la familia.
Por su parte, las castas hindúes también respondían a características semejantes, estratificando la sociedad debido a su criterio filosófico de vida, ya que su inspiración no es religiosa. En el contexto de su idea sobre la reencarnación y el karma, como elaboración intelectual que justifica su desarrollo racional, incluyeron estratos que van desde la casta sacerdotal a la de los parias, los absolutamente excluidos de la sociedad.
Existía entre los pueblos paganos, en base al criterio de la virtud humana de la justicia, no informada por el Orden Sobrenatural y la Revelación, que indicaba que a cada uno se le debe lo suyo, y que al trabajador se lo debe recompensar de un modo proporcional y adecuado, ya que quien así no lo hiciera cometería un acto injusto. En la Antigua Alianza había preceptos al respecto. Asimismo, se imponía una norma de buen trato a los esclavos, quienes muchas veces provenían de vencidos en las guerras o de deudores incobrables. No obstante, todo dependía del criterio propio de que ejercía la autoridad, que no siempre era justo y en sociedades más “liberales” o sin límites, con menos controles de la autoridad, podían cometer no sólo injusticias sino directamente abusos.
La subordinación en cuanto al factor laboral, era hacia el señor, y era de modo integral, prevaleciendo el factor negativo de la subordinación, y el elemento positivo aparecía como concepciones liberales debido a las condiciones de vida. Entre el pueblo judío durante la vigencia de la Antigua Alianza, tal sumisión era interpretada socialmente como un castigo de Dios, sobre todo en el caso del destierro en Egipto o en Babilionia, y en el plano personal como parte del castigo de Dios al varón tras el Pecado Original, en tanto que el buen trato tenía sus propias disposiciones en el Antiguo Testamento, con su contenido teológico.

EL CRISTIANISMO Y EL TRABAJO
Según nos enseña la Iglesia Católica, Jesucristo fue concebido por obra y Gracia del Espíritu Santo, nacido de la Virgen María, quien fuera sin Pecado Original concebida, habiendo sido preservada de él en virtud de su tan elevada misión. Este hecho configura la Redención de los hombres, el llamado a todos a la conversión, a la vida coherente en el Bautismo. Tras su vida oculta y los años de vida pública en los cuales predicó el Reino de los Cielos, Jesucristo fue recibido como Rey el Domingo de Ramos, y crucificado por ser Rey de los Judíos, constando ello en latín y grieto por ser una sentencia internacional grabada sobre su Cruz. Al tercer día Resucitó de entre los muertos, y tal hecho constituye la salvación de todos los que creen en El, como verdadero hombre y verdadero Dios, que forman parte de la única Iglesia que Él fundó, y que engrosan el número de sus muchos elegidos, los predestinados (nos referimos a la predestinación católica, no a la perteneciente a otros cultos no católicos, que no es lo mismo).
El cristianismo, en base al desapego de este mundo y la renuncia a los bienes y riquezas temporales, se propagó entre los esclavos y los marginados inicialmente, y a su vez entre todos los que se admiraban por la Caridad Sobrenatural que entre sí se prodigaban los primeros cristianos, que como reflejo del Amor de Dios era una amistad sumamente pura, en un trato de hermanos. El primer Estado Cristiano fue el armenio, donde tras haber nacido Jesucristo bajo la provincia de Palestina en la Región Armenia del Imperio Romano, predicaron San Judas Tadeo y de San Bartolomé, y en el año 300 todo el pueblo se convirtió al cristianismo junto a su Rey, sellando así su identidad. Luego vino la conversión del pueblo que vivía bajo el Imperio Romano, tras Siglos de persecución y difamación. Al caer el Imperio Romano de Occidente, comenzó la también difamada Edad Media.
El cristianismo enseñó que se deben vivir los preceptos del Evangelio de modo independiente y por sobre los regímenes que gobiernan el mundo, sean perseguidores, opuestos, tolerantes o favorables al mensaje de Jesucristo que se recibe por Tradición en la Iglesia Católica. Así, el trabajo era una obra de Caridad para glorificación de Dios en este mundo, y cuando este criterio fue social, el ánimo y la felicidad del pueblo, y por añadidura su prosperidad socioeconóimca, se expandieron, a pesar de los obstáculos que debieron vivir. Esta manera el vínculo de subordinación tenía una religación inicial con Dios, la autoridad era responsable ante Dios de sus decisiones y por tanto tenía cuidado de no dañar a sus subordinados, procurando por Gracia de Dios facilitar para ellos los mayores bienes Sobrenaturales y temporales. Claramente se tenía en cuenta que quien era la máxima autoridad debía ser el primer servidor humilde de todos, no con falsa humildad, sino con humildad sincera proveniente de la Gracia de Dios, esa que no es fruto de la propaganda ni de la fama, esa que no se puede ni comprar ni vender.

LA MAGNA “EDAD MEDIA”
Así, los Reyes de la Edad Media no eran “fuertes” con la fuerza de los Emperadores paganos, ni eran “fuertes” como los actuales Presidentes de naciones imperialistas que fundan su autoridad en su propio poder. Vistos con mirada de poder, los Reyes de la Edad Media eran “débiles”, ya que pocas eran sus posesiones, poco era su propio territorio, y el resto era una disposición de otros Reyes (más poderosos en bienes económicos, así como en fuerzas militares). Esta subordinación no se basaba en atemorizar a los demás, en infundir el miedo, sino en el Temor de (ofender a) Dios, en el Temor de no ser digno para estar en presencia de Dios, primeramente practicado por la autoridad máxima, por el Rey. Había un vínculo de Caridad del Rey a sus súbditos, que era recíproca, y todo teniendo en vistas el Amor a Dios que nos amó primero. La coherencia de vida era fundamental en ello.
La cuestión de la subordinación estaba dada por la subordinación primera al Orden Sobrenatural y al Orden Natural dependiente de aquél, dados por Dios en Su Providencia y Gobierno del Mundo. La sociedad se preocupaba por el Reino de los Cielos, en lo cual halló la Felicidad, mientras a la vez se consideraba el resto como lo que es, una añadidura.
El vínculo que caracterizó a la sociedad feudal fue en primer lugar su relación con Dios, teniendo en cuenta el Reinado Universal y Social de Jesucristo. Desde esta vivencia se regía la vida de relación entre las personas. La subordinación, como hemos dicho, es del Rey a Dios, y del Rey a la sociedad a él encomendada, también en Dios. Y esto no es posible que sea comprendido por no católicos, ya que ello es distintivo y propio del Catolicismo conforme la Tradición. Así, la jerarquía entre los sacerdotes, el Rey y los Nobles, y que terminaba con los siervos, tenía en el Rey como máxima autoridad no eclesiástica a Dios por Señor, y se consideraba servidor de los mismos siervos.
Esta relación de cuidado por el Rey a sus subordinados, a él encomendados y a los cuales servía, durante la Edad Media fue objeto de ataques por los bárbaros, poniendo en jaque no sólo el patrimonio sino la misma vida de todos. Así, surgieron por tales necesidades los Castillos y los feudos, con su organización militar para enfrentar las embestidas de los bárbaros, que por cierto no eran cristianos. Mientras tanto, desde una cercana zona a la que fuera cuna de Jesús, desde el Siglo VII el mahometanismo fue creciendo imponiendo su religión por la espada, mediante su “guerra santa”, motivo por el cual se extinguió el cristianismo. El embate de bárbaros y de musulmanes jaqueó a Europa durante Siglos, hasta que fueron delineándose las fronteras.
El cristianismo, que en la sociedad feudal reglaba la actividad económica y laboral mediante los gremios y mediante los contratos feudales, se vio excluido de la zona conquistada por el mahometanismo, acabando por ser prácticamente reducido a Europa. Su sistema económico no se difundió fuera de este ámbito geográfico. Precisamente en la Alta Edad Media, Santo Tomás especificó claramente el pensamiento económico católico, tomando como fuente a Aristóteles y bautizándolo con la doctrina surgida del Evangelio, al referirse al justo salario y al justo precio, a las clases de justicia (legal, distributiva y conmutativa), y al concebir el Orden Social Católico. Efectivamente, la felicidad del pueblo hallada por Gracia de Dios en la misma Gracia de Dios, justipreciando el valor de esta vida y de los bienes de este mundo en función de la Gloria de Dios, otorgó un resurgimiento a la vez de la cultura cristiana, traducida en la educación y la investigación, conservando los conocimientos del pasado desde los Monasterios, y al mismo tiempo creando las escuelas parroquiales para educar al pueblo. Así, la medicina y demás ciencias tuvieron su auge en aquella época que, lejos de ser oscurantista, constituyó un momento histórico de Gloria.
Se establecieron ferias, y el comercio floreció, mediante el intercambio de productos de diversas regiones. Sin embargo, también aparecieron los mercaderes, instigadores de guerras internas entre príncipes cristianos, y cierto grado de ambición y especulación humana oscureció la Gracia que era vital en los verdaderos Monarcas Católicos. Mientras tanto, los gremios orientados en su actividad por un Santo Patrono y por una actividad que glorificaba a Dios en su origen, también fueron perdiendo esa noción de la Gracia, y acabaron convirtiéndose en un organismo de mera reglamentación de la actividad, a veces al servicio de algunos especuladores que esperaban alcanzar un puesto gremial para aprovecharse de la posición y evitar que otros ganaran el justo salario recibiendo el justo precio por su actividad. Asimismo, en la relación maestro-aprendiz, no otorgaban cupos para el progreso de los aprendices, quienes quedaban indefinidamente en esa condición, surgiendo así los “compañeros”, que eran quienes tenían las condiciones para ser maestros pero no obtenían la habilitación por el gremio, cuyo número fue creciendo en el tiempo.
Cuando fueron cesando los embates de los bárbaros, se empezaron a formar burgos fuera de los castillos, que eran centros donde vivían y trabajaban los artesanos y comerciantes, que luego fueron delineándose como ciudades, junto a siervos que buscaban un nuevo destino tras despreciar la protección de los Señores Feudales. No fue una época ideal, siempre hubo pecados, vicios y defectos, pero en la Edad Media, sobre todo en la Alta Edad Media, se vivió un momento culmen de la Historia, tras el cual comenzó una decadencia que llega a nuestros tiempos. Los avances dieron lugar al Humanismo y al Renacimiento, con sus consecuencias.

CORPORATIVISMO
No es posible adaptar las realidades medievales a la actualidad, sin que exista una concepción idéntica a la medieval en el intérprete. Expondremos brevemente la situación del corporativismo medieval, dejando para otro momento un estudio más pormenorizado y detallado.
La vida económica se transformó para la época de las Cruzadas, a fines del Siglo XI y comienzos del XII, con el desarrollo de la vida en los burgos, donde mercaderes y artesanos se asociaron en corporaciones. El vínculo de protección directa ofrecido a los vasallos y siervos por el Señor Feudal, fue transformado con el advenimiento de las corporaciones, en que internamente quienes se conocían por su oficio, debatían precisamente los temas de su propio oficio. Las corporaciones económicas fueron un organismo de equilibrio socioeconómico, de promoción de sus integrantes en pos del Bien Común.
El “Libro de los Oficios” tuvo un origen consuetudinario y jurisprudencial, incorporando lentamente prescripciones, prohibiciones y reglas de los oficios, que tuvo su momento culminante con Etienne Boileau, el legislador de las Corporaciones, siendo el “Libro de los Oficios” la obra por la cual es conocido. Las corporaciones elaboraron tal legislación que rigió desde el Siglo XIII hasta el S. XVIII, la cual fue compendiada en el “Libro de Oficios” o “Reglas de la Corporación”. La actividad laboral quedó enmarcada en los gremios, contemplando normas que establecían el justo precio, el justo salario y el modo de promoción de los integrantes de los gremios, constituyendo una estructura original, inexistente antes y después de la Edad Media en la organización de las sociedades.
Al mismo tiempo, fueron expulsados judíos y moros de España, cayó el Imperio Romano de Oriente a manos de los musulmanes, y fue descubierta América en la gran gesta Evangelizadora hispánica. Acabó así en Medio Oriente y Europa Oriental toda posibilidad de una sociedad cristiana hasta tanto no exista una conversión colectiva de mahometanos, mientras los judíos expulsados de España se radicaron en el actual Noreste de Turquía para luego seguir a un falso mesías que predicó el islamismo criptojudío, para convertirse en los dönmeh que dominan el poderío turco. Al mismo tiempo, la América prehispánica devoraba a sus propios hijos, en cultos paganos donde la sumisión exigía hasta sacrificios humanos a sus falsos paganos dioses. El cristianismo aportó la Gracia para el bautismo americano, cuya actual identidad es mestiza: de raza autóctona con mezcla hispanocatólica. También hubo una expansión por parte de Portugal en el Lejano Oriente, llevando vestigios de la civilización católica a esas lejanas tierras, sin alcanzar hasta el momento en toda Asia hasta hoy el correspondiente Orden Social Católico.

LIBERALISMO Y PROTESTANTISMO
Debió existir un pecado de avaricia y de desmedidas ambiciones, aunque no fuesen desmedidas, comenzando por pequeñeces que fueron agrandándose hasta convertirse en gravísimos pecados. En todo un marco intelectual en que comenzaba a operar el ambiente iluminista y renacentista, se produjo a la vez una concentración de poder económico en los mercaderes, mientras que muchos príncipes católicos no prestaban importancia a ello por considerarlo añadidura. Añadidura para ellos, fortuna material inmanentista para avaros mercaderes. Así, el pensamiento trató de justificar el vicio.
La corriente intelectual que partió de la duda metódica de Descartes y del “hombre naturalmente bueno” de Rousseau (negando el Pecado Original), comenzó a revalorizar la vida inmanentista, y con ello el “pasarla bien” y “cómodamente” en este mundo, en contra de los preceptos del Evangelio, y en contra de las Bienaventuranzas. El espíritu de mortificación y de penitencia que rigió durante la Magna Edad Media, fue sustituido por un espíritu licencioso, consentidor de la ambición, la lujuria y el criterio hedonista, reivindicador de la Edad Antigua y particularmente de la Grecia y Roma paganas. La Revolución contra Dios y el Orden Natural había comenzado, incluso con una justificación eclesiástica e intraeclesial. El fundamento para la destrucción de la sociedad cristiana ya había sido puesto allí.
Las ambiciones económicas humanas, con las cuales podía alcanzarse, fama y poder, debían centrarse por lógica en el dinero que los puede comprar, y hallaban un freno en las Corporaciones. La burguesía no podía explotar impunemente a los aprendices, y los comerciantes no podían explotar a los maestros artesanos sin ser sancionados. El pensamiento pseudofilosófico renacentista se plasmó en la revolución teológica del Martín Lutero, el monje agustino que se unió a una monja, que quemó la obra de Santo Tomás de Aquino, y que proclamó la independencia de la razón respecto de la Fe, con el lema de “cree fuerte y peca fuerte”. Luego Calvino acabó sellando la ambición humana, con una mezcla de maniqueísmo y de considerar como signo de la bendición de Dios las riquezas en este mundo (a cualquier precio, capitalizando el “peca fuerte” luterano).
Los gremios se constituyeron en un claro enemigo del liberalismo capitalista, antes inexistente. El capital concentrado en mercaderes mercenarios, ávidos de lucro sin límite, justificado su accionar incluso por una teología (falsa) que pretendía calmar su conciencia, debía destruir los gremios para alcanzar sus propósitos.
Así se generaron siervos indigentes, lo que antes no existía, la pobreza generalizada, comenzó a apreciarse al mismo tiempo que surgía la masonería inspirada por sectas gnósticas (cultos de origen órfico que eran precristianos, y que tras la venida de Nuestro Señor Jesucristo elaboraron los Evangelios Gnósticos hacia el S. III DC, y que permanecieron ocultos hasta su configuración a principios de la Edad Moderna). La masonería convirtió a la actividad gremial en una actividad simbólica al servicio de su “dios” (Jahbulon, G.A.D.U. –Gran Arquitecto del Universo, etc), el cual trátase de un culto luciferiano, y por tanto netamente anticatólico.

LA DESTRUCCIÓN GREMIAL
Esta burguesía liberal, unida al espíritu masónico y la desorientación provocada por la línea de pensamiento renacentista en el clero y la sociedad, conjugada con el anquilosamiento de la estructura gremial que no se sacudió del inmanentismo y del espíritu de ambición dominante, contribuyeron a la demolición de los Gremios. En la segunda mitad del S. XVIII, con la invención de la máquina, unida al “dejar hacer, dejar pasar” de los liberales, provocaron gravísimos daños económicos a Francia donde surgió este pensamiento económico, colaboraron también a la destrucción de las estructuras gremiales. Es decir, los gremios no se transformaron para la defensa del justo precio y del justo salario, que hasta el fin del mundo son una necesidad de justicia social teológica y humana, sino que directamente fueron abolidos. La Revolución Francesa marcó el fin de la Edad Moderna, con el derrocamiento de la familia Real y la simbólica “toma de la Bastilla” el 14 de julio de 1789, que nos llega por la historiografía masónico-liberal en forma de una inexistente “reacción popular”, sino que se trató de una pequeña minoría burguesa instigada por los interesados en la destrucción del Orden Social Católico.
Fue fulminado el feudalismo, las corporaciones se suprimieron, y se instaló el liberalismo del libre cambio y la libre concurrencia con su “ley del mercado”, en contra del justo precio y del justo salario, proclamando la “Declaración de los Derechos del Hombre” en una concepción inmanentista que despreciaba el Orden Sobrenatural, y por ende a Dios. La Revolución Francesa en sus intelectuales, fue efectivamente una rebelión contra Dios, buscando el mayor provecho económico hedonista en esta vida, que es la consecuencia del pensamiento renacentista. Sin gremios, ya nadie protegía a los trabajadores.

CRUDO LIBERALISMO
Hubo una persecución y controles para que no se produjeran nucleamientos sociales de trabajadores, ya que este derecho de asociación podría conformar nuevamente los Gremios que habían sido aniquilados por la Revolución. Efectivamente, la Revolución Francesa, que es presentada como un gran “avance” de la humanidad, no es más que un retroceso, el disfraz de la esclavitud, bajo salarios y remuneraciones injustas que no tienen en cuenta el justo precio de los bienes y servicios. Dios con sus principios religiosos, la razón natural que indica la vida en la virtud para ser dignos, debían ser despreciados, o sustituidas sus enseñanzas por otras que justificasen la explotación, bajo la excusa de asegurar el libre desenvolvimiento de la ley de la oferta y de la demanda, pasando el trabajo humano a ser sujeto también a esa ley, como si fuese una mercancía. Y cuando el trabajo humano es una mercancía que se compra y se vende, se está comprando y vendiendo a la persona, estamos hablando de esclavitud. Es más, se pretendió que el Estado se mantenga al margen de la vida económica, llamándolo “Estado Gendarme”, es decir, custodio del mercado.
La Ley Chapelier fue promulgada por la Asamblea Nacional francesa el 14 de junio de 1791, y disponía: “Los ciudadanos de un mismo estado o profesión, los empresarios, los que tienen comercio abierto, los obreros y oficiales de un oficio cualquiera, no podrán, cuando se reúnan, nombrarse presidentes ni secretarios, ni síndicos, ni tener registros ni tomar acuerdos o deliberaciones, o formar reglamentos, sobre sus pretendidos derechos comunes”. El artículo 4 de dicha Ley además disponía sanciones: “Si, contra los principios de la libertad y la Constitución, ciudadanos pertenecientes a la misma profesión, arte u oficio tomaran deliberaciones o hicieran entre ellos convenios tendiendo a rehusar concertadamente o a no acordar más que a un precio determinado el concurso de su industria o de sus trabajos, dichas estas deliberacio­nes y convenios, acompañados o no de juramento, quedan declarados inconstitucionales, atenta­torios contra la libertad y los derechos del hom­bre y sin ningún efecto. Las corporaciones administrativas y municipales quedan obligadas a declararlos de dicho modo. Los autores, jefes e instigadores que las hubieren provocado, redactado o presidido, serán citados ante el Tribunal de policía a requerimiento del procurador del Municipio, condenados cada uno de ellos…”
Efectivamente, la Revolución Francesa y la Constitución dictada por los revolucionarios, tuvo su fundamento en la violación de los derechos de los trabajadores y el derecho de asociación gremial, presentado todo como atentatorio a los “Derechos del Hombre”. Sostenía el artículo 1 de la Ley Le Chapelier: “Siendo una de las bases fundamentales de la Constitución francesa la desaparición de todas las corporaciones de ciudadanos de un mismo estado y profesión, queda prohibido establecerlas de hecho, bajo cualquier pretexto o forma que sea.” Vemos claramente que la Revolución Francesa buscó oprimir a los trabajadores.
Disponía finalmente el Art. 8º: “Todas las manifestaciones compuestas por artesanos, obreros, oficiales, jornaleros o promovidas por ellos contra el libre ejercicio de la industria y el trabajo, pertenecientes a cualquier clase de personas y bajo cualquier tipo de condiciones convenidas de mutuo acuerdo o contra la acción de la policía y la ejecución de las sentencias tomadas de esta manera, así como contra las subastas y adjudicaciones públicas de diversas empresas serán consideradas manifestaciones sediciosas y como tales serán disueltas por los agentes de la fuerza pública, tras los requerimientos legales que les serán hechos y después con todo el rigor de las leyes contra los autores, instigadores y jefes de dichas manifestaciones y contra todos aquellos que hubieran actuado por vía de hechos o realizado actos de violencia”.
La ley reprimía la violencia ejercida por trabajadores contra otros trabajadores, por empresarios contra trabajadores, y por trabajadores contra empresarios. No obstante ello, se limitaba a las presiones y amenazas así como a la violencia física, mas no consideraba bajo ninguno de estos aspectos a la injusticia social, a la explotación del trabajo humano, al pago de precios injustos y todo aquello que hace a la indignidad de las condiciones laborales o profesionales. El reclamo de condiciones dignas de trabajo o de justo precio, se convertían en un directo acto de sedición.

ESTADO CONTRA EL HOMBRE
Carente de mecanismos de defensa, el hombre, el ciudadano jefe de familia, quedaba solo y aislado frente al Estado y sus autoridades, que imponían por la fuerza sus decisiones revolucionarias.
Fueron abolidas todas las normas que regularan la subordinación dentro del campo laboral, y por tanto quedaron los trabajadores sometidos a los mercaderes y empresarios explotadores. Y tras producirse este caos socioeconómico, la revolución industrial provocaba una ola de desocupación por reemplazar la mano de obra humana por las máquinas que hacían con más velocidad y precisión el trabajo.
El libre juego de las voluntades en la economía, considerando al trabajo como objeto de oferta y demanda, destruyó la economía social. El contrato individual carente de justo precio y de justo salario, dio  lugar al abuso de la fuerza patronal, que gozaba de posición dominante. Los peores trabajos que además no podían ser suplidos por máquinas, fueron ocupados por la masa de desocupados, incluyendo mano de obra de las mujeres y de niños, destruyendo así desde ese momento a la familia.
Sumidos en la miseria, debieron tanto el padre de familia como su esposa e hijos dedicarse a trabajar a cambio de míseras remuneraciones que no les alcanzaba para vivir. La revolución en ello logró un gran paso en la destrucción del Orden Natural, reflejo del Orden Sobrenatural.
Ante semejante descalabro, surgieron los idearios (ideologías) colectivistas y socialistas, planteando un futuro promisorio de paz y prosperidad tras la denominada Dictadura del Proletariado. El ideador principal de este mesianismo temporal ilusorio, bajo la forma de socialismo “científico”, fue Carlos Marx.

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA CATÓLICA
La promesa de un estado de anarquía donde no existen ni patrones ni empleados, y por tanto no existe explotación, fundamentó un ideario ateo contrario a la prédica de la Gracia por la Tradición de la Iglesia Católica. La influencia de las ideas socialistas, no demoró su respuesta por la Doctrina Social de la Iglesia, la cual comenzó su elaboración con la Encíclica Rerum Novarum y prosiguió con los Códigos de Malinas y las Encíclicas que se dieron en consonancia.
Por diversas vías, los trabajadores comenzaron a reorganizarse, pero esta vez bajo un ideario ateo. Empezaron a surgir simultáneamente movimientos sindicales católicos. Los Estados, por su parte, comenzaron a fijar normas coactivas para las condiciones mínimas de trabajo que debían ser respetadas en los contratos laborales. Los gremios, que habían desaparecido, ahora comenzaban a reaparecer, como asociaciones y sin las atribuciones integrales de la Edad Media.
Los Códigos de Malinas promovieron desde fines del Siglo XIX el Corporativismo. Después de la I Guerra Mundial, el fascismo produjo un neocorporativismo, y luego se sumó el nazismo, y tras ellos el falangismo y otros movimientos que dictaron Constituciones en Europa. Mas tras la II Guerra Mundial, el fracaso político de estos regímenes acarreó su desprestigio económico. Solo la España de Franco y Portugal con Oliveira Salazar escaparon a las nocivas consecuencias de la II Guerra Mundial.

S. XX Y COMIENZOS DEL S. XXI
Europa fue paganizada, en una estrategia que escapa a las posibilidades humanas, y que por tanto deben ser calificadas como obra de un mal sobrenatural, encarnado en ángeles caídos. Tras la Gloria de la Magna Edad Media, comenzó una suave pendiente que cada vez con mayor velocidad trajo distanciamiento de Jesucristo y de la Iglesia Católica, al mismo tiempo que se produce el vértigo de la innovación tecnológica. El hombre está cada vez más atomizado y aislado frente a una autoridad mundial que le llega en forma directa para oprimirlo.
El espíritu subversivo de la década de 1960, anunciaba en boca de Herbert Marcuse que en el futuro todo lo que en aquél tiempo era marginal, sería expandido socialmente para que fuese visto como “normal”. Este anuncio se hizo realidad.
El Magisterio de la Iglesia Católica rechazaba la Declaración de los Derechos del Hombre por ser inmanentista y contraria a Dios, línea seguida posteriormente por la Declaración de los Derechos Humanos y la Organización de las Naciones Unidas que continuaban con la misma línea. Tras el fallecimiento del Papa Pío XII,  pretendidamente no habría cambios en la Doctrina en el marco del Concilio Vaticano II. No obstante ello, en el tiempo el tono de los discursos de los Papas ha ido variando, desde las advertencias a una confusa aceptación de un nuevo orden mundial y sus dictados con cierta reserva, incluyendo las cuestiones de la ecología, de la intervención de organismos internacionales en las finanzas de un país, a las cuestiones políticas de aceptar una autoridad política mundial.
En este contexto, el Corporativismo, antes alentado, tras la II Guerra Mundial dejó de ser promovido por la Doctrina Social de la Iglesia Católica, para pasar a defender esquemas “democráticos”, como si el Corporativismo no lo fuese. Asimismo, existen mensajes confusos que lejos de la otrora claridad del Magisterio, requieren de eruditos entendidos para desentrañar lo que es de Magisterio Infalible de aquello que no lo es. Así, la piedad de los humildes resulta desviada hacia el inmanentismo en su confusión, y la espiritualidad requiere de eruditismo para no caer en la misma desviación, de modo que puede declararse ya la victoria de lo anunciado por Antonio Gramsci, quien buscaba precisamente eso: desvincular la unidad de la piedad humilde de la unánime creencia con los más eximios teólogos del Catolicismo. Tal unidad espiritual católica era objeto de particular saña por Gramsci, y podría decirse que incluso este objetivo político inmanentista del comunismo ha sido logrado, excepto en los núcleos que conservan la Tradición. No hay herejía que impunemente no se sostenga hoy alegando al Concilio Vaticano II, al cual se suman las conclusiones del Sínodo de la Familia del año 2015.
El pelagianismo y el semipelagianismo modernistas campean en la Iglesia Católica, sirviendo ello de fundamento al liberalismo y al marxismo, incorporados por yuxtaposición al Catolicismo mediante falsos teólogos intelectualoides. Y quien no mire con complacencia las herejías, resulta objeto de acorralamiento eclesial, ya sea feligrés, presbítero o incluso Obispo. A nadie importa ya. No hay advertencia que valga.
¿Qué tiene que ver esto con el trabajo? Que el hombre ha perdido el sentido de su vida, pues ya no vive para alabar y agradecer a Dios, sino que vive para sí mismo en un efímero frenesí hedonista. Así era la sociedad antediluviana, a la cual Noé debió enfrentar, y que en nada era agradable a Dios. Misas sin Transubstanciación, con prédicas inmanentistas y bobas, dedicadas a desperdiciar los talentos que Dios ha dado a la Jerarquía de la Iglesia, son el marco de la desprotección espiritual de los humildes trabajadores explotados.
Los países que desarrollaron sindicatos, en general produjeron sindicalismos socialistas, comunistas, ateos y anticatólicos, dedicados exclusivamente a reclamar por dinero y algunas condiciones de confort en el trabajo. Mas la globalización ha cambiado muchas formas laborales, y ha producido nuevas formas de esclavitud, mientras que las nuevas tecnologías también generan nuevos desocupados.
El hombre ha perdido sentido en su vida, y el nihilismo imperante confirma la proyección pragmática de la politiquería. La política ya no tiene las excusas de explotación laboral de trabajadores, sino que hoy es llevar la vida privada sexual a políticas públicas, convertir el consumo de alucinógenos a productos de venta masiva, cobrar por recursos naturales básicos sin los cuales la población no puede sobrevivir (como el agua… o incluso el aire). Sobre el trabajador pesan las cargas y los impuestos para mantener una hiperestructura económica estatal que financia vagos y degenerados, inútiles increativos que si producen algo es fealdad y denigración. Y muchos cobran por semejante labor destructiva, con la complacencia de los poderosos y el aplauso de quienes han renunciado al ejercicio de su inteligencia. El narcotraficante, el cafisho, el tratante de blancas, el dueño del juego clandestino, el usurero y el explotador, son hoy la nueva “antinobleza” gubernamental que expande sus vicios, asumidos como irremediables por la población entera, tirando la cultura a la basura. La indignidad del trabajo, es una consecuencia de ello.

SINDICALISMO ARGENTINO
En Argentina, desde fines del S. XIX hubo un movimiento sindical, en tanto el sindicalismo católico era fomentado por el Padre Grote. El Coronel Juan Domingo Perón vio surgir a principios del S. XX el auge del movimiento sindical, en Italia pudo entrar en contacto con el movimiento fascistas, y al asumir unificó los sindicatos para que no se atomicen los reclamos del correspondiente ámbito laboral, y quitó toda denominación, de modo que ya no existirían sindicatos socialistas, anarquistas, comunistas o católicos, sino que serían simplemente sindicatos. Se le debe por tanto el haber evitado que los sindicatos argentinos fuesen marxistas, pero también se le puede achacar que en una Nación de absoluta mayoría católica los gremios no han sido oficialmente católicos, sino de inspiración católica.
Los sindicatos constituyeron una estructura nacional vigente desde el gobierno de Juan Domingo Perón. Durante su tercer gobierno, fue elaborado el denominado “Modelo Argentino”, que ordenaba corporativamente el país. Su muerte dejó inconcluso esa labor.
El Gobierno Militar instaurado desde el 24 de abril de 1976 cercenó los derechos gremiales y laborales, aunque estableció una justa remuneración por sectores. Luego, tras el retorno de la democracia en 1983, fueron eliminadas de la influencia social y de la vida pública primero las Fuerzas Armadas, luego la Iglesia Católica, y finalmente desde la década de 1990 los Sindicatos. Desde el año 2003 los sindicatos de Argentina han sufrido una atomización, basada en el regreso a la “democracia sindical” y la “libertad de agremiación”, que no es otra cosa que la atomización del reclamo gremial. Del mismo modo que la Revolución Francesa alegaba que el derecho de asociación gremial era contrario a los “Derechos del Hombre”, hoy se sostiene que el sindicato único por rama económica también debe ser impedido en nombre de la “libertad”. Asimismo, se ha procurado en esa atomización la multiplicación del reclamo de tipo ateo, socialista o comunista, y en contra de la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta situación produce una involución a una situación previa al peronismo.

PROYECCIÓN AL FUTURO
La Argentina necesita un Código del Trabajo, que abarque la relación entre empleadores y empleados, los derechos empresarios, los derechos de los trabajadores, con sus obligaciones recíprocas, las relaciones gremiales y la vinculación del Estado en todo ello, en el marco de una legislación de Orden Público.
La Constitución liberal de 1853 y sus reformas, que apenas reconocía el derecho a trabajar, fue sustituida por la Constitución Social de 1949. Esta nueva Constitución contemplaba en su texto el trabajo humano, a la vez que contemplaba la sanción del Código Social, entendiendo por ello la naturaleza social del trabajo humano y sus alcances sociales.
Tras haber sido derrocado Juan Perón en su segundo gobierno, se decretó una reforma constitucional que dispuso volver a la Constitución liberal de 1853 con sus reformas posteriores, adosándole en su artículo 14 bis con un resumen de derechos laborales, y entre ellos por ejemplo la participación de los obreros en las ganancias empresariales, con control de la producción y colaboración en la dirección, derechos que se consideraron luego como “programáticos” y por tanto carentes de regulación y aplicación. Por otra parte, también se contemplaba en la Constitución de la Revolución Libertadora la aprobación de un Código de Trabajo y Seguridad Social que jamás fue sancionado.
Los trabajadores en su conjunto, en la actualidad, carecen de un cuerpo normativo unificado, de un Código del Trabajo. Tras décadas del denominado “Constitucionalismo Social” en el mundo, y tras la experiencia histórica consecuente, resulta una omisión inadmisible.
La misma OIT hoy sería calificada a la luz de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa, contraria a la Constitución Revolucionaria francesa. La opresión al trabajo humano en un sistema que privilegia el mundo artificial de las finanzas por sobre la dignidad de la persona, resulta completamente antinatural y opresivo. Y el apartamiento del hombre para sumirse en una religiosidad basada en la justificación de sus propios pecados, no para su conversión sino para continuar en una vida de vicios, marca el motivo por el cual sólo queda una opción: o volver al corporativismo (que en su sentido integral y místico incluye una dimensión espiritual medieval, y en sintonía con lo ya expuesto), o condenar a la gran base de los trabajadores a la desprotección y a la explotación, en un daño colectivo autoasumido.
El año Dos Mil ya pasó. Y el Siglo XXI nos encuentra desunidos y desorganizados, en un sistema cultural que promociona lo antinatural sin freno alguno. Y en el panorama, ya finalizando el año 2015, no hay rastros de que algún líder nacional logre la defensa de los trabajadores y de los marginados.
No se trata de una solución mecánica, ni de acciones humanas prescindentes de la Voluntad de Dios. No se trata de una labor jurídica, o de un trabajo de estudiosos abogados que resumen las leyes existentes. No se trata de una acción de gobierno, o de implantar un nuevo sistema "humano". Se trata de otra cosa. Ya lo hemos explicado desde el principio de este artículo. 
Sólo un Milagro por Gracia de Dios, en el marco del ascetismo y la mortificación, puede revivir aquello que parece imposible: la Mística del sentido de la vida y del trabajo humano para la mayor Gloria de Dios.