miércoles, 4 de septiembre de 2013

VIDAS EJEMPLARES: SAN LUIS REY DE FRANCIA (1214 – 1270)




 
Por Ricardo D. Díaz
 
   Nacido en 1214 y coronado rey a los doce años a causa de la prematura muerte de su padre, dejó el gobierno en manos de su madre, Blanca de Castilla, hasta la mayoría de edad de Luís.
   Al asumir el poder, lo hace en total armonía con su madre, y contrae matrimonio con Margarita de Provenza, no por conveniencias políticas sino por verdadero amor.
   Tuvieron una numerosa descendencia, y sólo se conoce una circunstancia de desacuerdo cuando la reina quiso favorecer a sus parientes y el rey se opuso decididamente para no favorecer el nepotismo.
   Desde el inicio de su gobierno, Luís IX tuvo que enfrentar serios problemas. La  afirmación de la autoridad real en el siglo XIII había suscitado resentimientos entre algunos señores feudales de las provincias francesas y estos, apoyados por los soberanos de Aragón y de Inglaterra protagonizaron rebeliones armadas para defender su independencia.
   Luís supo imponer la paz, manteniendo la unidad del reino y aceptando las reivindicaciones inglesas y aragonesas que le parecían justas. Su forma de obrar causó tan buena impresión en Europa que se ganó el sobrenombre de pacificador, y fue invitado repetidas veces a solucionar disputas entre príncipes y a poner paz entre el emperador y el papa.
   El rey quería ser un hombre justo para encargarse del bienestar de todos sus súbditos.
   Luís poseía un gran equilibrio porque en sus obras se dejaba guiar por Dios. Estaba convencido de que para conseguirlo debía ser un santo.
   En el siglo XIII el ideal de santidad era todavía el principio monástico del ora et labora, reza y trabaja. Luís lo hizo suyo. Todos lo días se celebraban dos misas y se recitaba en el coro las horas canónicas en presencia del rey y su familia. Luís se sometía rigurosamente a los ayunos prescritos por la liturgia y hacía obras de caridad entre los pobres. Todos los días daba de comer a trescientos pobres y a menudo sentaba trece a su mesa y les servía personalmente.
   A quienes le señalaban que gastaba mucho en los pobres el respondía que “prefiero gastar en limosnas por el amor a Dios a gastar en lujos por la vana gloria de este mundo”.
   Evidentemente, el rey de Francia, Luís IX, había comprendido perfectamente para qué era el poder.
   La figura monástica que más le atraía era Bernardo de Claraval, que le transmitió además la devoción por Tierra Santa. Con su propio dinero fundó la abadía cisterciense de Royaumont, a la que solía asistir para servir en la mesa a los monjes y atender a los enfermos con sus médicos de la corte, además de visitar y servir personalmente a un monje leproso.
 
 
 
 También sentía mucha admiración por los franciscanos y los dominicos, y apoyó su presencia en la universidad de París, ya que se interesaba por la apertura intelectual representada por Alberto Magno, Tomás de Aquino y san Buenaventura. Y, además, estimuló a Roberto de Sorbón a que fundara un centro de estudio que pronto se conocería como la Sorbona.
   Conmovido profundamente por el ejemplo de Francisco de Asís, el rey se hizo terciario y aprendió del santo a reconocer a Cristo en el rostro detodos los pobres Gracias a esta actitud, se interesó por la situación del campesinado francés, e introdujo reformas en la administración de la justicia haciendo que sus emisarios viajaran por las provincias, escucharan las quejas del pueblo y obligaran a los señores a restituir los frutos de sus abusos. Luís IX no olvidaba unir las mejoras materiales a las espirituales, convirtiéndose así en modelo de los legisladores cristianos.
   A su heredero le aconsejó en ese sentido: “Compórtate con rectitud con tus súbditos y sigue siempre el camino de la justicia, sin desviarte ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Y cuando no estés totalmente seguro de la verdad, ponte siempre de parte del pobre antes que del rico”.
  Las cruzadas fueron otra página trascendente  en la vida de Luís IX, la cual no las emprendió con fines lucrativos, sino únicamente para conseguir el libre acceso a Tierra Santa para los cristianos.
   En la primera expedición, en 1248, por desobediencia del conde Artois, el ejército cristiano fue derrotado y el rey hecho prisionero, y estando en esa situación, entre los musulmanes, despertó la admiración de éstos, tanto que lo llamaron el sultán justo. Liberado con el resto de su ejército se trasladó a San Juan de Acre. El sultán de Egipto le autorizó a reforzar el gobierno de los cristianos en Tierra Santa, con la condición de frenar el avance de los mongoles hacia Egipto.  Tras dedicar cuatro años a pacificar y consolidar las plazas fuertes cristianas, volvió a Francia.
   Pero los mongoles tomaron finalmente San Juan de Acre, entonces Luís volvió a zarpar en 1270 con su hermano Carlos de Anjou hacía las costas de Túnez. Allí lo aguardaba el emir de esas tierras ya que quería abrazar el cristianismo. Luís le envió una misiva en la que declaraba estar dispuesto a pasar el resto de su vida sin ver el sol, si aquello servía para introducir la fe cristiana en el corazón del emir y de su pueblo.
   Cuando sus tropas desembarcaron en las playas de la antigua Cartago, se encontraron no solo con el enemigo sino también con la peste, la cual alcanzó al rey, provocando su muerte el 25 de agosto de 1270.
   Lo que quedaba del ejército francés regresó a su patria, con los restos mortales del rey, que ya tenía fama de santo. Así lo reconoció la Iglesia en 1297.
   “La presencia y  la palabra del rey solían infundir paz y tranquilidad en el alma de quienes iban a verlo con el corazón alterado por las pasiones.”
(Biblioteca Sanctorum).
 
Fuente: VIDAS SANTAS Y EJEMPLARES,  Enrico Pepe.-