Por Emilio Nazar Kasbo
Cinco jóvenes han muerto, contándose además con un número similar de hospitalizados, a raíz de una “fiesta electrónica” que se desarrolló en Costa Salguero, en Capital Federal. Es uno de los efectos de la "cultura" de la Escuela de Frankfurt.
Los jóvenes han sido educados en la “no represión”, que involucra la máxima indiferencia ante el Bien y la Verdad, y que en tales condiciones lógico es que rechacen la Belleza como algo consustancial a ellos, ello sumado a su hedonista búsqueda del máximo de comodidad, sin importar su precio.
Un ambiente turbio, donde se mezclan adicciones con humo y alcohol, luces que se prenden y se apagan en un hormiguero donde resulta imposible transitar. Desde hace tiempo los jóvenes son explotados además en un “meganegocio” de la supuesta “diversión” acorde a la personalidad en que masivamente han sido deformados. Ruido (que no podemos llamar música) y narcotráfico, así, van de la mano.
Los jóvenes hoy llaman “diversión” a la denominada “industria del espectáculo”, mediante la cual asisten a sitios de gran hacinamiento en lugares que es imposible que estén en condiciones para agrupar multitudes o soportar siniestros.
Recordemos que después de Cromañón, en 2012, durante el gobierno de Macri en la Ciudad de Buenos Aires, en el boliche “Beara”, dos jóvenes murieron a consecuencia de un derrumbe. Enton-ces, fueron procesados funcionarios del área de habilitación por la percepción de coimas.
Hay “zona liberada” que permite estas situaciones. Pero esto no solo es un daño por las muertes ocasionadas, sino el mayor daño es a sus almas, el buen gusto suprimido, y el desenfreno que sustituye la armonía y equilibrio que debe reinar en el corazón y la inteligencia juvenil.
Esta vez, el empleo de “drogas de diseño” que circulan en las “fiestas electrónicas” señala la existencia de esa “zona liberada”. Por eso, quienes consumen metanfetaminas deben hidratarse constantemente, pero las canillas de los baños estaban cerradas, para obligar a quienes consumen esas drogas a comprar botellas de agua, cuyo precio según lo anunciado previamente el evento en el portal de la empresa organizadora Time Warp, era de $60, aunque llegaron a venderse a 100$ durante la “fiesta”.
Fue premeditado que escaseara el agua, y esto es una señal de acuerdo entre los dealers y los organizadores, hecho que debería ser investigado, ya que se trataría de una asociación ilícita para dañar el alma, la vida, la salud y el futuro de los jóvenes.
La Justicia ha clausurado Costa Salguero, presuponiendo ello que la responsabilidad se extiende a los propietarios del salón, quienes abonan además un ínfimo canon a la Ciudad, y en cuya empresa concesionaria participa Fernando Polledo Olivera, el esposo de la vicepresidente primera de la Legislatura porteña. Desde la Agencia de Control Comunal se informó que el lugar se encontraba “debidamente habilitado”. Pero tal operación de intoxicación masiva de los jóvenes no puede suceder sin la connivencia del Estado.
Existe un doble parámetro, pues mal pueden funcionarios resguardar en nombre de la “moralidad” la inconducta y la connivencia con presuntos narcotraficantes, mientras fogonean la excrecencia cultural. Los jóvenes merecen ser formados equilibradamente, y a su vez en el marco de una libertad basada en la Verdad, ejercer su derecho al sano ocio. Pero a su vez debe ser liberada de sus verdugos materialistas, incluyendo a los narcotraficantes y sus cómplices estatales. Los jóvenes deben darse cuenta de que están siendo engañados. Hay además padres cómplices, en medio de una sociedad ciega e indolente y rendida, a manos de quienes dicen cuidar del Bien Común. Porque el Bien Común no son sólo buenas intenciones, ni oportunistas promesas electorales.