Por Alberto
Medina Méndez
En tiempos como estos, que parecemos entregados,
resignados,
con absoluta bronca e impotencia, es bueno revisar idea
y tratar de entender lo que está pasando.
con absoluta bronca e impotencia, es bueno revisar idea
y tratar de entender lo que está pasando.
Espero que sirva para reflexionar,
debatir y difundir.
debatir y difundir.
Alberto Medina Méndez
desde Corrientes,
Argentina
Ciertos
hechos, algunos malos hábitos, parecen haberse incorporado al paisaje cotidiano
y vinieron para quedarse aparentemente. Es que la sociedad ha iniciado un
proceso de naturalización de sus errores, considerando normal, a lo
inaceptable.
La
corrupción es, en ese sentido, uno de los paradigmas más fuertemente instalados
en la comunidad. Ya es parte de la escenografía y empezamos a asumirla como una
cuestión con la que debemos convivir.
Hasta
hace poco, solo repetíamos aquella cita, que se atribuye a Benjamín Franklin,
que dice que “en este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la
muerte y los impuestos”. Pues habrá que agregarle de algún modo una nueva
certeza, la de cohabitar con la corrupción.
Que
la política haya hecho un despliegue de sus artes, perfeccionando la forma en
la que se financia, que los perversos sigan aprovechando sus éxitos electorales
para enriquecerse a costa de la ingenuidad de muchos, y la pasividad de otros,
puede admitirse como esperable. Pero lo que no es aceptable, es que una
sociedad que despotrica contra la deshonestidad acepte mansamente esa realidad,
con impotencia, se entregue y claudique.
La
inútil retórica que intenta repartir responsabilidades entre los que corrompen
y los corruptos, no justifica a los espectadores de esta historieta. Somos
parte del sistema. Lo que ocurre, sucede, por nuestro silencio, indiferencia y
complicidad, aunque esta parezca involuntaria. La sociedad toda, parece
superada por su impotencia, por no encontrar el modo de superar este presente.
Que
existe un sector prebendario en la actividad pseudo privada no caben dudas, y
es importante aclarar que llamarlos empresarios sería ofender a quienes toman
riesgos a diario y realmente merecen llevar ese nombre.
Pero
la corrupción no existe porque unos son los malos y otros los buenos. Seguir
recorriendo el ingenuo diagnostico de que este es un problema de moral, de
dirigentes que se tuercen en el camino, es probablemente demasiado infantil.
La
corrupción tiene muchas explicaciones, pero fundamentalmente su denominador
común es que alguien puede contratar discrecionalmente, decidir en forma
arbitraria, le resulta posible tomar definiciones con poco nivel de consulta y
control, porque no hay transparencia y cada vez mas tenemos un estado
gigantesco, que crece porque una sociedad demandante pretende delegar todo en
el paternalismo del sector público.
Hay
que asumir las ideas que se defienden y hacerse cargo de ello. Un Estado grande
implica, altos niveles de discrecionalidad, y eso es directamente proporcional
a los niveles de corrupción
Luego,
habrá matices, dirigentes más honestos y de los otros, pero debe preocupar lo
estructural, y no lo anecdótico. No se trata solo de personajes mejores y
peores, sino de sistemas que permiten que todo esto sea posible, y que nadie,
ni los que gobiernan, ni los otros, están dispuestos a modificar.
Asumir
que este es un problema de algunos, es hacer un reduccionismo improcedente.
Culpar a los que están y eximir de culpas a los que no gobiernan, es no
entender cómo funciona. Que la casta, la corporación política y la de los
intereses que defienden esta dinámica, perseveren en su creatividad, y sigan
encontrando ocurrentes modos de permanecer en su inercia, no nos puede
extrañar.
Lo
inaceptable, es que la victima de esta historia, el electorado, la ciudadanía,
siga avalando con su connivencia esta continuidad, bajo débiles argumentos como
aquel que dice que “no se puede hacer nada”.
O
peor aún, justificando su postura timorata en el “todos roban”. Está claro que
ésta visión muestra el nivel de impotencia y de resignación que nos invade.
Pero asumir que las cosas no pueden ser modificadas sin entender el problema e
intentar seriamente cambiar el rumbo, no es saludable, para estas generaciones
y mucho menos para las que vienen y esperan de nosotros, con consistencia por
cierto, un gesto adecuada, el correcto.
Tan
patética es la percepción de la sociedad que muchos aceptan la perversa
reflexión de asumir aquel “roba, pero hace”, como si una cosa justificara la
otra, y como si el hecho de ser ejecutivos y promover obras, lo eximiera de
responsabilidades. Es más, muchas veces, esa ejecutividad, es la que explica
claramente los altos índices de corrupción. Más se puede robar cuanto más se
puede mostrar.
No
quedará fuera de este recorrido la temible frase de “estos roban más”, como si
fuera una cuestión cuántica la que define la moralidad de los actos. Algo así
como que si roban poco está bien, pero si roban mucho esta mal. Completa el
pobre paisaje aquello de “pero los otros eran más burdos”, como si se tratara
de una cuestión de formas, de sutilezas, de disimulos.
El
tema de la corrupción es complejo, pero su solución pasa por enfrentarlo con el
diagnostico preciso y no de eludirlo, pensando que se trata solo de personajes
deshonestos. El sistema es corrupto, no los seres humanos. El esquema vigente
lo hace posible, y no la malicia de los circunstanciales actores. Hasta que no
asumamos la gravedad del asunto, y los ciudadanos no decidamos dejar de ser
funcionales a esta realidad, por lo visto y por algún tiempo, seguiremos en
esta dinámica de consentir lo inadmisible.
PUBLICADO
EN EL DIARIO ÉPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL MIÉRCOLES 14 DE SEPTIEMBRE DE
2011