domingo, 19 de mayo de 2013

NOTA Y CARACTER DE LA IDENTIDAD ARGENTINA



Por Patricio Lons. 



Las naciones pueden identificarse por su raza, credo, lengua, historia compartida o territorio, o por varias de estas condiciones juntas. Cuanto más definida es una nacionalidad, mayor conciencia tiene de sí misma y mejores relaciones puede construir con otros pueblos y naciones. Cuanto mayor es la identificación con la tierra, más universal se puede ser, se puede convivir mejor con otros y puede defenderse mejor.  
Nuestra identidad es un propósito muchas veces percibido pero no siempre internalizado en cada uno. He aquí mi aporte.
La identidad que nos da el cobijo necesario a nuestra alma nacional, desde el Plata a los Andes, desde la Antártida a California, es de carácter hispano católica. Esta se refleja en cuestiones y valores trascendentales más allá de las posturas políticas de cada sector e individuo; por ejemplo, si la mayoría de los argentinos adhieren a una Argentina que sea políticamente soberana, económicamente independiente y socialmente justa, con un liderazgo honesto, donde se valore la vida desde la concepción, el amor a nuestra tierra, el cuidado de nuestra lengua como protectora y canal de nuestras ideas, convicciones e intereses, esa mayoría adhiere a un ideal hispano y católico, ideal que abreva en raíces greco latinas, aunque esas personas sean nietos de abuelos orientales y budistas, rusos y judíos, sirios y musulmanes, sajones y luteranos o latinos y católicos, e incluso ateos de cualquier origen que sigan deseando esas mismas convicciones. Pues ha sido un carácter y un sueño tan fuerte para numerosas colectividades, que muchos miembros de ellas, adhirieron al mismo agradecidamente, fundiéndose en un gran amor argentino. Esta nota cultural, se ve en los valores que defendieron caudillos, soldados, federales, nacionalistas, radicales, peronistas y algunos conservadores. Tal fue su valor fundacional que en los tres primeros siglos de historia común americana, los aborígenes adhirieron a España y a la Iglesia, a punto tal que siguieron fieles al rey hasta 1834, diez años después de la última batalla en Ayacucho, ondeando la bandera de las Indias hasta ese año, bandera que ostentó el Regimiento 1 Patricios y conocida como las aspas de Borgoña. Nuestra primera enseña nacional con la que peleamos y triunfamos en las invasiones inglesas.
Y en los tiempos modernos, se reflejó en el coraje puesto, por cada soldado que se sintió absolutamente acriollado, en la guerra del Atlántico Sur en 1982. De tal manera que luego de la derrota, nos invadieron con sectas y nos destruyeron el idioma y la mente con la banalización de los medios, la destrucción de la educación y la cultura y la legislación que socava a la unidad familiar. Todo con la complicidad de argentinos que se olvidaron de serlo. Con la devastación de nuestra alma, avanzar sobre nuestras riquezas, fue solo un paso, fue el avance esperable de intereses extranjeros sobre nosotros. Ese carácter que hace a nuestro espíritu, que nos permitiría permanecer como entidad y no desaparecer como una página olvidada en una biblioteca, es el que debemos recuperar para ser otra vez argentinos y cumplir nuestro destino universal en el tiempo.

MONS. AGUER: “ES EL ESPIRITU SANTO EL QUE NOS MUEVE A NOSOTROS A SER TESTIGOS DE CRISTO”



Este domingo la Iglesia celebra la Solemnidad de Pentecostés o Fiesta del Espíritu Santo, por ello Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, dedicó su reflexión televisiva semanal en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (América TV), para explicar tres funciones claves del Espíritu Santo y señaló que el episodio de Pentecostés muestra que “es el Espíritu Santo el que convoca a hombres de todas las lenguas que se unen en la confesión de la misma fe; allí nace la Iglesia y empieza su derrotero por el mundo”.
Afirmó que “es el Espíritu Santo el que anima a los cristianos a no tener miedo, o a superar el miedo; a no tener vergüenza, o a superar la vergüenza para ser testigos de Jesús. No tanto con el discurso cuanto con el testimonio de la propia vida, a pesar de las oposiciones y aun de las persecuciones”.
Comenzó indicando que “al Espíritu Santo, Jesús, en el Evangelio, lo llama el Paráclito” cuya traducción es “abogado, defensor, consolador” y desde la etimología se puede decir “que Paráclito designa al Espíritu Santo como Aquel al cual nosotros invocamos para que venga a nuestro lado. Por ello, añadió, “tenemos que entablar una vinculación, una relación con el Espíritu Santo que nos acompaña en el camino de la vida cristiana” y “tendríamos que acostumbrarnos a definir nuestra condición cristiana por la relación con el Espíritu Santo.
Luego desgranó tres funciones del Paráclito. Primero que “es Espíritu de la Verdad” porque “el Espíritu Santo prolonga y actualiza la función de Jesús como maestro; es el maestro interior. Nos enseña a través del magisterio y la tradición de la Iglesia y moviéndonos e iluminándonos para que adhiramos a esa verdad que la Iglesia nos propone”.
“En segundo lugar: Al Espíritu Santo lo llamamos santo porque su función es santificarnos, hacernos participar de la santidad de Dios. Es el Espíritu Santo el que en nosotros hace crecer las virtudes y por medio de sus dones nos ayuda a ir venciendo, poco a poco, nuestras propias resistencias, a superar el pecado y a dejarnos guiar dócilmente por él”, dijo el prelado platense.
Y la tercera función del Espíritu Santo, en relación a nosotros, es que Él es quien da testimonio de Jesús” comentando que esto se observa “en el libro de los Hechos de los Apóstoles: cómo la primera predicación de la Iglesia, protagonizada por los apóstoles, consiste en dar testimonio de Cristo resucitado. Es el Espíritu Santo el que hacía a los Apóstoles mostrar el cumplimiento de las Escrituras en Cristo resucitado, dar testimonio de que aquel que fue crucificado ha resucitado y es el Señor de la historia.
Mons. Héctor Aguer también destacó que “en la vida de la Iglesia, es el Espíritu Santo el que nos mueve a nosotros a ser testigos de Cristo. Tenemos que reconocer que hay una oposición entre el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, la inspiración que él nos brinda y lo que podríamos llamar el espíritu del mundo y su lógica contraria al Evangelio y a los valores propios de la fe cristiana”.
Además consideró que “estas realidades no deben ser entendidas en un sentido individualista” pues si bien “hay una relación personal con el Espíritu Santo y el Espíritu Santo es el que funda nuestra identidad personal como cristianosel “Espíritu es correlativo al Cuerpo de la Iglesia, a la comunidad de la Iglesia, a la gran familia de los hijos de Dios. El episodio de Pentecostés precisamente está mostrándonos eso: Es el Espíritu Santo el que convoca a hombres de todas las lenguas que se unen en la confesión de la misma fe; allí nace la Iglesia y empieza su derrotero por el mundo”.

Adjuntamos el texto completo de la alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:
“Todos los años la Solemnidad de Pentecostés nos ofrece la posibilidad de pensar, o de repensar, nuestra relación con el Espíritu Santo. Por supuesto que en esta breve charla no podemos decir grandes cosas, pero sí recordar algunos puntos que son de catequesis fundamental y que, a veces, olvidamos”.
“Al Espíritu Santo, Jesús, en el Evangelio, lo llama el Paráclito. Esta palabra, que suena un poco rara porque viene del griego, suele ser traducida como abogado, defensor, consolador. Si nos atenemos a la etimología podríamos decir que Paráclito designa al Espíritu Santo como Aquel al cual nosotros invocamos para que venga a nuestro lado”.
“Este dato implica que nosotros tenemos que entablar una vinculación, una relación con el Espíritu Santo que nos acompaña en el camino de la vida cristiana. A veces pensamos en Dios Padre, por ejemplo, cuando rezamos el Padre Nuestro; o en Jesús y definimos nuestra condición cristiana por relación a Cristo; pero también tendríamos que acostumbrarnos a definir nuestra condición cristiana por la relación con el Espíritu Santo. Y al respecto voy a decir tres cosas”.
“Al Espíritu Santo, Jesús lo llama también Espíritu de la Verdad. Y les decía a los Apóstoles que el Espíritu Santo les enseñaría todo, los haría entrar en la verdad total y además les recordaría siempre lo que Jesús ha enseñado. En este sentido el Espíritu Santo prolonga y actualiza la función de Jesús como maestro; es el maestro interior. Nos enseña a través del magisterio y la tradición de la Iglesia y moviéndonos e iluminándonos para que adhiramos a esa verdad que la Iglesia nos propone. El sentido de la fe que tiene el pueblo de Dios procede de la acción del Espíritu Santo. Cuando leemos la Sagrada Escritura, tenemos que invocar al Espíritu Santo para que él nos abra el sentido del texto sagrado de modo que podamos percibirlo como Palabra de Dios”.
“En segundo lugar: Al Espíritu Santo lo llamamos santo porque su función es santificarnos, hacernos participar de la santidad de Dios. Es el Espíritu Santo el que en nosotros hace crecer las virtudes y por medio de sus dones nos ayuda a ir venciendo, poco a poco, nuestras propias resistencias, a superar el pecado y a dejarnos guiar dócilmente por él”.
“Hay una vieja oración litúrgica que dice que el Espíritu Santo es el perdón de los pecados. Quiere decir que el perdón de los pecados nos viene por la comunicación del Espíritu Santo. Esto aparece con claridad en el rito del Sacramento de la Reconciliación; pero pensemos que en todos los sacramentos hay una invocación al Espíritu Santo para que Él obre, a través del sacramento, la gracia que nos santifica, que nos hace participar de la santidad de Dios”.
“La tercera función del Espíritu Santo, en relación a nosotros, que quisiera destacar, es que Él es quien da testimonio de Jesús”.
“Lo vemos por ejemplo en el libro de los Hechos de los Apóstoles: cómo la primera predicación de la Iglesia, protagonizada por los apóstoles, consiste en dar testimonio de Cristo resucitado. Es el Espíritu Santo el que hacía a los Apóstoles mostrar el cumplimiento de las Escrituras en Cristo resucitado, dar testimonio de que aquel que fue crucificado ha resucitado y es el Señor de la historia”.
“En la vida de la Iglesia, es el Espíritu Santo el que nos mueve a nosotros a ser testigos de Cristo. Y en este sentido tenemos que reconocer que hay una oposición entre el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, la inspiración que él nos brinda y lo que podríamos llamar el espíritu del mundo y su lógica contraria al Evangelio y a los valores propios de la fe cristiana”.
“Es el Espíritu Santo el que anima a los cristianos a no tener miedo, o a superar el miedo; a no tener vergüenza, o a superar la vergüenza para ser testigos de Jesús. No tanto con el discurso cuanto con el testimonio de la propia vida, a pesar de las oposiciones y aun de las persecuciones”.
“Para terminar, digamos que estas realidades no deben ser entendidas en un sentido individualista. Sin duda hay una relación personal con el Espíritu Santo y el Espíritu Santo es el que funda nuestra identidad personal como cristianos, pero el Espíritu es correlativo al Cuerpo de la Iglesia, a la comunidad de la Iglesia, a la gran familia de los hijos de Dios. El episodio de Pentecostés precisamente está mostrándonos eso: Es el Espíritu Santo el que convoca a hombres de todas las lenguas que se unen en la confesión de la misma fe; allí nace la Iglesia y empieza su derrotero por el mundo”.