Por Ricardo Díaz
“Un mal que he visto debajo del sol es un desacierto que emana del soberano. Es puesto el inepto en muchos puestos elevados y los aptos se sientan abajo”. (Eclesiastés 10, 5-6)
¿Qué es la política? Es la ciencia arquitectónica y gobierno al servicio del Bien Común. Es lo primero en el orden natural. Es la actividad más noble en la cual puede aspirar un hombre. Es el arte de lo posible, es decir, es la obra bien hecha.
Pero, además de ciencia y arte es, principalmente, por tener como fin al bien común, una actividad moral. Prueba de ello es que cuando se deja de lado la moral deviene en una simple actividad para el bien propio y para alcanzar el poder por el poder mismo, y si ya se lo tiene, para conservarlo el mayor tiempo posible, sin reparar en los medios para lograrlo, tal como le aconsejó Maquiavelo al príncipe en el siglo XVI, dando así origen a la degradación de la política que continúa hasta nuestros días.
Luego, en el siglo XVII, John Locke, en Inglaterra, difunde el criterio de acuerdo al cual la política es rebajada al rango de instrumento del comercio. Y en 1789, en Francia, se profundiza la degradación de la política, a través de la Revolución que pone a la libertad al frente y por sobre el bien común. Luego resultó que dicha “libertad” consistía en la libertad de guillotinar a todo aquél que pensara distinto.
Contemporáneamente asistimos a una nueva y mayor y más sofisticada degradación de la política: la tecnocracia. Ajena totalmente a la moral del orden social en nombre del progreso y la democracia, robotizando todo y programando la vida de cada individuo dentro de una planificación universal, dentro de una aldea global.
Y así hemos arribado, a través de varios siglos, a todo lo contrario de los conceptos vertidos al principio de esta nota respecto de qué es la política. Por eso, para muchas personas, actualmente, política es sinónimo de corrupción; de promesas preelectorales incumplidas; en idioma argentino: de chanterío. Pero, sería muy saludable que no nos quedemos en la queja sufriendo el dolor que nos causa todo esto, y busquemos la forma de restaurar la política en todos sus valores y principios.
Y uno de esos valores, o principios ó virtudes, es el patriotismo. Otra palabra igualmente manoseada, mal entendida por muchos. El amor a la patria, con todos sus bienes materiales y espirituales, es lo fundamental de la política, necesaria a todo miembro de la sociedad y, sobre todo, si se quiere llegar a ser un buen gobernante. Patriotismo, entrega al bien superior, y espíritu de servicio, son las bases esenciales para la buena política.
Otro valor, actualmente olvidado, es la prudencia política, antiguamente llamada sabiduría, que no es lo que observamos hoy en los políticos, a los cuales sólo se les puede reconocer una cierta “habilidad”. Habilidad para las intrigas, los contubernios; los negociados; las coimas; etc., sino la sabiduría que, en el orden práctico, dirige a una sociedad, de manera efectiva y de acuerdo a sus necesidades reales. Hoy día tenemos gobiernos que imprudentemente satisfacen “necesidades” que, en realidad, son lujos, como el restaurar un teatro aristocrático mientras en antiguos colegios estatales se caen los techos, ó muchos hospitales están mal equipados; ó no invertir en la infraestructura de la ciudad en que, tras una mañana de lluvia se convierte en una nueva Venecia. Entonces, como vemos, es fundamental la prudencia política para saber poner prioridades tendientes siempre al Bien Común.
Otro valor o principio de la política bastante olvidado también, es el orden. El orden es lo mejor que tienen las cosas. Si hay orden en el universo, para su mejor gobierno, también debe haber orden en el universo político. Donde hay desorden hay confusión; donde hay confusión no hay tranquilidad; y donde no hay tranquilidad no hay paz.
Desde sus primera páginas, la Biblia nos muestra que en el principio de la creación, Dios pone orden en todas las cosas, y separa la luz de las tinieblas; la tierra del agua; y así sucesivamente y prudentemente y en orden, cada cosa en su tiempo respectivo. Cuando todo estuvo en orden descansó. Por el contrario, si todo hubiese estado desordenado el Creador no hubiera estado tranquilo, no hubiera tenido paz. Entonces no pretendamos tenerla nosotros, cuando todo a nuestro alrededor es un caos total e infernal, en que todo se subvierte, incluido lo natural, y llegamos al fondo del abismo, por ejemplo, con los casamientos de hombres con hombres y mujeres con mujeres. Entonces ¿qué paz, qué tranquilidad puede haber en semejante desorden? : ninguna.
Y ¿por qué actualmente se han perdido todos estos valores ó principios mencionados?. Hemos dicho anteriormente, que desde Maquiavelo al día de hoy, la política se fue degradando continuamente, poniendo como verdades principales aquellas cuestiones que no lo son, entonces, lógicamente, devino un desorden en todos los aspectos de la vida que terminan abrumando al hombre y llevándolo al borde del abismo. Por lo tanto, el no tener en cuenta estos principios es no haber entendido en absoluto que es la política. Señores políticos: lean de nuevo, si es que alguna vez lo leyeron, el Génesis, y en ese primer libro de la Biblia aprenderán que es la prudencia y el orden, es decir, aprenderán qué es la política.
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