Por José Antonio Gradín
"Y bienaventurado aquél que no se escandalizare de mi". (Mt. XI, 6.)
Estando en Bs As por razones laborales, el lunes 6 de diciembre participé a la Misa vespertina en la Catedral Metropolitana, donde el sacerdote al final de la Misa en los clásicos avisos parroquiales, informó a los pocos fieles que allí estábamos que las pintadas en las paredes exteriores de la Catedral no se iban a limpiar hasta cerca de Navidad pues se esperaban varias marchas anticatólicas. Hasta ahí escuche un lógico razonamiento práctico de orden económico, propio de esta posmodernidad.
Pero lo que me dio gran indignación y fastidio es que para el viernes 10 de diciembre -no se sabe a que hora, aclaró el sacerdote-, se espera una gran marcha de los apóstatas, que con la excusa de que los borren de los registros parroquiales van a realizar una marcha con las consiguiente pintadas agraviantes contra Nuestro Señor Jesucristo y la Iglesia.
Cerrando la información sobre estos gravísimos hechos, el padre dijo que no quería escuchar ningún comentario, pues era suficiente el dolor del Cardenal por las almas de esas personas que renegaban de su fe y que la plata que se estaba recolectando en los sobres para la conservación edilicia de la Catedral estaba contemplada los daños de esta criminal afrenta.
Al terminar la Misa le pregunté a una señora que se la veía muy acongojada, que haría su esposo e hijos varones si supieran que unos atorrantes le iban a pintar la pared de su casa con leyendas agraviantes hacia su familia. Fue muy clara su respuesta, tanto como su afirmación que era una verdadera ignominia sacrílega esperar que escriban blasfemias y luego repintar como si nada hubiera pasado.
Hasta aquí los hechos que conozco.
Ahora me pregunto y pregunto a los varones que viven en Santa María de los Buenos Aires:
¿Hasta cuando vamos soportar estas blasfemias y afrentas, lamentándonos después de los hechos, y culpándonos unos a otros mediante grandes escritos que son verdaderos bandos de guerra de batallas perdidas de antemano, por no haber estado en el teatro mismo de operaciones en el momento adecuado?
¿Tenemos acaso vergüenza del escándalo y del oprobio por defender en horario de trabajo y en pleno centro, hasta dar la última gota de sangre si es necesario, la Catedral Metropolitana de la Nación Argentina, que como la más modesta capilla, guarda en su interior el preciosismo Cuerpo y Alma, Sangre y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo?
Yo personalmente voy estar el día viernes entre el Sagrario, el atrio y la oficina.
Dios quiera que seamos muchos, no para solamente poner un muro a la barbarie y al ateísmo militante que destruye nuestras familias y desintegra nuestra Nación, sino fundamentalmente para dar testimonio de nuestra fe, de la fe en que se fundó nuestra bendita Nación Argentina.
Que la Virgen de Luján, Patrona de nuestro Pueblo, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, nos dé el ánimo suficiente para estar junto a su Hijo en la humillación y el martirio.
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