Por Antonio Caponnetto
El soplo de Judea
cubre el duro pesebre.
No hay frío que te quiebre
el regazo materno que alborea.
Te acecha hasta el rocío,
la fatiga apuñala.
Tu verbo es voz que exhala
un hágase hecho fuego o desafío.
Todo es pobreza en torno,
mulas, bueyes, rastrojos.
Pero alzaste tus ojos
y fue holgura de estrellas el contorno.
Atrás la peripecia
que anunciara Isaías,
las noches con sus días
la niebla indócil, este sol que arrecia.
Por delante el cauterio
sangriento y herodiano:
Al vuelo de tu mano
el himno muerto se volvió salterio.
Un presagio de cruces,
tormentosos calvarios.
Prefiguras rosarios
y el cielo monta guardia de arcabuces.
Simeón que predice
tu corazón lanceado.
Mas no hay en tí pecado,
el carillón del templo te bendice.
Señora a quien no encierra
su talón la serpiente.
María resistente
devuélvenos la patria en esta tierra.
Si lo quieres, Señora,
al pliegue de tu manto
como ayer en Lepanto
la gracia marchará conquistadora.
Con tu capellanía
será amable el exilio.
Danos, Madre, tu auxilio,
queremos ser las tropas de María.
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