Por Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila
(LMGSM 1 - CMN 73 - VGB)
Los argentinos vivimos un fraude político que institucionalizo el país violando las bases acordadas en la Constitución Nacional en 1853/60 y, al aceptarlo, somos culpables de una gran mentira que esta destruyendo el mañana y negándonos el porvenir.
Los argentinos vivimos una gran mentira que se acepta voluntariamente al pensar que ella es una verdad por sus consecuencias irreversibles, con lo que estamos cometiendo un maligno fraude que desdice a nuestras propias capacidades como partes de una gran Nación. A lo largo del Siglo XX se produjo, en fases sucesivas, la ruptura de la continuidad esperada de acciones que deberían haber llevado a nuestra tierra de promisión a ser uno de los lugares mas atractivos y felices de la Tierra.
La realidad entre lo que deberíamos ser y lo que somos, es tan evidente, que su contundencia alcanza a la opinión de cuantos se interesan por nuestro país, posiblemente alentados por sus propios intereses, pero que son un que,mensaje, aparentemente, no nos llega para motivarnos a la necesaria y oportuna reacción. Los sociólogos alarmados por esta inercia señalan que los argentinos como sociedad estamos enfermos psicológicamente ya que padecemos de lo que se denomina "trauma psicológico social". Este trauma es característico en las sociedades que quedan sometidas a los efectos de las guerras o los cataclismos, donde desaparece la convivencia, se debilita la solidaridad dando lugar a la violencia y el egoísmo justificados por el intento de sobrevivir ante la desgracia irremediable e imparable.
Cuando se analizan las consecuencias de las guerras y cataclismos se observa que el trauma aparece en aquellas sociedades "débiles", es decir que no han logrado conformar su cuerpo social adecuadamente con un factor básico cultural y uno consecuente que son los gobiernos que conducen a la comunidad. Los desastres recientes en Japón y Haití de amplia difusión muestran extremos cuya valorización comparativa no requiere nuevos argumentos para su fundamentación.
Lo extraño para nuestro caso es que el trauma se produce no como consecuencia de una guerra o un cataclismo sino es una reacción psicológica intelectual que se origina de la frustración ante el convencimiento de la existencia de un potencial y la idea de que el mismo no esta adecuadamente materializado. Es decir, la observación que se realiza sobre nosotros desde el exterior tiene similitud a lo que nosotros pensamos, es decir "no somos lo que podemos ser". Ello lleva en primera instancia a negar el esfuerzo para e logro bien común y en segunda, como consecuencia, reclamar las ventajas de otros por entender que lo que obtienen no es particular sino fruto de la comunidad y, al no lograrlo, se recurre a la "violencia" o, lo que es mas refinado pero peor, a imponerlo como mayorías que no respetan los derechos minoritarios bajo las argucias de la ley.
Argentina no padece de un mal originado por ninguno de los característicos en otras sociedades. En nuestro país no hay problemas religiosos, étnicos, culturales o ideológicos y si tenemos una capacidad económica deslumbrante por lo que los orígenes de nuestro decaimiento no esta en ninguna de esas raíces. Pero, a poco de seguir nuestra historia, se puede fácilmente descubrir que la raíz de este desencuentro es característicamente política. Argentina, una tierra amplia y generosa, abrió sus destinos bajo el símbolo de la libertad y, con el, se dejo que cada habitante busque su realización plena y aun, como gesto de nobleza, busque hacerlo por sus propios intereses privados.
Es posible que esta apertura de libertad individual plena no tuvo en cuenta que ella dentro de una sociedad tiene la restricción de la misma en los demás y los efectos reguladores que ofrece la ley. Sin embargo, para orgullo de nuestro pasado, después de casi medio siglo de desencuentros, logramos esa ley básica que es la Constitución Nacional de 1853, es decir, los prohombres del pasado argentino acordaron las bases para la organización y funcionamiento en esta tierra de nuestra Nación. La Carta Magna contiene en su inicio la forma de gobierno a adoptar que es el sustento y cimiento de toda la estructura que nos hace una organización integrada interiormente y libre e independiente ante el exterior. El articulo 1ro, señala que la forma de gobierno será "representativa, republicana y federal" por lo que si sigue la evolución de las instituciones a lo largo del Siglo XX se vera con absoluta claridad como se burla (legalmente) lo pactado y, consecuentemente, se construye una organización diferente a lo acordado.
La institucionalización de Argentina, a partir de la década del 1930, siguió un curso diferente al inicial. Es decir los logros que a principios del Siglo XX nos hicieran un país relevante, se olvidaron para llevarnos a una nación débil y maltrecha que en el espíritu de los argentinos crea esa frustración que es el origen de nuestro mal. La razón tiene una simplicidad que asuste por ser tan clara, se dejo de tener gobernantes desde una metodología "federal" (territorial) para hacerlo desde "ideologías" que luego se agrava mezclándose con el "corporativismo". Los electorados provinciales quedan sumidos por los partidos políticos nacionales y una nación que había pactado ser "federal" se convierte en los hechos institucionales en "unitaria", que, ,para mayor mal, actúa sobre los principios también determinados de "republica" con lo que la "representación" deja de tener el sentido atribuido a esta función. En síntesis, durante el Siglo XX, los argentinos hemos destruido consciente y políticamente la "forma de gobierno" y, al hacerlo, debilitamos la estructura de formación del poder de quienes delegamos sean los que nos gobiernen.
La Nación en su sociedad tiene una base que es la comunidad y una herramienta que es el estado, entre uno y otro hemos acordado la existencia del gobierno que debe conocer las necesidades y aspiraciones de aquella conduciendo la implementación en este. Si el gobierno tiene como objetivos (como es actualmente).imponer ideas (ideologías) o atender intereses (corporaciones) no puede atenerse a lograr materializar los intereses y necesidades y, consecuentemente, se forma una institucionalización (estado) que responde a los primeros (ideologías y corporaciones" y no a los segundos (necesidades y aspiraciones) que es el espectro gubernamental del presente.
Esta situación real y concreta es el escenario que ha creado un régimen que al estar institucionalizado resulta difícil de no aceptar e imposible querer actuar fuera del mismo, lo que obliga a todos aquellos que quieren por medio de la política llegar a ser gobierno a adaptarse y actuar bajo sus normas. Sin embargo aquellos que entiendan la falsedad del sistema y la necesidad urgente de salir del mismo para salud y prosperidad del país, deberían incorporar en sus bases de oferta electoral esta premisa de compromiso de reformular institucionalmente a los poderes para que ellos se ajusten absolutamente a lo pactado y acordado en 1853 y ratificado en 1860, pues al hacerlo lograran enderezar la marcha evolutiva de Argentina y nosotros tendremos nuevamente la posibilidad de ser miembros ciudadanos de una gran nación.
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