Colaboración de Justo J. Watson
justojwatson@gmail.com
Junio 2011
De la mano de Internet, hoy nos resulta fácil dar un rápido giro virtual al globo. Está al alcance de todos observar (y aprender) que en naciones con Estados intervencionistas, como nuestra Argentina, la libertad de elección de la sociedad se encuentra restringida. Que en repúblicas aún más totalitarias (y pobres), como la socialista Tanzania, esta libertad es casi nula. Y que en países de mercado relativamente libre, como la capitalista Singapur, las personas gozan de una mayor libertad de elección.
¿Por qué decimos esto y qué significa libertad de elección?
Lo recordamos suponiendo que el objetivo de máxima de todo Estado y -dos pasos evolutivos más allá- de cualquier sistema de ordenamiento comunitario, es la felicidad de la gente. Felicidad que puede definirse, socialmente y de acuerdo a su interpretación más avanzada, como libertad de elección.
En efecto: una persona es más feliz cuanta mayor sea su posibilidad de elegir. De optar libremente entre distintos bienes, como dónde y con qué nivel de excelencia educará a sus hijos, a quién ayudará económicamente, qué motocicleta 0 Km. comprará, en qué momento dejará de ser víctima de un matrimonio violentador, cuál oferta laboral aceptará, a qué sistema jubilatorio, sindical o de medicina prepaga elegirá aportar, con qué ropa nueva se gratificará, qué crédito tomará para mudarse o para equipar mejor su casa, qué servicios de seguridad contratará en esta etapa de su vida, etc.
Siendo “la sociedad” una entelequia inexistente (¿alguien vio y tocó alguna vez una sociedad?) definida como la simple suma de las mujeres y hombres que coinciden en una misma comarca con diferentes sueños, problemas y necesidades, la posibilidad real para la mayor cantidad de personas de elegir y acceder a cosas percibidas como bienes, coincidirá siempre con la mayor felicidad social posible.
Todo gobierno que coarte la diversidad y contundencia de estas opciones, trabaja contra la felicidad de su pueblo. Sea por bloqueo intervencionista a producciones e importaciones o bien imponiendo políticas económicas anti-capital, que dinamiten el puente de acceso de los más al dinero necesario para efectivizar estas elecciones personalísimas.
Ciertamente el dinero no lo es todo. No hace, compra ni asegura una vida más plena y feliz, pero ayuda en un… ¿80 %?
Un gobierno que desee realmente, sin intereses de clase ni mafia de por medio la felicidad de su pueblo, procurará mediante protecciones inteligentes que cada persona de esa sociedad disponga de más dinero honestamente ganado, como facilitador de bienestar. Sin importar que haya quien acumule o gaste más y quien acumule o gaste menos, mientras todos tengan oportunidad cierta de mejorar su ingreso (lo contrario sería dar preeminencia a los factores resentimiento, parasitismo y sobre todo envidia).
Hace 100 años, hacia la época del Centenario y bajo ideas liberales, nuestro país había logrado ubicarse entre los 7 mejores del mundo con todo lo que eso significaba como proceso en marcha de mejora general. Y… desde hace unos 66 años, radicales socialistas y militares pero sobre todo peronistas, vienen tratando de detenerlo… basados en intereses de mafia y de clase.
Lo lograron en casi toda la línea: el resultado de su idiotez serial es terrorífico; de gran crueldad para con los que menos tienen.
Una manera de hacerlo visible pasa por el análisis de posiciones de ranking, que pueden aparecer como frías y abstractas pero que explican los sufrimientos de la pobreza como enfermedades, agobios y muertes prematuras, des-educación, subempleo y estrés por impotencia con demolición de esperanzas, vejaciones que clavan sus garras con particular saña entre los más indefensos.
Recorriendo el índice de ingreso per cápita publicado por las Naciones Unidas, veremos que en el 2009 la Argentina ya ocupaba el puesto número… ¡50! con escasos 14.559 dólares (los primeros datos de cierre 2010 ahondan este naufragio), mientras que la socialista Tanzania era la economía 149° con un ingreso medio de 1.319 dólares y Singapur (un país diminuto, superpoblado y sin recursos naturales) se situaba en 4° lugar con 50.701 dólares de ingreso anual promedio por persona.
Los muy calificados doctores populistas que nos hundieron dirán “¡ah! pero esos son números en crudo, sin considerar el índice de paridad de poder adquisitivo que también calcula la ONU”.
Bien, veamos entonces las posiciones corregidas según dicho índice: en ese ranking nuestra Argentina pasaba al puesto… ¡59°! mientras Tanzania también descendía al número… 157 y el pequeño Singapur capitalista mantenía su 4° lugar.
La dura realidad, en síntesis, es que los desgraciados habitantes de Tanzania no pueden elegir prácticamente nada con sus miserables 1.319 dólares al año mientras que los más felices ciudadanos de Singapur disfrutan la decisión de cómo gastar o ayudar voluntariamente a otros con sus 50.701 dólares en el bolsillo.
La actual inflación argentina (clásica, deliberada política de Estado del peronismo para tapar desaguisados y sostener el recalentamiento inducido de la economía como anzuelo caza-bobos electoral) nos reafirma, casi a marcha forzada, en la senda de Tanzania. Nuestra libertad de elegir entre más bienes y mayor calidad de vida real disminuye por goteo, en verdad, día a día.
Oponerse fue, es y será inútil: el capitalismo de libre empresa demuestra una y otra vez su aplastante superioridad en crear riqueza para todos (aunque sea “de la nada”, como en Singapur) allí donde sea que se aplique, por más espasmos de contrariedad y furia que esta realidad provoque en la mayoría de nuestros votantes, y en los políticos inútiles que los representan.
A más capitalismo, habrá más diferencia entre ricos y pobres pero también más riqueza (con libertad de elección) para todos y en consecuencia, menos pobreza con mayor felicidad social.
Nuestros sobreabundantes referentes de centroizquierda, unidos al fin en algo, retrucarían entre dientes con la famosa pregunta del genocida Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) “¿Libertad, para qué?”
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