domingo, 4 de octubre de 2009

AGUA CONTAMINADA, CULTURA CONTAMINADA


Por Matthew Hanley
El Secretario del Interior de los Estados Unidos Ken Salazar, comentó en Agosto sobre un informe que afirmaba que las emisiones de las plantas generadoras que queman carbón han contaminado los ríos con mercurio: "este informe científico nos indica claramente que nuestro país debe continuar enfrentando la contaminación, debe recuperar las vías navegables y proteger al público del peligro que esto representa para la salud." ¿Quién quiere que haya niveles tóxicos de mercurio en nuestros ríos? Sin embargo, no solamente hay mercurio en el agua. El estrógeno que resulta del uso de la pídora anticonceptiva consumida diariamente por decenas de millones de mujeres, se filtra a través de las plantas de purificación de aguas servidas y contamina los ríos. En Gran Bretaña se lo clasifica como un contaminante. La ‘píldora’ ha llevado—según lo afirma el químico austríaco que ayudó a inventarla—a una “catástrofe demográfica”. La saturación de estrógeno en el ambiente es probablemente lo que contribuye a la infertilidad masculina, que ha aumentado en los últimos años. Hay que agregar también el impacto en la fauna aquática. Por ejemplo, científicos de ls Universidad de Colorado han hallado que de 123 peces pescados para la investigación en una montaña cercana, “101 eran hembras, 12 machos y 10 eran una extraña especie de pez hermafrodita con características masculinas y femeninas.” El director del CGEAN (Colorado Genetic Engineering Action Network) Dave Georgis, declaró al saber de estos extraños hallazgos: “No se culpe a nadie de esto, yo no tengo la solución.” La solución, sin duda, no era problema de su departamento. No hace falta esforzarse para imaginar a un dictador invisible tras el cortinado (el relativismo como Benedicto XVI ya lo sugiriera públicamente en “La Dictadura del Relativismo”). Este dictador parece ordenar a la gente a que piense (o deje de pensar) en términos contradictorios. Decir la verdad—aun en cosas como la contaminación de estrógeno o de mercurio—sería un acto serio de insubordinación. La inabilidad de reconocer lo que es manifiestamente cierto es “la más odiosa manifestación de tiranía” anotó con agudeza Romano Guardini, mentor de Benedicto XVI en su juventud. Estas evasiones se pueden dejar pasar, ya que los ideólogos del momento no se van a molestar en señalar a la pídora como fuente de contaminación, aún si eso significa tener que aceptar que se haga daño a las mujeres y al medio ambiente. Rápidamente nos damos cuenta que su fe en los hallazgos científicos es meramente una pretensión que se derrumba cuando la ciencia contradice los intereses de la ideología. Nada ilustra mejor esta conexión entre la ecología humana y natural que la Encíclica Caritas in Veritate: el equilibrio ecológico sólo puede ser protegido dentro del marco de una firme adherencia a la verdad moral. El propósito de la anticoncepción es la disrrupción de los procesos naturales—destruyendo la conexión ecológica entre el hombre, la mujer y las futuras generaciones, rompiendo el equilibrio social y contaminando el ambiente. La naturaleza no puede tolerar tanto desarreglo. Llegar a estas conclusiones es una tarea simple pero ingrata. Cualquiera que haya preferido alguna vez la oscuridad a la luz, sabe que la verdad puede irritar antes de iluminar. Quien quiera acusar al sexo libre como el culpable de un caso de degradación ambiental y desequilibrio social o personal... se expone a la ira del público. En este caso a la ira causada por esteroides, porque los anticonceptivos son esteroides (sí, como los que consumen ciertos deportistas). Pocos lo saben y menos saben que los anticonceptivos provocan el cáncer. Para que “funcionen” primero tienen que interferir con el hígado, que normalmente procesa lo que ingerimos, degradando los alimentos en moléculas más simples. Pero los anticonceptivos están diseñados para evitar la degradación química, no son bio-degradables. Esto nos ayuda a entender por qué el estrógeno sintético se acumula en el medio ambiente y el papel que esto cumple en la generación del cáncer de mama y de hígado. Platón dijo una frase eterna: “los hombres se prefieren a sí mismos antes que a la verdad”. Superar la aversión que el hombre tiene ante las verdades incómodas nos cuesta caro y lo pagamos con nuestro propio cuerpo—por eso es que vivir de acuerdo a la verdad es tan noble. Si no aceptamos que “el amor es verdad” como sugiere Benedicto XVI, no puede haber “conciencia o responsabilidad verdaderas,” aunque muchos bien intencionados ambientalistas honestamente trated de cultivar esas virtudes. La mujer en el supermercado evita usar una bolsita plástica para no contaminar, pero en la otra mano lleva las píldoras que contaminarán el agua que sostiene toda la vida de este planeta. Sin verdad “la acción social termina sirviendo a intereses privados y a la lógica del poder.” Esa acuciante afirmación nos trae a la mente a otro filósofo diferente de Platón, Nietzche y su “voluntad de poder” que evoca el egoísmo frío del nihilista que impone a nuestra cultura su cualidad brutal. La afirmación nihilista del “yo”—que se enfrenta a golpes con la verdad en su deseo de alcanzar el poder total (incluído el cuerpo humano)—es la característica que define al “liberalismo moderno” al que el Cardenal Pell ha descripto como teniendo “potentes tendencias totalitarias”. Es un tóxico contaminante de la cultura que reduce los corazones, las mentes, restringe la felicidad y produce “desamor, miedo y desesperanza”. Esto ayuda a fomentar lo que el Cardenal Dolan llama, la “verdadera crisis de vocaciones” a medida que menos y menos parejas se casan y los que se casan lo hacen muy tarde en la vida. Como la verdad, esta forma de vida impone su costo pero en una forma diametralmente opuesta. El “gancho” nihilista que que la cultura nos ofrece son las heridas emocionales que no se curan, heridas que no son fáciles de detectar, pero que llevan a más y más jóvenes a llevar vidas de “calmada desesperación,” como dijo Thoreau. Sin embargo, la Verdad ha venido a liberarnos, a curarnos, a reconciliarnos, a restaurar el equilibrio; para que no nos vayamos a la tumba con esa calmada desesperación, sino que encontremos amor y felicidad en este mundo y en el mundo por venir.

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