lunes, 28 de marzo de 2011

EL TEMA DE LA SOCIEDAD: DISERTACIÓN DEL DR. BERNARDINO MONTEJANO

sociedad

A continuación transcribimos el texto de la disertación del Dr. Bernardino Montejano en la inauguración del INFIP del día 10 de marzo de 2011:

 

COLEGIO DE ESCRIBANOS DE LA CIUDAD

DE BUENOS AIRES

INSTITUTO DE FILOSOFÍA

“LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN.

PRIMERA PARTE: IV

PRESUPUESTOS SOCIO-POLÍTICOS: EL TEMA DE LA SOCIEDAD.

“La política debería ser el arte o la ciencia de organizar la sociedad para el bienestar de los hombres. Se ha convertido en el medio más eficaz para envenenar, desorganizar, enloquecer, volver la vida totalmente imposible”.

Eugène Ionesco, La Nación, 24/9/78.

I.-¿Qué es la sociedad?

Así como en su excelente exposición la escribana María Josefina Bilbao se preguntó ¿Qué es el hombre?, señalando entre sus notas las de socialidad y politicidad, tomando como punto de partida la naturaleza social del ser humano, hoy nos preguntaremos por segunda vez, para completar la primera exposición del tema, ¿Qué es la sociedad?

Desde que nace el hombre depende de los demás; la misma procreación es un acto social (hasta si es hecha en probeta[1] aunque al así nacido, ya en el Colegio primario y en el marco de una pelea le puedan gritar ¡Hijo de probeta!).

Como el hombre necesita muchos bienes y servicios para lograr la suficiencia vital es natural la división del trabajo en la sociedad para responder con la abundancia propia a la insuficiencia ajena.

Paro además, existe una interdependencia cultural: permanente damos y recibimos; y una dependencia recíproca en el aspecto moral en el cual las virtudes sociales facilitan los actos buenos.

Repetimos la pregunta de hoy: ¿Qué es la sociedad? Trataremos de dar la respuesta desde dos perspectivas, la primera metafísica, la segunda sociológica.

Ese buen filósofo y jurista que fue Luis Recasens Siches, destaca la importancia de dar una respuesta adecuada a la pregunta, y afirma: “Este tema de definir esencialmente a la sociedad determinando a que zona del ser pertenece y qué clase de ser tiene, no sólo constituye una importante especulación teórica, sino que además posee una enorme y decidida importancia práctica. Probablemente gran número de las tragedias que ha sufrido la humanidad y, sobre todo las que padece en el presente (escribe apenas terminada la 2ª. Guerra Mundial), sean consecuencia de una falta de claridad mental respecto de lo que es la sociedad, y de lo que son los diversos entes colectivos, sobre todo el Estado”[2].

José Ortega y Gasset comparte la preocupación de Recasens Siches por la cuestión y escribe: “Si como se ha creído, con consecuencias prácticamente más graves desde el siglo XVIII, la sociedad es sólo una creación de los individuos, que en virtud de una voluntad deliberada se reúnen en sociedad, por lo tanto, si la sociedad no es más que una asociación, la sociedad no tiene propia y auténtica realidad y no hace falta estudiarla; bastará con estudiar al individuo”[3].

La cuestión es sencilla en su planteo ¿qué es la sociedad? ¿Es un ente de razón o un ente artificial inventado por el hombre o es una realidad? Y si es una realidad que surge de la naturaleza y de la inteligencia humana, ¿Qué tipo de realidad es? ¿Es sustancia o accidente? Si es accidente ¿a qué tipo de accidente pertenece? Sencilla en su planteo, pero ardua y difícil en su solución, pues definir es esclarecer el contenido esencial de algo, dar razón de la cosa como es en sí. Es a lo que intentaremos hacer más adelante.

II.- Etimología de lo social.

Como en otros temas, comenzaremos con una referencia a la etimología del término y de otros conexos. Es verdad que la etimología no es un camino seguro para encontrar una definición filosófica, pero ayuda e ilustra.

La palabra tiene una raíz sánscrita sac y viene del latín sequor, sequi, que significa acto de seguir o acompañar, marchar en la dirección de; de allí viene sequax, sectus, secta y sociare, que significa unirse, encontrarse, ir juntos. Sociare expresa el proceso social como algo activado por los hombres, en el que ellos son sujeto y objeto a un mismo tiempo.

Socius viene a significar partícipe, el que está en conexión, asociado, compañero, colega, camarada, participante. En el ámbito del derecho público significa aliado. No es aquél que sigue, sino aquél que va con.

Societas: sociedad, compañía, asociación, alianza, coalición.

Socialis: sociable, significa aquello que posee los atributos de lo social.

Otros términos vinculados son interesantes: consocio, en Cicerón, conciliatio, comunitas, y otros opuestos también: dissocio, insociabilis.

III.-Notas negativas para una definición.

Son interesantes las que señala José Todolí O.P.,: “1) No consiste en algo sustantivo, sino relativo; 2) No es algo estático, sino dinámico; 3) No es una cualidad de la sustancia en sí, sino en su relación con otros; 4) No es una relación inter-individual (psicológica), sino de varios individuos o grupos en orden a un fin exterior a todos ellos; 5) No se da en la suma de acciones particulares, sino en la integración de muchas fuerzas para la consecución de un fin común; 6) Por eso no está constituida por una unidad sustancial, sino por una unidad moral, que supone las diferencias de personalidad, coordinadas libre y deliberadamente al fin común de la sociedad”[4].

En reuniones anteriores hemos afirmado, siguiendo a Aristóteles, que el hombre es algo sustantivo, más precisamente un todo sustantivo integrado por el cuerpo material informado por el alma espiritual. Ahora bien, la sociedad también es un todo, pero accidental, desde la perspectiva metafísica. Es un caso paradigmático del accidente de relación; por eso se denomina todo relacional, o todo de orden.

Es por dicha razón que los hombres pueden ser partes, que en su faz práctica actúan en relación con los demás. En este sentido, afirma Louis Lachance O.P. que “las partes no pueden ser definidas más que por referencia al todo. Así no se sabría definir una mano sin apelar a la noción de hombre. Paralelamente es imposible elaborar una definición práctica de hombre sin referirse a la noción de sociedad. Él se relaciona a la sociedad. Esto es lo que está contenido en las fórmulas usuales: el hombre es animal social, animal civil, animal político. Él se relaciona a la sociedad como al detentador de su perfección, como a un mundo connatural de vida y de acción… la inclinación que lo mueve al buen vivir, lo orienta en forma implícita a aquello que es la causa natural[5].

IV.- Experiencia de lo social.

Comenzamos por la experiencia, ese acto vital consciente por medio del cual nos encontramos con la realidad. El conocimiento vulgar, ya nos advierte de algunas características de lo social: en primer lugar que excede al individuo, que concierne a una pluralidad y que la ordena.

Así se habla de que una persona tiene “sentido social”, cuando se preocupa por los demás y los ayuda; de “asistencia social”, cuando se habla del cuidado de muchos; de “inclusión social”, hablan nuestros políticos, aunque haya cada vez más excluidos, de “cuestión social”, la cual, según Utz “es entendida como problema que afecta a la comunidad y que debe resolverse creando el equilibrio dentro de la comunidad”[6].

Aquí entendemos pertinentes un par de aclaraciones. En primer lugar, que la “cuestión social” siempre existió, existe y existirá sobre la tierra y consiste en una perturbación del orden social; lo que van cambiando son sus aristas, sus aspectos más salientes. Así, a fines del siglo XIX, la cuestión social fue considerada de modo preponderante como una “cuestión obrera”; una respuesta de la Iglesia Católica fue la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII.

Pero pasaron los años y se fueron agregando temas como la cuestión agraria, la de los sectores medios, la de la familia, la de la mujer, la de la sociedad de masas. En su gran obra acerca del tema Johannes Messner, señala que la crisis de la cultura “puso al descubierto con plena claridad las raíces espirituales y culturales de la cuestión social moderna que trascendió el ámbito económico social apuntando cada vez más a la esfera de lo espiritual y cultural”[7].

Hoy es evidente que las aristas más salientes de la cuestión social no pasan por el ámbito obrero, porque ganan mucho más con menos gastos, un camionero principiante o un portero, perdón, un encargado de edificio, que un sufrido escribano artesanal.

Un ejemplo de esta nueva temática es la Carta Apostólica del Papa Pablo VI al Cardenal Mauricio Roy en el Octogésimo Aniversario de la Rerum Novarum. Allí aparecen como temas la urbanización, que en realidad en su ausencia, que se destaca en las megalópolis y en “los tristes amontonamientos de los suburbios”, cuyo crecimiento desordenado genera nuevos proletarios; el consumismo, pues “mientras amplios estratos de la población no pueden satisfacer sus necesidades primarias se intenta crear necesidades de lo superfluo”; la soledad urbana, pues “el hombre prueba una nueva soledad en medio de una muchedumbre anónima que le rodea y donde él se siente como extraño”; las víctimas de los cambios, los empobrecidos, los minusválidos, los inadaptados, los ancianos, los marginados, que el documento llama “nuevos pobres”, las víctimas de injustas discriminaciones, los trabajadores inmigrantes. También aparecen dentro de la nueva temática las cuestiones del desarraigo y del medio ambiente.

La segunda aclaración que queremos hacer del texto es el tema del equilibrio que según Utz se debe tratar de lograr al ir superando los desafíos que presenta la cuestión social. Nosotros preferimos hablar de armonía de acuerdo a una frase de Víctor Hugo: “Por encima del equilibrio está la armonía; por encima de la balanza está la lira”.

El fiel de la balanza indica el equilibrio. El equilibrio es igualdad. Como escribía Saint-Exupéry la realidad de la balanza es un peso muerto. Si el peso aumenta en uno de los platillos se rompe el equilibrio.

Gustave Thibon propone un ejemplo que será inmediatamente entendido por Silvia Casco y María Josefina Bilbao integrantes de dos magníficos coros: “La armonía exige la desigualdad. Cada cuerda de la lira emite un sonido diferente y la adecuada proporción entre esos sonidos constituye la belleza de la música. Ya no se trata de fuerzas opuestas que se anulan recíprocamente, sino de una concordancia interna, de una convergencia entre elementos que escapan a la gravedad… En el equilibrio las cantidades se contrapesan; en la armonía las cualidades se complementan”.

“En el orden social, el equilibrio no basta nunca para producir la armonía. Pero, por el contrario, la armonía basta para establecer el equilibrio, pues entonces los individuos y los grupos en lugar de enfrentarse en un antagonismo estéril, conjugan sus fuerzas en la búsqueda y en el servicio del bien común”[8].

V.- Hacia un concepto.

A partir de la experiencia, mediante abstracción e inducción, la inteligencia obtiene las definiciones.

Y aparecen las ciencias sociales que se ocupan del hombre en convivencia y de las actividades que comparte con otros hombres, ciencias cuyo objeto es “algo típicamente supraindividual, aun cuando esto no exista sin los individuos”[9]. Y así surgen la psicología social, que estudia la conciencia del hombre en relación con sus semejantes, no a Robinson Crusoe, la higiene social, que estudia la sanidad de un conjunto; la sociología, la ética social, la etnografía, la demografía, etc.

La sociedad requiere una pluralidad de hombres, pero la mera pluralidad no basta, requiere la unión, cuyo ser es una “unidad de orden”, de relaciones entre varios o muchos hombres en orden a un fin común; a su vez en toda sociedad existen jerarquías y diferencias, lo que se plasma en la necesidad de la autoridad o de las autoridades.

Como señala José Todolí, “la sociedad tiene un modo de ser real y auténtico, distinto de los individuos en particular y de la suma de todos ellos, pero a su vez no es algo sustantivo, sino una unidad de orden, y, por lo tanto, tiene el ser más débil entre las realidades humanas[10].

Y ahora, recurriremos a la sociología que nos habla de grupo social y lo distingue del agregado social.

En el segundo caso, las personas se vinculan por una proximidad solamente física. Es el hacinamiento de gente apelotonada en el subterráneo, ya considerado en tiempos estivales y hace años por el P. Leonardo Castellani, como “un entubamiento del sudor humano”, al cual se suman en nuestro tiempo, el uso y abuso de los teléfonos celulares, que tornan públicos, desde negocios hasta intimidades. Estamos en el ámbito de lo colectivo.

En cambio, lo social en sentido estricto se da en el grupo, donde se reúne una pluralidad de personas individuales, existe una intención común, un mutuo orientarse hacia el mismo fin y una acción recíproca. Como señala Utz “lo social tiene que fusionar de alguna manera a los individuos para obtener así una nueva unidad[11].

La unidad de relación es constitutiva del grupo cuya esencia es supraindividual y abarca a los miembros.

Podemos aplicar esto a nosotros, a este Instituto, que en el Colegio se conoce como algo peculiar. Muchos, cuando llegamos, no nos conocíamos. Ahora, por lo menos, somos compañeros y no en el sentido de colegas, que ya lo éramos, sino en otro sentido, más hondo, pues muchas veces hemos “compartido el pan”, y además el agua, el vino y manjares sencillos pero deliciosos, tanto que a fines del año pasado se nos ocurrió un agregado para nuestro nombre: Instituto Gastronómico de Filosofía.

Entendemos que aquí, más que una sociedad constituimos una comunidad de personas unidos por lazos afectivos que no hemos perdido nuestra individualidad, que hemos crecido juntos, que hemos puesto en práctica la argumentación a través de diálogos, a veces fructíferos, otras no, que nos hemos divertido, que hemos encontrado un tiempo de ocio en un mundo obsesionado por el negocio.

VI.- La autoridad ¿causa formal o eficiente?

Somos un grupo, tenemos un fin común: nuestro crecimiento en el orden de los saberes y el desarrollo de las virtudes intelectuales; también como en todo grupo existen jerarquías y una autoridad que entendemos ejercer como un servicio.

Hoy muchas veces se confunde autoridad con poder; por eso aquí recurriremos a la etimología del término que algo nos aclarará su contenido: Autoridad viene de augeo, hacer crecer, aumentar, amplificar; de augur, el pontífice romano revelaba los augurios, los presagios favorables acordados por los dioses a una empresa; de allí deriva augustus, consagrado por los augures. Este término es más amplio y comprensivo que auspicium, que designa la observación de los pájaros. También viene de auctor, fundador, autor; de auctoritas, fuerza que sirve para sostener y acrecentar y de auxilium, ayuda, auxilio, subsidio; de allí el principio tantas veces mal comprendido de acción subsidiaria, llamado generalmente de subsidiariedad.

Recordemos aquí a los juristas romanos que carecían de todo poder y rebosaban de autoridad; podemos compararlos con tantos poderosos de nuestro tiempo, gobernantes, políticos, religiosos, empresarios, periodistas, rebosantes de un poder sin honor, carentes de toda autoridad, que en lugar de ejercer el poder como servicio, se sirven de él para su provecho personal.

Desde el punto de vista de la analítica causal la sociedad tiene sus causas intrínsecas y extrínsecas: material, formal, eficiente, las primeras; formal extrínseca y final las segundas.

La causa material son conductas humanas, para decirlo en difícil, en palabras de Soaje Ramos, “es la pluralidad de las praxis humanas de los miembros”; la causa formal intrínseca es el orden traducido y encarnado en esas conductas que nos permite distinguir a la sociedad de un amontonamiento o amasijo de individuos; la causa eficiente, “principio del cambio” según Aristóteles, es el dinamismo en busca del fin. Aquí podemos hablar de la autoridad como causa eficiente principal y de los integrantes del grupo como causa eficiente subordinada; es la voluntad humana, voluntad de la autoridad y de los miembros, explícita o implícita, expresa o tácita, que influye en la constitución, permanencia y extinción del grupo. La causa final siempre es un bien común auténtico o un objetivo que se disfraza de tal; finalmente, la causa formal extrínseca son las normas, no sólo jurídicas, sino también sociales, que rigen la vida del grupo.

El caso de la sociedad es peculiar. Si lo comparamos con la construcción de una casa, los materiales p. ej. El cemento, la cal, la arena, los ladrillos, los cerámicos, las aberturas, las chapas de los techos, son la causa material; el arquitecto, el albañil, el carpintero, son causa eficiente, principal o subordinada; en cambio en el caso de la sociedad, los ladrillos se identifican con los constructores; o sea la causa material y la eficiente son conductas aunque vistas de distintas perspectivas, estática o dinámica.

Volvamos para ejemplificar a nuestro querido Instituto: como todo relacional, necesita de nosotros todos sustantivos que realizamos prácticamente un quehacer mediante nuestras conductas. Esas conductas son la encarnación de un orden; así nos reunimos en cierto lugar y a cierta hora, para tratar ciertos temas según un programa. Algunos sostienen que la causa formal, o sea lo que le da al grupo su forma es la autoridad; así, Santiago Ramírez O.P. quien afirma: “la autoridad es a la muchedumbre, como el alma al cuerpo y como la forma a la materia; le da el ser de sociedad y por consiguiente su unidad. Gracias a ella la muchedumbre de seres humanos es un todo orgánico y organizado, no un montón, un mero cúmulo de hombres”.

No estamos de acuerdo. Y volvamos al ejemplo. No somos el alma de Olguita ni de Josefina, de Mollura ni de Cuerda y ellos no son el cuerpo del Instituto. En cambio sí entendemos participar de la dinámica del Instituto como causa eficiente principal, pero en esto, con diversos matices y diversos grados de eficiencia participan todos los miembros. Concluimos con la causa final: después de casi tres años ninguno de Uds. dudará que juntos buscamos un bien, algo que no se ve ni se toca, pero que nos hace mejores, al compartir parcelas de verdad, que es como un pan milagroso, del cual todos podemos participar sin que disminuya ni se agote, al decir de San Agustín.

VII.- ¿Sociedad o sociedades?

Nuestra concepción social es pluralista. Entre el individuo y el género humano existen muchas sociedades naturales o voluntarias que le permiten al hombre la búsqueda de múltiples bienes comunes que no puede logar solo[12].

Aquí cabe aclarar que “la afirmación genérica de que el hombre es social por naturaleza no significa prácticamente nada si no se tiene en cuenta que la naturaleza social del hombre se proyecta existencialmente en una serie de formas varias de vida social”.

Esas sociedades o grupos infrapolíticos, mal llamados cuerpos intermedios, comienzan con la familia.

No es este el momento de desarrollar el tema de la familia como grupo social, pero sí de recomendarles un libro precioso, escrito por la médica y psicoanalista Raquel Soifer, titulado ¿Para qué la familia?

En el mismo, después de largos años de trabajo, escribe que “la práctica profesional nos demuestra la imperiosa necesidad que tiene el ser humano de nacer, crecer, vivir y morir en el seno familiar...”, agregando que “nos ha preocupado el ataque que la cultura actual está realizando contra la familia, el matrimonio, la procreación y el cuidado de los hijos en general”[13].

Luego cita a Enrique Pichon Rivière quien define a la familia como “una estructura social básica, que se configura por el interjuego de roles diferenciales (padre, madre, hijo), el cual constituye el modelo natural de interacción grupal”. Raquel Soifer pone énfasis especial en la convivencia pues “la relación cotidiana es esencial en la formación de los vínculos, no solamente desde el punto de vista afectivo, sino también en la consolidación de los elementos culturales”[14].

La familia es considerada, desde Aristóteles, la primera de las comunidades naturales; es germen y modelo de los otros grupos infrapolíticos y de la sociedad global.

El hombre en la familia aprende a vivir con los demás y recibe una educación política bajo las formas más diversas: “educación de la amistad, educación de la obediencia, educación de la confianza, educación de la colaboración, educación del sacrificio, educación de la responsabilidad, educación de la justicia, educación de la generosidad, educación del espíritu de economía, educación del respeto, educación de la piedad hacia las tradiciones, educación de la inteligencia y de la voluntad, educación en la continuidad temporal por la solicitud por el pasado, por el presente y por el porvenir, educación en el espacio social por las relaciones con los próximos, los parientes... No se acabaría de enumerar las formas de educación con resonancia política que la familia dispensa con permanente prodigalidad”[15].

Junto con la familia, la profesión y el municipio, entendido como entramado de familias y no como ente burocrático administrativo, son también realidades naturales, surgidas por la vinculación laboral y la proximidad geográfica.

Un gran escritor francés, Albert Camus, denuncia al Estado racional por “aplastar para siempre la célula profesional y la autonomía comunal”, y agrega que el verdadero realismo “a favor de la vida… se apoya ante todo en las realidades más concretas: la profesión, la aldea donde se traducen el ser y el corazón viviente de las cosas y los hombres… la política debe someterse a esas verdades. La profesión es en el orden económico lo que es la municipalidad en el orden político, la célula viviente sobre la que se edifica el organismo”[16].

Pero además de la familia, la profesión y el municipio, existen otros grupos abarcados por la sociedad política, grupos nacidos en la historia, vinculados con un contorno geográfico: provincias, regiones y también muchos otros surgidos para responder a necesidades culturales: escuelas, colegios, universidades, institutos de investigación; económicas: empresas productoras de bienes o prestadoras de servicios; deportivas: clubs. Baste que cada uno recuerde en cuántos grupos participa para darse cuenta del pluralismo social.

Todos estos grupos persiguen fines y como en el orden práctico el fin tiene naturaleza de bien, esos grupos en su quehacer deben tender a realizar su bien común específico. El criterio para juzgar los fines de los grupos infrapolíticos es su conformidad con el bien común político. Para ser bueno el hombre debe ajustarse al bien común. Lo mismo cabe para los grupos. Cuando sus objetivos son nocivos para la comunidad, existen dos posibilidades: la tolerancia o la represión.

En un interesante fallo la Corte Suprema consideró que el bien común parcial de un grupo prevalece sobre el bien particular del miembro. Ubicado el tema dentro del confuso concepto de “justicia social”, el tribunal aclara que “el bien de que participa el integrante de la comunidad no es un bien particular apropiable individualmente, sino un bien común que es de todos porque es del todo comunitario del que cada uno es parte integrante. La contrapartida del deber del individuo de contribuir a la existencia y buen desarrollo del bien común de una comunidad no es una contraprestación en sentido estricto, sino el logro de ese bien sin el cual no puede subsistir ordenadamente la comunidad de que forma parte; y es obligación elemental de todo individuo contribuir al sostén de esta y a la adecuada y fecunda convivencia de todos sus miembros posponiendo, sus intereses particulares, so pena de empobrecer o hacer peligrar el bien común”[17].

VIII.- La sociedad política.

La sociedad política ha tenido a lo largo de la historia diversas configuraciones, hoy se llama Estado.

El Estado cuyos elementos constitutivos son el pueblo, el territorio y el poder, es un grupo lo suficientemente amplio que cuenta, cuantitativamente por el número de sus miembros y cualitativamente por la diversidad de sus facultades, con las posibilidades para el pleno complemento mutuo de sus miembros.

El Estado tiene que ocuparse del bienestar general, del orden, de la paz, de la seguridad. El Estado no se confunde con la Nación, que es comunidad de cultura y de destino.

Y como los habitantes tienen derecho a ser bien gobernados, tienen derecho a vivir en un clima de orden, de paz y de seguridad aunque todo esto se realice parcialmente.

No es posible que un Ministro de la Suprema Corte niegue el derecho a la seguridad. Así lo hizo Eugenio Zaffaroni: “El derecho a la seguridad no existe. Hay que tener cuidado con automatizar conceptos y clonar derechos, porque se termina en el totalitarismo”, La Nación, 19/12/2010). ¿Será que tenemos en dicho tribunal a un fascista en sentido estricto, partidario del “vivir peligrosamente”? ¿Será que el magistrado considera a la seguridad algo burgués?

El origen de la apología de la vida peligrosa se encuentra en Nietzsche y en su locura. Y así escribe: “el secreto de la fecundidad y el gozo es vivir peligrosamente. ¡Construid vuestras ciudades en el Vesubio! ¡Mandad vuestras naves a mares desconocidos! ¡Vivid en guerra con vosotros y vuestros iguales! ¡Sed conquistadores y bandoleros mientras no podáis ser señores y dueños!

¡Vivir peligrosamente! Así vivió la escribana Orieta Pontoriero por las veredas de Macri, que construye bicisendas para ciclistas fantasmas, y no repara las aceras; así vivimos nosotros dos asaltos y un secuestro. ¡Ay Zaffaroni! ¿Por qué el hombre común tiene que contratar seguridad privada o comprarse una pistola?, ¿Por qué no puede concurrir a ciertos lugares públicos?, ¿Por qué debe cruzar la vereda por precaución ante el encuentro con un grupo presuntamente peligroso? ¿Por qué debe pensarlo bien antes de aceptar una invitación nocturna en el conurbano? ¿Por qué tenemos que sentir miedo los escribanos cada vez que salimos de un Banco? ¿Por qué hace un mes tuvimos que huir con mi mujer eludiendo obstáculos y soportar el golpe de una piedra en el techo del auto al pasar por una Villa en San Isidro pues nos habíamos equivocado de camino?

Saint-Exupéry, como casi siempre, nos aporta una dosis de buen sentido: “No se trata de vivir peligrosamente. Esta fórmula es pretenciosa. Los toreros me gustan poco. No es el peligro lo que amo. Sé lo que amo. Es la vida”[18].

Luis Legaz y Lacambra, el filósofo del derecho español, nos aclara que la seguridad no es un valor burgués, “sino una exigencia ineludible del derecho… La vida humana es por esencia, peligro e inseguridad… Ha sido Nietzsche quien puso de moda el lema que más tarde popularizó el fascismo, del vivir en peligro, convertido en imperativo…”, y concluye: “en la vida social, que es la única en la que el derecho tiene existencia, no se puede admitir, sin incurrir en contradicción que el ‘peligro’ y la ‘inseguridad’ tengan carta de naturaleza”[19].

Tampoco José Ortega y Gasset concuerda con Eugenio Zaffaroni, ya que acusa a Nietzsche de frivolidad y hasta de cursilería en el imperativo ¡vivir peligrosamente!, que no es tampoco original, sino “la exasperación de un viejo mote del Renacimiento italiano, el famoso lema de Aretino Vivere risolutamente. Porque no dice: vivid alerta, lo cual estaría bien; sino vivid en peligro. Y esto revela que Nietzsche ignoraba que la sustancia misma de nuestra vida es peligro”[20].

IX.- El bien común político.

Y ahora algunas puntualizaciones, para el colega esc. Pablo Buffoni Almeida, quien expuso este tema y dijo que fin social y bien común “son cosas sinónimas”… “Nadie se lanza a conseguir una cosa sino cuando ve en ella algo que le conviene, qué es bueno para él”.

Entendemos que esto no es así. Una banda de gánsteres como la formada por los hermanos Juliá, sus cómplices y compinches tiene un objetivo como todo grupo social: el transporte rápido y seguro de cocaína en grandes proporciones. ¿Es conveniente para ellos? No hay duda que hacen un excelente negocio, en un viaje ganarán más que los escribanos artesanales en varias vidas.

Pero ¿es bueno para ellos? ¿Es la prestación de un servicio que satisface una necesidad auténtica de los demás? ¿Por qué su empresa se llama Medical-jet y no Narco-jet? ¿Es análogo transportar un enfermo (disfraz de la empresa), que traficar cocaína? Entendemos que no y que sus actos son malos, los degradan desde una perspectiva moral y son delictuosos desde el ángulo penal. Además, para quienes entendemos a la profesión como un servicio, y no como un medio para llenarse de plata, sus conductas son repugnantes.

Pero lo que más nos interesa, es aplicar la sentencia antes enunciada: el hombre es bueno si está ajustado al bien común; como esa banda, en la cual los Juliá tienen una destacada participación, no está ajustada al bien común político es mala, injusta y también lo son los integrantes. Con lo cual comprobamos que bien común y fin social no son lo mismo, a pesar de lo expresado por nuestro ex alumno y novel escribano Buffoni.

Pero hay más. Dijo bien Buffoni, citando a Santo Tomás, que el bien común “es más amable que el bien privado”, y que no es ajeno a los particulares. Por eso, el bien común político no se identifica ni confunde con el bien particular del Estado.

También dijo acertadamente que “el bien común no es la suma de los bienes particulares”, sino una ordenación de esos bienes.

Pero luego continúa:

1° El bien propio no puede existir sin el bien común, lo que está bien, pero agrega: “el fin social, el bien común, es por lo menos un medio para alcanzar el bien particular”; ¡Ay Buffoni, dónde quedó el principio de no contradicción! El bien común político es fin común, no un medio o como se lo define a veces pastoralmente un “conjunto de condiciones”. Como escribe ajustadamente Pío XI: “la sociedad civil es sociedad perfecta, pues encierra en sí todos los medios para su propio fin, que es el bien común temporal”[21]. En cambio, un concepto filosóficamente erróneo es el de Juan XXIII, repetido por el Concilio Vaticano II, “conjunto de condiciones que permiten a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección”[22].

2° “No hay bien común sin que los individuos alcancen el bien particular”. Otro error. La verdad es que el bien común es en su más alto nivel participable por los particulares, pero existen individuos que pueden marginarse de esa participación y perseguir bienes particulares incompatibles con el bien común. (p. ej. Un empresario que prospera sembrando miseria, resentimiento y envidia a su alrededor, y haciendo peligrar la paz).

3° “El bien común es una concatenación de fines. Los que persigue el individuo y los que busca la sociedad se eslabonan. No hay que sacrificar a ninguno. Basta colocarlo en su sitio”. Esto es confuso. No podemos extendernos ahora en el tema del sacrificio, pero existen muchas personas que no han dudado en sacrificar hasta su vida en aras de un bien común. Además tratándose de bienes del mismo género la primacía es siempre del bien común (p.ej. una expropiación para construir una ruta).

El último error que señalaremos es la afirmación “que por encima del bien común sólo esta Dios, fin trascendente del individuo y de la comunidad”. Y entonces Dios no es Bien Común. ¡Ay colega, te olvidaste de la analogía!

Así como existen el bien común de la familia, de los otros grupos infrapolíticos, de la sociedad política, también existen el bien común espiritual, el bien común internacional, el bien común del universo y el Bien Común separado o trascendente, que es Dios, a veces llamado Bien Comunísimo. O acaso Dios es bien privado de cualquier hombre. No es privativo de nadie. Dios, el Ser subsistente, cuando se presenta en las Sagradas Escrituras en el Libro del Éxodo nos dice: Soy el que soy (3,14). Acto puro, sin mezcla de potencia alguna, Primer motor, Causa eficiente primera, Ser necesario, Ser perfectísimo, Ser providente que ordena hacia su fin los actos y movimientos de las criaturas. Como sintetiza Santo Tomás en la Suma contra los gentiles, “Dios es el bien de todo bien” (Cap. XVI).

En los aspectos más importantes del bien común político se puede participar, que no es lo mismo que tomar una parte. Y aquí es muy interesante lo que señala Juan Alfredo Casaubon, cuando distingue, dentro del bien común, tres clases de bienes: 1) los bienes comunes participables, que son aquellos que pueden ser conocidos, amados y disfrutados por cualquier número de personas sin que los mismos se dividan ni aminoren: bienes espirituales, como la paz, el orden, la verdad objetiva, el ambiente moral y su belleza; 2) los bienes colectivos, que, por ser materiales, que, por ser materiales, aunque pueden ser disfrutados en común, tienen límites y en los que el disfrute de unos, puede aminorar el disfrute de otros: jardines públicos, hospitales, museos y teatros públicos; los bienes distribuibles: dinero público, alimentos, vestidos… que el Estado puede distribuir”[23]. Sólo de los últimos se puede tomar una parte.

X.- Bien común y bien particular.

Ahora, trataremos de aclarar el tema del bien común respecto al bien particular. El bien común no puede oponerse al propio de las personas sino al bien “particular o singular o individual, o sea, a aquel bien que de tal suerte le pertenece que resulta ajeno a otra persona”.

El perfeccionamiento del hombre consiste en la participación de la persona singular en un bien que la trasciende; o sea “que la persona singular asume la condición de parte en este bien. Esto es lo característico y esencial del bien común: que para apropiárselo hay que subordinarse a él como parte a un todo”[24].

El hombre se perfecciona cuando actualiza su condición de parte en un todo de orden perfectivo y participa de su bien común, que no le es ajeno, sino que es el mejor de sus bienes propios, porque el bien común consiste en palabras de Soaje Ramos en “un horizonte perfectivo concreto de personas concretas”; porque no es una fantasía, sino un bien concreto que concierne a hombres y grupos considerados en el contexto de su situación específica; perfecciona a sujetos perfectibles.

XI.- Los anacoretas o eremitas. Robinson Crusoe. El Robinson Suizo

Vamos a concluir con casos muy interesantes. El de los ermitaños (éremos, desierto en griego), representa un retiro voluntario de la sociedad; el de los Robinson surge de una fuerza mayor independiente de la voluntad humana.

Vamos a analizar el primero que, como es el resultado de una elección deliberada y libre, negaría nuestra tesis de la incorporación necesaria a las sociedades humanas para alcanzar una vida plena.

Según la Regla de San Benito escrita en el siglo VI y hoy vigente incluso en las varias abadías masculinas y femeninas que existen en la Argentina, existen cuatro clase de monjes de las cuales ahora nos interesan dos: los Cenobitas “que militan bajo de una regla y de un Abad” y la de los Anacoretas o ermitaños, “los que habiendo aprendido por largas pruebas en el monasterio y con el socorro de muchos a combatir al demonio se sienten con bastantes fuerzas para dejar la compañía de sus hermanos y emprender por sí solos una nueva guerra y pelear sin socorro ajeno, con sólo su brazo y protección de Dios, contra los vicios de la carne y de los pensamientos”[25].

O sea que existen dos clases de monjes: los cenobitas que viven en comunidad, cuyo primer padre es San Pacomio, egipcio, y los anacoretas que viven solos.

Santo Tomás, en las huellas de Aristóteles se ocupó del asunto y escribe: “El hombre puede vivir solitario de dos maneras… no llevando vida social por la maldad de su ánimo, y esto es bestial”, o “entregándose enteramente a las cosas divinas” (Suma Teológica, 2-2, q. 188 a. 8).

Nosotros sostenemos que el hombre es social por naturaleza; en cambio, como escribe Alberto García Vieyra O.P., el anacoreta “es un solitario. Un hombre que dispone de su tiempo, se prescribe a sí mismo ciertas prácticas, distribuye sus trabajos, la oración, el recitado de la salmodia, todo depende de su voluntad. En cambio, el cenobita encuentra todo reglamentado en el monasterio”[26].

Ahora bien, entendemos en primer lugar, que los anacoretas, antes de su retiro a parajes desérticos e inhóspitos, hicieron un largo aprendizaje social y, en segundo lugar, que su soledad física no los aparta de ciertos usos sociales y les permite una mayor cercanía espiritual con otros hombres y con Dios. Al fin y al cabo, la plegaria por todos en la soledad y en el silencio más radical es la forma más alta de caridad.

La vida eremítica nació en el siglo III en la Tebaida egipcia, con San Pablo, primer ermitaño, y el también egipcio San Antonio, y se extendió a Occidente en el siglo IV.

Tuvo su apogeo en el Medioevo y su declinación comenzó con el Concilio de Trento, que desconfió de ellos por “incontrolables”, y la experiencia aparentemente concluyó con la Revolución Francesa que los persiguió por considerarlos “oscurantistas fanáticos” y “parásitos sociales”.

Tanto se creía en su desaparición, que el Código de Derecho Canónico de 1917 los ignoró. Sin embargo, las apariencias ocultaban la pujante realidad de los ermitaños, fenómeno común a casi todas las religiones del islamismo al budismo, del hinduismo al judaísmo, fenómeno ecuménico porque reencuentra, viviéndolos cada día, valores religiosos comunes: plegaria, penitencia, sacrificio, ayuno, separación de lo mundano, contemplación.

El Código de Derecho Canónico de 1983 tuvo que reconocer la realidad porque los anacoretas no sólo siguen existiendo sino que se multiplican. Su fuerza está en contradecir el espíritu de nuestro tiempo.

Son muy difíciles las estadísticas por la singularidad de estos personajes, pero se calcula que son alrededor de veinte mil, de los cuales la mayoría hoy son urbanos, un poco más de la mitad varones y un poco menos mujeres, que viven en las buhardillas y mansardas de algunos edificios céntricos, en Nueva York y en Chicago, en Turín, Milán y Roma. Otros se aquerencian en santuarios abandonados o en casuchas campesinas. Las mujeres tratan de evitar lugares aislados por temor a las agresiones. En Italia se calculan mil doscientos. En el sur de Francia: trescientos. En la Argentina sabemos de uno.

Cuando se instalan en la campiña, los primeros tiempos son duros. Los lugareños desconfían de ese forastero solitario, con aire distinto (la mayoría tiene títulos universitarios), que no recibe visitas, que no tiene teléfono, ni radio, ni televisor, que se va a la cama con las gallinas y se levanta al alba, que intercambia con todos -el párroco incluido- el mínimo indispensable de palabras. Casi siempre la primera visita es de la policía local alertada por los vecinos. Luego, lentamente, el forastero es aceptado como un miembro excéntrico e inasible de la comunidad, y en el umbral de su puerta comienzan a aparecer verduras, frutas, pan, leche, a menudo acompañados de una esquela que pide oraciones[27].

La mayoría de los anacoretas son laicos, pero son numerosos los sacerdotes, religiosos y monjas que eligen esta vida después de años en comunidad. ¿Por qué esta elección? Es una llamada que ha encontrado un nuevo florecimiento ante la borrachera comunitaria, social, política, económica, que ha tergiversado muchos ambientes religiosos; ella consiste en redescubrir respecto a todo activismo y eficientismo, el valor de la plegaria, de la lectura espiritual, de la meditación y del silencio.

Casi todos los anacoretas son personas entre cincuenta y sesenta años; algunos viven de sus jubilaciones, de trabajos artesanales que pueden realizar entre cuatro paredes, del laboreo de alguna huerta; los que integraron comunidades religiosas, si se fueron en buenas relaciones, a veces son ayudados por las mismas. Parece que siguiera vigente un antiguo proverbio: “a joven eremita, viejo diablo”.

Ahora, dos palabras sobre Robinson Crusoe y sobre el Robinson suizo. El primero, o es víctima de un naufragio o es abandonado en la isla del archipiélago Juan Fernández que hoy lleva su nombre.

Robinson Crusoe es el Robinson inglés. Es el hombre solo, desamparado, que sólo cuenta con la fuerza de su voluntad y la ayuda de Dios. Robinson es admirable por su genio, por su actividad, por su industria, pero todo lo que hace o produce lleva la marca de una vida social anterior; pone en práctica lo que había aprendido en la ciudad de los hombres.

El Robinson inglés fue el marinero Alejandro Selkirk, a quien Borges le dedicó unos versos que leímos en una de las primeras reuniones. Hace unos cuantos años tuvimos el gusto de ascender al mirador desde el cual el náufrago o el abandonado, según la versión que prefieran, escudriñaba el horizonte esperando la nave que lo devolviera a la vida social.

El Robinson suizo[28], es otra cosa. Carlos Nodier, de la Academia Francesa, en su presentación, nos resume en pocas palabras el contenido de la obra: “El Robinson suizo del señor Wyss es el Robinson en familia… En vez del obstinado marino que a brazo partido lucha con la muerte, cautivarán nuestra atención un padre, una madre e hijos de diferente edad e índole. La imaginación del autor nos traslada a la misma cuna de la sociedad humana, mostrándonos como se forman los pueblos”. Un libro muy educativo para todos.

XII.- Los ermitaños, los Robinson y la teoría de la argumentación.

El escribano Hernán de Pablo estará pensando ¿Qué tendrá que ver todo esto con el Curso? Tiene que ver en ambos casos si recordamos las enseñanzas de Perelman y la ampliación del objeto de la retórica por su Escuela de Bruselas.

La argumentación abarca la deliberación consigo mismo y el paralelismo entre ella y la retórica, ya fue señalado por Isócrates, a quien los más veteranos del curso recordarán, primero como logógrafo, y después como maestro de retórica, en un discurso a Nicocles: “los argumentos con que convencemos a otros al hablar con ellos son los mismos que utilizamos al deliberar; llamamos oradores a los que saben hablar en público, y tenemos por discretos a quienes discurren los asuntos consigo mismos de la mejor manera posible”[29]. No olvidemos que la discreción es un antiguo nombre dado a la prudencia.

La deliberación íntima es secreta, persigue el acuerdo con uno mismo sopesadas las razones, y una vez alcanzada una convicción, busca consolidarla. Esto se aplica a los anacoretas y a Robinson Crusoe. En cambio, el Robinson Suizo, además de esto, argumenta “en familia”.

Los eremitas y los Robinson debían hacer el bien y evitar el mal. Al dictamen de la sindéresis debía seguir la determinación prudencial respecto de los medios. La prudencia individual, la fortaleza y la templanza debían ponerse en práctica para combatir los vicios y facilitar los actos buenos. La justicia estaba suspendida en el caso de Robinson Crusoe por ausencia de alteridad, muy ocasionalmente la encontramos en la vida de los eremitas y aparece imperfectamente en el caso del Robinson Suizo, de justicia “analógica” según Aristóteles.

Cuando los ermitaños se radicaban en el desierto, ese alejamiento, “si bien cortaba algunas posibilidades de pecar, no las destruía a todas. Aún en el desierto, ellos descubren que el enemigo ha viajado con ellos y en ellos”[30].

En la soledad aparecen tentaciones en especial en el orden del espíritu. Son “los espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas”, y también de los cuerpos.

En este combate místico también está presente la argumentación. Una prueba más que en los anacoretas, el paso por la sociedad dejó huellas indelebles.

Escribano Bernardino Montejano. 10/3/2011.


[1] Así también lo señala Danilo Castellano en L’ordine della política, Edizioni Scientifique Italiane, Nápoles, 1997, p.30.

[2] Lecciones de Sociología, Méjico, 1948, p. 25.

[3] El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid, 1957, p. 22.

[4] “La esencia de lo social”, Anuario de la Fundación Francisco de Vitoria, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1959 p. 175.

[5] L’humanisme politique de Saint Thomas, París, 1939, p. 595.

[6] Utz, Arthor Fridolin, Etica Social, Herder, Barcelona, 1964, T. I., p. 41.

[7] La cuestión social, Rialp, Madrid, 1960, p. 21.

[8] El equilibrio y la armonía, Rialp, Madrid, 1978, p. 118/20.

[9] Utz, Arthur Fridolin, Ob. cit., 1964, T. I., p. 23.

[10] Artículo citado, p. 177.

[11] Ob. cit., p. 50.

[12] En su libro El derecho y la sociedad, señala Jacques Leclercq que “es necesario que haya sociedades particulares” y “que se necesitan tantas sociedades como intereses colectivos deben salvaguardarse y fines colectivos procurarse”, Herder, Barcelona, 1965, ps. 207 y 210.

[13] Para qué la familia, Kapelusz, Buenos Aires, 1979, ps. 15/16.

[14] Ob. cit., p. 21.

[15] Marcel de Corte, “L’éducation politique”, en Politique el loi naturelle, Sion, Suiza, 1967, p. 65.

[16] El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1959, ps. 378/379.

[17] Bernardino Montejano y Susana Lima, “Bien común, formas de justicia y solidaridad”, El Derecho, 27/11/78, n° 4599.

[18] Terre des hommes, VII, 6, en Oeuvres, Gallimard, París, 1965, p. 238.

[19] Filosofía del Derecho, Bosch, Barcelona, 1953, ps. 472/3.

[20] El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid, 1957, p. 47.

[21] Divini Illus Magistri, 8, en Doctrina Pontificia, Documentos Políticos, B.A.C., Madrid, 1958, p. 532.

[22] Mater et Magistra, 65, en Comentarios a la Mater et Magistra, B.A.C., Madrid, 1968, p.28.

[23] “Estudio crítico de la lógica del ser y del deber ser en la teoría egológica”, Ethos, Instituto de Filosofía Práctica, Buenos Aires, 1974/5, n° 2/3, p. 54.

[24] Meinvielle Julio, Crítica a la concepción de Maritain sobre la persona humana, Nuestro Tiempo, Buenos Aires, 1948, ps. 90/91.

[25] Regla de gran patriarca San Benito, Abadía de Santo Domingo de Silos, Burgos, 1980, ps. 21/2.

[26] Los padres del desierto, San Jerónimo, Santa Fe, 19812, p. 76.

[27] Messori Vittorio, L’ultima tentazione: eremita metropolitano”, Corriere della Sera, Milán, 17/8/2002.

[28] Y. R Wyss, Librería de Garnier Hermanos, París, 1911.

[29] Discursos, Nicocles III, 8, Gredos, Madrid, 1979, p. 287.

[30] García Vieyra, ob. cit., p. 63.

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