Por Alberto Asseff *
Suscita sana envidia ver a nuestro ahora buen vecino Brasil sentado en la ciudad china de Sanya con Rusia, India, China y Sudáfrica para reclamar reformas al orden mundial, tanto económicas – sobre todo atinentes a la moneda de reserva e intercambio global – como en la ONU, especialmente apuntando a una ampliación de las sillas permanentes en el Consejo de Seguridad. ¿Por qué está Brasil y no nosotros? O, en todo caso, ¿por qué no estamos los dos? ¿Por qué BRICS y no BRICAS?
La respuesta no es una sola y para contestarla acabadamente sería menester ahondar una variopinta de asuntos y cuestiones. Sin embargo, podría darse una explicación que sintetiza todos los aspectos gravitantes para el asimétrico resultado, en materia de poderío, de Brasil y la Argentina. Ellos trabajaron sistemáticamente en aras del poder nacional. Nosotros nos embarcamos en recurrentes construcciones de poderes personales.
Una de las claves, naturalmente, se encuentra en las Políticas de Estado. A más abundancia de éstas, más frutos y elementos para nutrir el poder nacional. E inversamente.
A la luz de que en estos mismos días algunos dirigentes mediáticamente encumbrados – muchas veces no se compadece el nivel de adhesión del pueblo con la cantidad de apariciones en los medios – claman vanamente por acordar ‘Políticas de Estado’, es notorio que todavía en 2011 la Argentina no las disfruta. Por inferencia mecánica se puede, pues, sostener que persistimos en la articulación de poder personal – a lo sumo sectorial – y continuamos apeados de la erección de un poder nacional sólido.
Sufrimos, por ejemplo, vaivenes políticos. Una década nos aplicamos con denuedo, fruición y hasta demasía a privatizar todo lo existente y por existir. Otra década vivimos todo lo contrario, con similares excesos. ¿Se puede fortalecer de ese modo el poder nacional?
Cuando el Brasil apenas poseía unos pocos coches importados, nosotros ya teníamos la Fábrica Militar de Aviones en Córdoba, inaugurada por Alvear el 10 de octubre de 1927. Así podríamos anotar una centena de avances vanguardistas que la mala política y la ausencia de estrategia nacional fueron segando uno a uno, en medio del desarrollo progresivo y constante de otros, como el Brasil.
El trabajo es la riqueza más espectacular de una nación. Nosotros lo tuvimos tempranamente. Por un vago, teníamos cinco trabajadores, criollos e inmigrantes, rurales o urbanos. ¿Qué hicimos con esa riqueza envidiable? La fuimos despilfarrando hasta el punto que hoy suele ser más tentador hacer un piquete de reclamo que ocupar ese tiempo en trabajar. Se logra más con el primero que con el segundo.
Para aspirar a la Primera División del mundo – tomando ejemplo de los torneos deportivos – se debe formar equipo protegido por una institución equilibradamente administrada y establecer metas a conseguir que no estén subordinadas a mutaciones y zigzagueos, mucho menos abruptos. Lo institucional por encima del turno político.
Se deben abrigar ideales, pero no se puede encorsetar el quehacer colectivo en una ideología o dogma cerrados. La vida es toda plasticidad, aunque sustentada por algunos valores estables. El núcleo ‘duro’ es poco, pero pétreo. El resto es maleable, conforme las circunstancias, propias y exógenas. Nosotros muchas veces en nuestra historia nos aferramos a políticas o ideologías más allá de lo temporalmente propicio y hasta a contramano de nuestros verdaderos intereses. Creo que el caso más emblemático fue nuestra relación con Washington: justo cuando emergía a la primacía mundial, en 1945, nosotros agudizamos la disputa con ellos. Cuando, 45 años después estrechamos lazos hasta la ‘intimidad carnal’, era inoportuno, tardío y errado, ya que era el momento de empezar a hablar y enhebrar con Sudáfrica, Brasil, Rusia, China, India, México, Turquía, Nigeria, Egipto Indonesia, Corea, Italia, Polonia y otros, es decir los pueblos intermedios y emergentes que están ineluctablemente destinados a protagonizar las transformaciones en el planeta. Es precisamente lo que hace Brasil. Todavía estamos a tiempo, aunque el margen se estrecha.
No se dice suficientemente, pero el Brasil poderoso también es el resultado de un Brasil territorialmente integrado. Pernambuco, Mato Grosso o Río Grande no hicieron rancho aparte. La Argentina, esa soñada, pero aún pendiente, se trabó en buena medida en la hora inicial cuando se dejó ir a Bolivia, Paraguay y Uruguay. ¿Acaso el Mato Grosso no era tan ‘lejano y distante’ para Río de Janeiro lo era el ex Alto Perú – Bolivia- para Buenos Aires? Empero, uno se quedó en el redil, el otro se marchó.
Hoy, el principal Foro que integramos es el G-20. En él está el germen del futuro poder mundial. Es una primera gran Política de Estado fortalecer nuestra pertenencia ese grupo, el pelotón más adelantado y promisorio del mundo.
Por eso, es peligrosísimamente malsano decir lo que expresó el presidente del Banco de la Ciudad de Buenos Aires, Federico Sturzenegger, en el llamado “Club de la Unión Nacional”: “La Argentina corre el riesgo de quedar fuera del G-20”.
La primerísima Política de Estado es el patriotismo básico. Él manda callar en público este tipo de acechanzas y por el contrario, en ese Club – por más opositor que sea – y en cualquier sitio se debe manifestar algo así: “más allá del gobierno de turno, de lo mal o bien que se conduzca la nave de la Argentina, todos estamos empeñados en mantener y desplegar nuestra pertenencia al G-20”.
Otro punto de partida para erguir al poder nacional es no agitar intereses nacionales vitales como banderas político-electorales. O comprometer esos intereses bastardeándolos.
Charles De Gaulle había triunfado con holgura en las elecciones de junio de 1968. Cuando en abril de 1969 perdió un referéndum sobre la regionalización de Francia tomó sus petates – sólo los suyos…- y se fue con Ivonne a su casa de Colombey-les Deux Eglises. Se sentía grande porque había contribuido al resurgimiento galo. Su labor había sido nacional por Francia, no personal. Hoy su persona sigue honrándose. Es que cuando se labora por la nación llega inexorable el reconocimiento a la persona. Un contraste, cual claroscuro, con la faena inversa.
*Dirigente del partido nacional UNIR;
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