viernes, 20 de mayo de 2011

DEMOCRACIA O NO DEMOCRACIA: ESA ES LA CUESTIÓN

Politiquero 

Por Emilio Nazar Kasbo

¿Qué problema habría en un régimen democrático, partidocrático o participativo en que todos sus líderes fuesen probos y honestos, sirvieran al Bien Común y al futuro de la Nación, haciendo realidad la Doctrina Social de la Iglesia? Pues ninguno, presentado el tema de este modo.

Los principios

Sin embargo, una cuestión queda latiendo: ¿qué sucede con la perennidad de los principios? Es decir, ¿queda afectada la verdad a causa del régimen político? En principio, sería una cuestión de electores y elegidos, que no afectaría principios. Pero es esto tan así?

Si vemos los sucesos democráticos desde 1983 al presente, comprobaremos que hubo grandes movilizaciones espontáneas de los dos principales partidos en el año inicial, que luego fueron reduciéndose hasta quedar reducidas a la nada ya para la época en que asumió Carlos Menem, sucesor de Raúl Alfonsín. Las “manifestaciones populares” posteriores sólo tuvieron un caso de espontaneidad: el cacerolazo que hizo huir a Fernando de la Rúa en un helicóptero abandonando el poder, y que continuaron hasta que Adolfo Rodríguez Saá dejó la presidencia. Las manifestaciones multitudinarias se extinguieron en su espontaneidad, y fueron suplidas por gente comprada, arriada como ganado para “hacer número” ante las cámaras fotográficas y televisivas.

La adhesión a un proyecto político por los votantes fue de la mano de esa caída de popularidad. Al principio había plataformas políticas que aclaraban la acción de gobierno que realizaría el partido, pero Raúl Alfonsín mismo dijo que las mentiras estaban dentro del juego democrático (la mentira en la democracia se llama demagogia, régimen impuro de gobierno según Aristóteles). Prometer una cosa y hacer otra, por tanto, ha sido algo aceptado por el régimen partidocrático. El paso siguiente fue la extinción de las plataformas políticas, suplidas por un logo partidario o por el rostro del candidato, sin esclarecer cuáles son sus principios de acción en caso de asumir el gobierno, pero en el marco general de una ideología partidaria a la que supuestamente adhería. Y así llegamos a la actualidad, en que ningún partido tiene algo original porque todos ofrecen lo mismo, donde ni siquiera existe una “fidelidad partidaria”, y donde nadie sabe qué es lo que va a votar cada persona elegida, pues ni promesa alguna se realiza ya.

“Inseguridad”, “educación”, “salud”, “vivienda”, “salarios”, “justicia”, son todos temas que están en boca de todo candidato, pero son todos temas que nunca se solucionan. “Con la democracia se come, se cura y se educa”, había dicho Alfonsín, pero al presente lo único que ha ido en crecimiento es el desastre en cada obligación del Estado.

Las personas

Y como inicialmente las ideas estaban claras, y ya no hay ideas porque cualquiera de los elegidos puede votar por cualquier proyecto sin límite alguno, no hay garantía de estabilidad para la Verdad. El relativismo de las ideas, sostenido por los candidatos o por quienes son elegidos, acaba imponiéndose. Y es en ese punto donde la Verdad es afectada. Porque, efectivamente, el relativismo “se impone”, como una especie de contrasentido.

La imposición del relativismo implica un acto de fuerza desde quien lo sustenta hacia quienes no lo sustentamos. El acto de fuerza consiste en el “somos más”, en la imposición porque “tenemos el poder”, o por cualquier otra vía similar que pretende silenciar el mismo sentido común.

He allí la dictadura del relativismo. El relativismo dice que todo es relativo, excepto aquello que el relativista pronuncia, y quien no lo acepta ha de ser objeto de censura. El relativista es un tirano, y el relativismo es su herramienta para condenar a unos u otros no según un criterio de justicia, sino de conveniencia.

La democracia es un sistema relativista en sí mismo, y vemos cómo más allá de la relativización de verdades que pueden ser variadas según el número de electores, implica como base que una vez se puede sustentar una cosa, y después otra, lo cual es contradictorio, y por tanto contrario a la razón y al sentido común.

¿Puede un católico participar de un partido político?

En principio, los Papas han avalado la participación de los católicos, en particular de quienes están más formados. Pero éstos deben participar en un Partido que tenga claros los principios y cuyos integrantes sean hombres probos, capaces de llevar adelante tales principios. Además, quienes participen no deben poner en juego ninguno de los principios que afectan a la Fe Católica, que deben permanecer siempre constantes e indemnes a los vaivenes momentáneos. Pero si en un partido político no hay principios claros, y sus integrantes no sostienen los principios de la Doctrina Social de la Iglesia en su integridad, no es lícito participar de los mismos.

El otro problema que se suscita, es que parecerá que se pone en juego a votación de la mayoría la Doctrina Social de la Iglesia, identificándola con determinado partido. En la mente de muchos, una derrota de tal partido aparece como una derrota de la Doctrina Social de la Iglesia.

Quedamos encerrados entonces los católicos en una aporía: para acceder al Gobierno hay que formar y tener un partido político que se sustente en la Doctrina Social de la Iglesia, pero el mismo tiene que “competir” con otros que sostienen errores a la luz de dicha Doctrina. ¿Se logra un bien o un mal? ¿Qué hacer en estos casos? ¿Participar o no participar?

Un dilema

La respuesta a este dilema, debe quedar librada a la prudencia de cada persona, ya que los Papas no se han expresado de modo infalible sobre esta cuestión puntual, que además es completamente opinable. Lo que sí, es que el católico que se decide a participar en un partido, como decimos, debe asegurarse de que todos los que integran el mismo sostienen el mismo pensamiento acorde con la Doctrina Social de la Iglesia, que los principios no se ponen a votación, y que ni el triunfo ni la derrota ponen en juego la validez y universalidad de la Doctrina Social de la Iglesia.

La Fe no se vota. Cristo no se vota. O se los acepta o se los traiciona. No hay intermedios ni mediocridades en esto que sean válidos.

Por ello, un partido político no debe ser visto por un católico más que una institución asociativa humana que busca unificar voluntades con una finalidad común que siempre ha de ser lícita. Visto así, el partido político es una institución más en la cual no deben presentarse ambiciones humanas ni especulaciones sobre cargos futuros como si fuesen las elecciones una apuesta de caballos a ver quién gana “para salvarnos” todos aquellos que lo hemos avalado.

Ciclos de gobierno

Fue Polibio quien habló de ciclos en el gobierno, en que de una Monarquía que procura el Bien Común se va degradando el régimen hasta derivar en una democracia que se convierte en demagogia que conduce a la anarquía. El último estrato de la anarquía es la búsqueda de un nuevo monarca que procure el Bien Común, afirmaba Polibio.

Tras un período de independencia y otro de anarquía, Argentina tuvo al Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas como verdadero monarca, Caudillo Federal católico que predicó con su ejemplo y con sus leyes. Luego vino una constitución liberal, que sumió al país en la mayor de las dependencias. Tal constitución nos rige al presente, y ha llevado a la atomización y anarquía social en que actualmente nos desenvolvemos.

Necesariamente, debe llegar en algún momento un Monarca. Para el católico, ese Monarca siempre está, como arquetipo de todos, ya que es el Rey de Reyes, Jesucristo. A no ser que el Apocalipsis esté tan próximo que no otorgue tiempo a la conversión de las naciones, en algún momento debe surgir un Monarca católico que traiga algo de paz al espíritu de las almas de la Nación. Recemos por ello.

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