Por el Dr. Jorge B. Lobo Aragón
Carta a mi amigo el Dr. Francisco Bénard
Cuando don Diego de Villarroel fundaba la Ciudad y al mismo tiempo la provincia, puesto que la ciudad tendría un ámbito sobre el que se extendería la actividad de los ciudadanos. Fue explícito, claro. Fundó en nombre de la Santísima Trinidad; de la Virgen María, madre de Dios; de los santos apóstoles Pedro y pablo, príncipes de la Iglesia, con una especial mención al apóstol Santiago, “luz y espejo de las Españas”, referencia que está imponiéndonos una vocación de Patria; y muy especialmente el fundador nos ofrece el patronazgo “de el bien aventurado arcángel San Miguel”, capitán de las milicias celestes cuyo activa beligerancia con el demonio debe servirnos de ejemplo y guía.
Villarroel la llama a su ciudad San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión. Nos pone ante una promesa, que es la promesa de nosotros, los destinatarios y herederos de su obra. Nosotros nos prometemos a la tierra, fecundarla y fructificaría – es decir; amarla – sin exigirle que ella quede obligada a una compensación.
Hago este homenaje porque la ciudad, síntesis visible y concreta de la comunidad, merece tener en cuenta a hombres como mi amigo. Y porque nosotros necesitamos recordar los orígenes para entender nuestros compromisos actúales. Y para asumirlos con responsabilidad.
Lo primero que hace el fundador es crear el cabildo, para que la comunidad naciente tuviera su justicia, ya que es impensable una sociedad sin justas relaciones entre sus integrantes, Y les da a los alcaldes ordinarios “sendas varas de justicia con cruz, encima”. Nos está diciendo que lo primero es la justicia, y que la justicia lo ha de tener por encima a Dios. Y a nadie más que Dios.
Traza la plaza de la ciudad y en su centro hace plantar el poste de la justicia, palo y picota, la pena que se ha de aplicar a quienes transgredan las justas leyes. La sociedad tendría presente que había voluntad de cumplir las leyes, y que por lo tanto los delitos no quedarían impunes, y en consecuencia los honrados vecinos trabajarían en paz. Puede pensarse que aludir a la historia es ocuparse de cosas perdidas, de épocas que nada tienen que ver con la actualidad. Y nos damos con que no es así.
A través de la historia vuelve la voz de don Diego, el fundador, para recordarnos que puso como primacía y centro de nuestra comunidad a la justicia, justicia que ha de ser libre, que primero de todo sólo se ha de reconocer a Dios Nuestro Señor, y a nosotros, a los ciudadanos de su ciudad, nos da como patrón y guía al arcángel, que no es un arcángel cualquiera sino que es el campeón de la lucha por las causas justas.
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