Por José Luis Milia
Estimados:
Mi
mujer me acaba de preguntar por la causa de mi rabioso silencio y no he
tenido los cojones necesarios para contarle mi tristeza. Esto que ahora
escribo desde el dolor no pretende ser ni alegato, ni invocación, ni
diatriba. No me interesa su publicación ni el conocimiento masivo. Es,
nada más que la manera de exponer la hondura de mi pena. Y también
compartirla con Uds.
Adhiero profundamente a lo que en su momento mi amigo Juan Manuel Otero escribió al respecto con inocultable clarividencia: “Dejo
aclarado de movida que no guardo en absoluto prejuicio alguno hacia las
personas homosexuales. En tanto y en cuanto su vida privada no
trascienda en forma ostentosa ni provocativa merecen mi total respeto y
consideración. Pero no soporto a los putos culirrotos que han asaltado
nuestras instituciones y canales mediáticos para refregarnos sus
promiscuas vidas como si fuera algo digno de imitar.”
Aunque
previsible por los tiempos que corren y en la sociedad en que nos
hemos convertido siempre me resistí a pensar que sucedería. Hoy creo que
los que quedaron en el Monte Tucumano o en la Turba Malvinera deben
saber que la misma muerte que los hizo héroes les evitó también la
ofensa que hoy nos salpica a todos.
Me
importa un carajo si estos - ¿Qué son? – “fulanos” se casan, si
solamente les interesa romperse el culo "legalmente", no por el País,
sino entre ellos, o solo pretenden mantener un connubio castissimus para
tener acceso a la herencia del “conyuge”. Pasaron el límite, ese de la
discreción y el decoro del que habla Juan Manuel, para ponerse a la
altura rastrera de una farándula inmunda y ya, desde mi punto de vista
no hay lugar ni para el respeto ni para la consideración.
Lo
que me genera una ansiedad sin límites es saber que piensan sus
compañeros de promoción, sus subordinados, aquellos que, adolescentes,
piensan en la Milicia como una razón de Fe y Vida, y
también las familias - padres, madres, esposas, hijos - de todos
aquellos que habiendo elegido las armas como profesión y que, aunque
sabían que jamás las FF.AA. les depararían otra fortuna que sacrificios,
vida dura y estrechez económica, les confería con el uniforme una
dignidad imanente difícil de mancillar.
Es
esto todo lo que me importa, ya que no me interesa lo que puedan pensar
sus jefes porque esto solo podía suceder en el muladar que, jefes
sumisos o aprovechados mediante, un poder político que llegó con el
designio de destruir todo aquello que era trascendente en la Nación ha
convertido a los estados mayores.
Pero
no olvidemos lo más importante. Alguna vez deberemos tomar conciencia
que lo que les sucede a las FF.AA. nos sucede a todos, porque también
nosotros nos hicimos los distraídos el día en que un excremento moral adquirió, con los fondos rapiñados de su provincia, el "derecho" a ser presidente de la república
Pepe Milia
Non nobis Domine, non nobis, sed Nomine Tuo da Gloriam
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