Por los oídos de la fe, en Navidad escuchamos a los ángeles cantar sobre el pesebre de Belén: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Los ángeles, mensajeros de Dios, manifiestan su gloria y anuncian su paz a todos los hombres. La paz de los hombres está en glorificar a Dios con sus vidas. Por ello en Navidad nos unimos de un modo nuevo al coro celestial para cantar glorias de alabanzas y adoración.
Este canto irrumpe en la noche de los hombres y en el pesebre nace el Sol que viene de lo alto e ilumina a la humanidad: El Hijo de Dios hecho hombre. Él mismo es nuestra paz. Él glorificó perfectamente al Padre y unidos a Él le glorificamos nosotros también. Para eso nació de María, en el portal de Belén. He ahí nuestra paz.
La paz de Dios viene de lo alto y es plenitud. La trae Jesús, el hijo de Dios que vino al mundo para reconciliar todas las cosas con el Padre. Él es su justicia y su misericordia. Él nos devuelve la condición de hijos del Padre y de hermanos entre nosotros y así, hace nuevos los corazones que le abren sus puertas.
Decir “¡Feliz Navidad!” conlleva un compromiso y hace manifiesto el deseo de trabajar por la paz, la justicia y la verdad. “Los militares, siéntanse instrumentos al servicio de la paz” (GS, Conc. Vat. II). Una patria en paz requiere del servicio eficiente y eficaz de sus militares. Una Patria en paz se integra al concierto de una humanidad que clama por la paz.
La estrella de la Navidad nos invita a levantar la mirada y a marchar decididos y confiados a un futuro que es distinto en la medida en que es edificado por corazones nuevos: que no admiten exclusiones, en los que la marginación no tiene lugar, en los que el sectarismo es un mal recuerdo y el atropello a los derechos de cada hombre y de cada mujer, una pesadilla de la que hace mucho tiempo se ha despertado.
La fe en la vida eterna que esperamos conlleva un compromiso y ¡ésta es nuestra fe!
Desde esta fe, los cristianos trabajamos y decimos a todos los hombres, sin más adjetivaciones que el ser amados de Dios, con su misma predilección por los más pobres y sufrientes: “¡Feliz Navidad y un año próspero y pletórico de trabajo por la paz, la justicia y la libertad!”.
Al darles mi bendición a todos, sin más condición que el querer recibirla, mi pensamiento va particularmente a quienes sufren por el motivo que fuere, a quienes pasarán la Navidad lejos de sus familias por las razones que fueren y a quienes no comparten nuestra fe, pero están dispuestos a compartir nuestra paz. A todos ¡Feliz Navidad!
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