domingo, 8 de agosto de 2010

OLVIDAR ES CONCEDER

Mapa del genocidio

Por Rupén Berberian

La tercera generación de los huérfanos, desterrados de sus raíces ancestrales, prácticamente ignora que sus padres y abuelos al caer bajo el dominio turco como tantas otras minorías, habían sido considerados ciudadanos del Imperio. O sea: los armenios de entonces, eran ciudadanos turcos; ciudadanos turcos… fueron también quienes los masacraron. Desde luego, no se trató de una guerra, ni siquiera de una rebelión armada, fue una persecución: un odio racial y un fanatismo religioso.

No me extraña que en los colegios armenios de todo el mundo no se mencione ese detalle y se trate de hacer hincapié con que Armenia Milenaria, como cualquier nación de la órbita otomana se encontraba Saludable Libre e Independiente y, de pronto, fuera invadida, usurpada su Montaña Sacra y asesinada su población; punto y aparte.

Tengo entendido que el pueblo milenario armenio consistía en una nación dividida en Reinos, Principados y hasta en un feudalismo francés de donde provienen la mayor parte de nuestros hermanos de la diáspora, más precisamente de Guiliquia, al norte de Siria, bastión preferencial de Las Cruzadas Cristianas venidas de Europa para rescatar Jerusalén de los “infieles”: puesto que según creencias de la cristiandad de aquellos tiempos, “infieles” eran los musulmanes. Los judíos, para los cristianos de entonces, era gente intrascendente, no obstante se le reprochaba el haber matado a Jesús.

Floreció el pensamiento filosófico en La Antigua Grecia, porque las langostas Otomanas Mongoloides aún no habían logrado su propósito de desfigurar el mundo intelectual con su innato salvajismo.

Aunque la historia no lo menciona, los pocos logros llevados a cabo por Turquía fueron ejecutados por armenios, del mismo modo “La Catedral Santa Sofía”, hoy convertida en mezquita, construida durante la civilización Bizantina e ideada para resistir cualquier terremoto en la región. Si Europa, hoy, se anima a sonreírle a Turquía, mucho tiene que ver en ello los armenios.

Digamos que de entre los turcos con su bestialidad característica se destacaron unos cuántos genios. Basta con nombrar tres de sus máximos próceres: El Sultán Rojo (conocido por el sanguinario) Abd El Hamid, quien, en 1895, mandó a asesinar trescientos mil armenios. Años más tarde, Taleat: Ministro de Interior, un (Deunmá) O sea: judío convertido al Islam, completó la gran hazaña, aniquilando a un millón y medio de armenios. Finalmente Mustafá Kemal, alias “Ataturk”: quien modernizó el alfabeto turco y trató de ocultar los trapos sucios de su entorno. Con esos tres personajes se podrá tener una clara idea de la cultura turca otomana.

Con que la tercera generación de armenios de la diáspora ignore que sus padres y abuelos fueron ciudadanos turcos, no pierden nada.

Nunca se sabe cómo gira la rueda del destino. Ayer, parte del suelo milenario de nuestros ancestros era conocido por ARMENIA de Guiliquia (Cilicia). También la misma región pudo haber adoptado otros calificativos que pasaron a la historia. Lo que interesa es, que la sangre derramada sobre nuestras raíces milenarias no pase al olvido y no seamos nosotros, los nietos de los sobrevivientes del genocidio perpetrado por Turquía quienes traicionemos las esperanzas de nuestros abuelos por no idear el regreso a casa.

Humildemente, para que lo piensen mis hermanos.

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