sábado, 4 de septiembre de 2010

Y LAS RAÍCES AGUARDAN

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Por Rupén Berberian

Aquellos hermanos que providencialmente fueron salvados del genocidio perpetrado por Turquía y se refugiaron en los abrazos del mundo, habían perdido todo, menos la memoria. Hoy por más que el suelo de sus ancestros este impregnado por intrusos y se denomine Turquía, no modifica en nada la cruz de su origen, ni borra la sangre derramada de quienes perecieron mártires de la marginalidad racial y del racismo religioso.

Evidentemente, la región de nuestros antepasados se caracterizó por ser sumamente conflictiva e inestable, una región Bíblica codiciada por pertenecer a la ruta de la seda, tener grandes extensiones de pastizales que fueran ambicionadas por los salvajes que no escatimaban esfuerzo con invadir, aniquilar aldeas y robar las pertenencias de sus pobladores. Así fueron apareciendo por turno mongoles, tártaros y la bestialidad en pleno.

De pronto Bizancio (la otra cara de Roma) cae mal herida, derrotada por langostas humanas que venían como barridas por una escoba, habiendo atravesado los territorios armenios y superado sus defensas. Territorios pretendidos desde siempre por persas, árabes y vaya a saber cuántos más.

Fueron los turcos otomanos quienes acamparon sobre nuestro suelo y fueron originando su Imperio, un Imperio devastador, prepotente, impío e inculto, que llegó a someter parte de Europa, Arabia y toda África del Norte.  Pero esta es otra historia.

Lo referente a nosotros, los armenios, fuimos quienes le enseñamos al bruto otomano la existencia de las ciencias, las artes y fuimos quienes les edificamos los palacios a sus Sultanes. Gracias a los éxitos obtenidos en sus campañas y como si eso fuera poco, los turcos comenzaron a rivalizarse compitiendo con La Meca por la supremacía de la fe islámica con intención de atraer a los fieles musulmanes a Turquía. Y los cristianos eran un escollo, y los armenios estorbaban sus planes de expansión. En ese territorio convivían a las buenas del Señor, minorías griegas, caldeas, siríacas, árabes, kurdas, gitanas y judías.

Y los armenios fueron masacrados y expulsados de sus terruños, no obstante ser ciudadanos turcos. Los que lograron sobrevivir al genocidio fueron algunos que otros huérfanos, quienes resultaron ser nuestros padres y abuelos Y nosotros, sus descendientes, somos quienes hoy conformamos la hermandad de la diáspora. Durante el genocidio algunos pocos miles lograron ser excluidos de ser exterminados, vaya a saber por qué razón y desde entonces permanecen maniatados en Turquía.

Que conste y lo recalco: nuestros abuelos eran ciudadanos turcos.  Y aquí es donde quiero hacer hincapié, porque viene al caso.

Turquía debería, sea por lógica o por lo que fuere, reconocer como ciudadanos de su país a todos los de la diáspora armenia, admitir lo ocurrido con ellos, pedirles perdón, indemnizarlos y reincorporarlos a sus raíces como lo que fueron: ciudadanos  turcos de origen armenio; mejor dicho: armenios de nacionalidad turca. Esto por un lado. Por el otro: Armenia libre e Independiente debería ocuparse por medio de sus embajadas de agrupar y registrar a todos los descendientes armenios de la diáspora, sobrevivientes de Armenia Occidental y Armenia central, diseminados por el mundo, confeccionarles una suerte de credencial de su procedencia, nombre, apellido, razón social, raíces familiares, un documento que sirva de testimonio ante un eventual requerimiento de las autoridades turcas; de tal o cual persona, de tal o cual región y si es posible, que incluya también su árbol genealógico.

La doble nacionalidad ofrecida generosamente por Armenia Libre e Independiente es muy importante y tentadora, pero la gran mayoría de nosotros no pertenecemos a ella más que simbólicamente. Yo, por ejemplo, y asumo toda la responsabilidad sobre mi ignorancia, supe de su existencia recién a los treinta años de edad. Lo que sí, recordaba que mis padres provenían de Diarbekir, ciudad originalmente armenia, usurpada por Turquía y habitada mayoritariamente por kurdos. Aquélla región colgada con pinzas de nuestra historia milenaria, de nuestra Armenia tradicional es donde permanecen los huesos de mis familiares abatidos.

Con un documento que me reconozca como nieto de aquella porción de nuestro paraíso Bíblico, acumularía en mi haber tres ciudadanías: la referente a mi nacimiento, la de los sueños de mis abuelos y la de mis propios sentimientos en vigilia.  

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