martes, 12 de octubre de 2010

MARAVILLOSO REGALO DE SAN BERNARDO: LA ORACIÓN DE LA CONFIANZA

a Cosme Beccar Varela contrapicada

Por Cosme Beccar Varela

e-mail: correo@labotellaalmar.com

Buenos Aires, 12 de Octubre del año 2010 – 1004

El gran San Bernardo de Claraval, predicador de la Segunda Cruzada, monje cisterciense, creador de la vocación de guerreros-frailes que combatieron heroicamente en Tierra Santa y patrocinante de la Orden de los Templarios en sus gloriosos comienzos, era un gran devoto de la Santísima Virgen a la que amaba con ternura y confianza filial. Su teología estaba impregnada de ese amor a la Virgen y a la Humanidad de Cristo motivo por el cual fue designado por la Iglesia como Doctor Melifluus.

En esta hora de las tinieblas, en la que Satanás, príncipe de este mundo, parece dominarlo todo,  creo que es necesario imitar a San Bernardo en su amor filial a la Madre de Dios confiando en Ella y esperando contra toda esperanza que Ella nos salvará de las garras del maligno y de sus secuaces humanos.

Nada mejor para eso que rezar, lo más frecuentemente posible, la Oración de la Confianza que el mismo San Bernardo compuso.  El Dr. Plinio Correa de Oliveira, entre las muchas cosas de la tradición católica que me hizo conocer, está esa Oración que se me había perdido y olvidado hasta que hace pocos días encontré una copia casi ilegible entre las páginas de un libro de historia. La pude leer con una lupa y la transcribo en este número 1004 de “La botella al mar” para consuelo de los lectores y para instarlos a confiar cada día más en la protección de la Santa Madre de Dios y Madre nuestra.

* * *

ORACIÓN DE LA CONFIANZA

¡Dulce Virgen María, mi augusta soberana, mi amable Señora, mi bondadosísima y amantísima Madre, Dulce Virgen María!  Yo he puesto en Vos toda mi confianza y no seré confundido.

Dulce Virgen María, yo creo firmemente que desde lo alto del cielo Vos veláis día y noche por mí. Y sobre aquellos que esperan en Vos.  Yo estoy tan enteramente convencido de que jamás puede faltar algo cuando se esperan todas las cosas de Vos, que he resuelto vivir en adelante sin ningún temor y descargar enteramente en Vos todas mis inquietudes.

Dulce Virgen María, Vos me habéis establecido en la más inquebrantable confianza. ¡Mil gracias por una gracia tan preciosa! Yo permaneceré descansando en paz sobre Vuestro Corazón tan puro; yo no pensaré sino en amarte y en obedecerte  mientras Vos cuidaréis Vos misma de mis más caros intereses.

Dulce Virgen María: que entre los hijos de los hombres los unos busquen la felicidad en sus riquezas; que otros la busquen en sus talentos; que otros se apoyen en la inocencia de su vida o en el rigor de su penitencia o en el fervor de sus oraciones o en el gran número de sus buenas obras..Pero yo, Madre mía, yo esperaré sólo en Vos, después de Dios, y todo el fundamento de mi esperanza será mi confianza misma en vuestras maternales bondades.

¡Dulce Virgen María! Las calumnias podrán arrancarme la reputación y el poco bien que yo posea; las enfermedades me podrán quitar las fuerzas y la facultad exterior de serviros; podré perder aún ¡oh dolor, mi tierna Madre!, vuestras buenas gracias por el pecado. Pero mi amorosa confianza en vuestras maternales bondades, nunca jamás. ¡Oh no, jamás la perderé! Yo conservaré esta inquebrantable confianza hasta mi último suspiro. Todas las fuerzas del infierno no me la quitarán. Yo moriré repitiendo mil veces vuestro nombre bendito haciendo reposar sobre Vuestro Corazón Inmaculado toda mi esperanza.

¿Y por qué estoy yo tan firmemente seguro de esperar siempre en Vos si no es porque Vos me habéis hecho comprender que Vos sois toda misericordia y nada más que misericordia?

Yo estoy, pues, seguro, ¡oh bondadosísima y amantísima María!, yo estoy seguro de que os invocaré siempre porque siempre Vos me consolaréis, que yo os agradeceré siempre porque siempre Vos me aliviaréis, que yo os amaré siempre, porque Vos siempre me amaréis, que yo siempre obtendré todo de Vos porque siempre vuestro liberal amor sobrepasará mi esperanza!
Sí, es de Vos sola, ¡oh dulce Virgen María! que a pesar de mis faltas yo espero y anhelo el único bien que deseo: la unión con Jesús en el tiempo y en la eternidad.  Es de Vos sola porque eres Vos que mi Divino Salvador ha elegido para dispensarme todos sus favores y para conducirme seguramente a Él. Si eres Vos Madre mía que después de haberme hecho compartir las humillaciones y sufrimientos de Vuestro Divino Hijo me introduciréis en su gloria y en sus delicias para alabarlo y bendecirlo cerca de Vos y con Vos por los siglos de los siglos. Así sea. Esta es mi gran confianza y toda la razón de mi esperanza. Haec mea fiducia, haec tota ratio spei meae.

San Bernardo.

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