jueves, 27 de enero de 2011

POLITICA PATETICA

a Alberto_Asseff

Por Alberto Asseff *

Nuestra política duele. Por eso es patética. Somos un país demasiado importante –a pesar de la congénita autoinferiorización, combinada paradojalmente con altas dosis de arrogancia– como para que no nos abrume que poseyendo un formidable potencial suframos lo que mirado objetivamente debería ser ‘tormentas de tetera’, pero es una frustración duradera.

Desde el génesis nacional apostamos al desacuerdo –la intransigencia– como método para acceder al poder e, increíblemente, para ejercerlo. Fue tan aguda esta degeneración metodológica que convocar a una concordancia política implicaba el estigma de concupiscencia y turbiedad.

Innúmeras oportunidades se dilapidaron – situación que persiste hoy - por haber aplicado energías, tiempo y voluntad para enfrentar a los otros en lugar de concertar esfuerzos y miras.

Fue tan extremoso el comportamiento desacuerdista que se llegó al punto de impugnar al Dr. Arturo Illia por significar “lo mejor de lo peor” y por ende, “lo peor”, redondamente. Se interpretaba hace casi medio siglo que el sistema político tenía irreversibles signos de agotamiento y que un hombre probísimo –probo es poco decir– le daba inesperada sobrevida. De ahí que configuraba “lo peor”, siendo lo mejor.

Es innegable que la política entre nosotros exhibió especial perversidad. No sé si la sentimos así por sufrirla directamente. Lo cierto es que desechar a un presidente como Illia fue un acto de irracionalidad absoluta, no obstante el inmenso consenso que tuvo su deposición.

Traigo a colación un desquicio relativamente contemporáneo. Se podría retrotraer la visión y nos hallaríamos literalmente con una ristra de desmesuras y sinrazones. Sin embargo, el país creció y hasta se desarrolló –en menor medida– fenomenalmente. Cabe conjeturar qué sería hoy de nosotros si hubiéramos disfrutado de una política más sensata y visionaria a lo largo de nuestra historia. Y, a la par, de una cultura, menos frívola, que nos hubiera modelado en el esfuerzo y el trabajo.

Es tan estéril la política que padecemos que nos pone en los bordes de la ingobernabilidad. ¡A nosotros, una tierra esplendorosa, con pocos habitantes! ¡Inconcebible, pero real!

Además, la liga entre política y redes de corrupción económica es tan estrecha que la cuestión pasa largamente de castaño oscuro.

No es fácil en estas constreñidas líneas ahondar en busca de las causas de nuestra vocación a dispersar fuerzas, al fragmentalismo. Me atrevo a señalar una que creo es la madre del monstruo que moderadamente podemos llamar mala política. Es la falta de patriotismo esencial.

El patriotismo sobrepasa en mucho lo emocional, con lo entrañable y respetabilísimo que es este aspecto. Patriotismo es de verdad anteponer lo colectivo a los intereses individuales o sectoriales. Es el patriotismo el que conduce naturalmente a las hoy llamadas políticas de Estado y que siempre fueron conocidas como intereses nacionales, que son tan huidizas acá.

Sin patriotismo básico no puede existir buena política. Es el patriotismo el que abre el corazón y la mente al entendimiento con el otro. Su carencia, en contraste, abre las compuertas a la actitud y conducta obnubiladas, a esa vida de desencuentros permanentes, confrontaciones persistentes, pugnas inacabables. Transforma la natural ambición en execrable codicia.

Hoy nada ha cambiado, por desgracia. Se pergeñan normas a la hechura de quienes mandan en un contexto donde la única previsibilidad es que así como se hizo, en el pasado, trampa a la ley, se continuará en ese tristísimo sendero, cada vez más disociado del camino de la nación.

La política – la conozco no por análisis, sino desde adentro – es puro enredo. El sistema está arquitecturado para enredar, inclusive la justicia electoral es parte del enmarañamiento. Que 2011 insistamos con el descomunal anacronismo del voto con papeletas de cada partido – ahora con colores -, además de implicar un derroche inexcusable de recursos, significa una votación y escrutinios laberínticos. Se sabe: cuando se está endemoniado se desea desplegar la confusión.

Hace un año y medio – desde su derrota de junio de 2009 – los gobiernos nacional, provinciales y municipales saturan con una inenarrable y costosísima propaganda. Ahora, sin embozo, le ponen el nombre y apellido del gobernante. ¿Qué competencia igualitaria se puede entablar en este marco? Hay que desenmascarar la cuestión: el régimen es maestro en las trapazas. Ventajero es poco. Pícaro también. A más engaños, menos democracia.

Agrava la política patética la crisis de la representación, en su doble faz: la nación se divorcia de sus dirigentes, lo cual agudiza su ineficacia de gestión; y esa separación espolea la decisión de no participar – sea por sentirse engañado o por desconfianza - en la construcción de una alternativa superadora . ¿Cómo regenerar la política sin ciudadanos agentes regeneradores?

Para colmo, ninguno de los presuntos actores protagónicos de la oposición siquiera apuestan a reenamorar a la Argentina, convocándola a una empresa colectiva trascendente. Derrochan espacios periodísticos – que no les son retaceados, a pesar del creciente dominio oficial de la prensa – enrostrándose que uno es “derechoso” y el otro “estúpido” o calificaciones de esa laya. Ninguno plantea las doce grandes reformas que reclama en país, desde la cultural-educativa hasta la de la organización económica, pasando por un nuevo y reestructural pacto federal fiscal. Desnudan que su gnosis es limitadísima, aunque sean peritos en las lides electorales. Hoy esa experiencia les debería inducir a levar la mira, a proponer vías para rehabilitar sobre todo el espíritu de nuestra nación. Pero no, ellos siguen aferrados a las ideas viejísimas.

El diagnóstico sirve si se acompaña de los remedios. Como político creo que la medicina por antonomasia es la participación con confianza de que es posible erigir un país de más calidad y de más envergadura. A la mala política la recompone una buena política. A ésta la construyen los ciudadanos. No hay milagro, sino ayuda de Dios y mucha faena nuestra.

El remedio posee un componente fundamental: unifica energías en torno de objetivos comunes, con sustento de alta dosis de amor a lo nuestro, lo cual nos hará mejores amigos de todo el planeta.

*Dirigente de UNIR

www.unirargentina.com.ar

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