miércoles, 6 de julio de 2011

MONS AGUER DENUNCIÓ QUE EN ARGENTINA SE ESTÁ PRODUCIENDO UN "LAVADO DE CEREBRO" A LA POBLACIÓN


El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, recordó a los participantes del Congreso Regional de Catequesis, que se desarrolló el último fin de semana en Mar del Plata, que alabanza, revelación y sabiduría son “inspiración y tareas” de la catequesis, y subrayó que ésta “ocupa un lugar específico en el proceso de evangelización”, el cual comienza “por la acción misionera, que hace presente el primer anuncio del mensaje cristiano a los no creyentes”.

     “La acción catequética, de suyo, tiene por finalidad preparar para la iniciación cristiana a los que aceptaron la fe; se prolonga como educación de los fieles en la comunidad eclesial, y en esta función, como itinerario catequístico permanente, se articula con otras acciones pastorales destinadas a acompañar a los cristianos hacia la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo”, explicó.

     “Con mucha frecuencia, la catequesis asume una dimensión kerigmática y misionera; equivale, de hecho, a un primer anuncio, es para muchos el comienzo de la evangelización, en una sociedad descristianizada en la que los bautizados no han recibido en su primera infancia y aun en edad más avanzada una cuidadosa educación en la fe”, precisó.

     El prelado sostuvo que “ante esta situación y otras características de la sociedad contemporánea en los campos cultural, educativo, social y propiamente religioso nos plantean la necesidad de esbozar una estrategia catequística que facilite una visión de conjunto de los problemas pastorales y la complementariedad de todos los esfuerzos”.

Objetivos deseables
     Monseñor Aguer enumeró luego algunos objetivos por alcanzar.

    “Ante todo, habría que procurar una mayor organicidad de las funciones catequísticas y establecer vinculaciones: entre catequesis de niños y de adultos, catequesis parroquial-misionera y catequesis familiar, preparación al matrimonio y pastoral familiar; catequesis prebautismal, seguimiento postbautismal de los niños y sus familias y catequesis de iniciación cristiana (que en el sentir popular sirve para cumplir con la primera comunión)”, precisó.

     Y estimó que “en el ámbito escolar es preciso asumir la distinción entre enseñanza religiosa escolar y catequesis, a tenor de lo que prescribe el Directorio General en los números 73 a 76, así como también mejorar y profundizar la relación entre colegio y parroquia, especialmente en el caso de los colegios congregacionales o de los privados que ofrecen algún servicio catequístico”.

     “La importancia que felizmente otorgamos a la iniciación cristiana, al catecumenado como prototipo de toda catequesis, implica revisar el orden de los tres sacramentos y el lugar de la confirmación, que es un sacramento de iniciación y no debe ser ofrecido a edad tardía como si fuera reservado a quienes se deciden a ser militantes una vez superada la crisis de la adolescencia”, especificó.

     Asimismo, sostuvo que “el Catecismo de la Iglesia Católica, con sus cuatro partes, ofrece la estructura de una catequesis integral que desarrolla todas las dimensiones de la existencia cristiana: el conocimiento de la fe según la tradición y el magisterio de la Iglesia, la experiencia litúrgica y sacramental, la vida cristiana según el Decálogo y el Sermón de la Montaña y la oración como participación de la intimidad de Jesús con el Padre bajo el influjo del Espíritu Santo”.

     El arzobispo platense reconoció que “queda un buen trecho a recorrer todavía para superar un interés predominante, desmedido, por los aspectos metodológicos, instrumentales y accidentales y para devolver la importancia que corresponde al aspecto nocional del conocimiento de fe y al ejercicio de la memoria; que los catequizandos –especialmente los niños– aprendan, comprendan y retengan para toda la vida la doctrina católica”.

     “Para alcanzar este objetivo hacen falta buenos textos, con contenidos claros y concisos inspirados en el Catecismo y en su Compendio –observó-. En los últimos siglos la Iglesia procuró solícitamente componer catecismos como recursos imprescindibles para una buena catequesis, y el mismo Lutero advirtió en su tiempo que era ésta una necesidad fundamental.

     Monseñor Aguer indicó, además, que “otra meta importante es la integración del área catequística en el conjunto de la acción pastoral. La comunidad toda debe participar de algún modo en la función catequística de la parroquia: con su interés y simpatía, con su oración, con su colaboración en tareas auxiliares –por ejemplo para ayudar a los catequistas en la relación con las familias de los catequizandos”.

     “La educación de los bautizados en la fe y la preparación de nuevas generaciones de católicos es incumbencia de todos, y no sólo empeño profesional de unos pocos. La vida de la comunidad tiene, además un valor testimonial que es decisivo para la incorporación a ella de los niños que cada año completan su iniciación cristiana”, afirmó.

     El prelado insistió en advertir que “la decadencia cultural que padece la Argentina actual, la ideología anticristiana que inspira los contenidos curriculares oficiales del sistema educativo, más el influjo en general negativo y muchas veces perverso de los medios de comunicación son factores activos de deseducación que producen una especie de lavado de cerebro, una erosión de las convicciones elementales acerca del hombre, su naturaleza personal y social y su destino trascendente”.

     “A los argentinos de hoy, especialmente a los niños, a los pobres –los pequeños que dice el Evangelio– inermes ante los errores y la corrupción del mundo, les debemos la verdad de la revelación cristiana, el ideal de una vida configurada según el mensaje evangélico, el acceso a la gracia de la intimidad con el Dios Trino, que es el don admirable que nos trajo Jesús. No debemos cansarnos de transmitir la verdad, sin concesiones al relativismo del ambiente, sin temor a la descalificación con la que intenten neutralizarnos los que se afanan por arrebatar a nuestro pueblo los restos de cultura cristiana, sin descorazonarnos ante la aparente infructuosidad de nuestros esfuerzos”, concluyó.

Texto completo de la Homilía:

ALABANZA, REVELACIÓN, SABIDURÍA. INSPIRACIÓN Y TAREAS DE LA CATEQUESIS  
           



Homilía de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata,
en la misa de clausura del Congreso Regional de Catequistas (Mar del Plata, 3 de julio de 2011)



Al retomar la serie de domingos ordinarios –que se llama “tiempo  durante el año”– la liturgia nos depara unas palabras del Señor que han sido consideradas como la perla del Evangelio de San Mateo, y más aún: vena y fuente del Evangelio y síntesis de todo el misterio de Cristo. Recibimos esas palabras con atención creyente, con admiración y amor; conviene volver con frecuencia a ellas para rumiarlas interiormente y fijarlas en la memoria del corazón.

El pasaje (Mt. 11, 25-30) comienza con una alabanza de Jesús dirigida al Padre en la que expresa su intimidad con él. La exclamación brota como una respuesta de satisfacción y alegría que surge de las profundidades del alma del Hijo hecho hombre ante la manifestación de la sabiduría de Dios. El texto paralelo de San Lucas anota que en aquel momento Jesús se estremeció de gozo movido por el Espíritu Santo (Lc. 10, 21). El motivo de esa alabanza, que es bendición y acción de gracias, es la decisión desconcertante del Padre de revelarse a los pequeños y ocultar, en cambio, a los sabios y prudentes los misterios del Reino. ¿Quiénes son los pequeños? El término griego que los designa en el texto significa literalmente niño de tierna edad, y en sentido figurado vale tanto como inmaduro, simple, inculto, ignorante. Jesús se refiere a sus oyentes, a los que lo siguen y escuchan con atención e interés: no son las élites religiosas de Israel sino las mujeres y los niños, los galileos, la gente del campo que no puede asistir a las escuelas de los escribas. Más allá de las fronteras geográficas e históricas, los pequeños son los pobres en su sentido bíblico original, destinatarios de la primera bienaventuranza: los pobres de espíritu, sencillos y humildes de corazón. Son ellos, en cualquier época los que reciben abiertamente el Evangelio, lo aceptan y comprenden. San Mateo, al recoger por escrito las palabras del Señor estaba pensando en la comunidad cristiana, en la Iglesia, cuyos miembros tienen que hacerse pequeños para recibir la fe y permanecer en ella.

Te alabo, Padre,… por haber revelado estas cosas a los pequeños. ¿De qué cosas se trata? Del misterio mismo de Dios. Jesús nos habla del conocimiento que él, como Hijo eterno, tiene del Padre, y del conocimiento que el Padre tiene de él. Ese saber especial, el misterio del Padre y del Hijo, se nos comunica en la revelación de Jesús: es él quien nos da a conocer al Padre. En otro momento Jesús hablará de la misión del Espíritu Santo, cuya función es recordar a los discípulos la enseñanza de Jesús e introducirlos en la verdad total. Estas cosas… son, entonces, el misterio de la Santísima Trinidad; así lo entendió la tradición eclesial. Comentando el Evangelio de hoy decía San Cirilo, obispo de Jerusalén, que fue un gran catequista de la antigüedad: Tienes que creer en el Hijo unigénito de Dios, nuestro Señor Jesucristo, Dios engendrado de Dios, Vida engendrada de la Vida, Luz engendrada de la Luz. Es semejante en todo al progenitor. No recibió el ser en el tiempo, sino que antes de toda la eternidad ha sido engendrado eternamente por el Padre de modo inefable. El es la sabiduría de Dios y nada le falta de la gloria divina. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo. El misterio de la Santísima Trinidad es el centro y la cima de la revelación y debe ser también el centro de la enseñanza cristiana y de la educación en la fe. En la actualidad encontramos en muchas personas que se consideran católicas, por una parte una fe genérica en Dios –una especie de deísmo– y por otra una devoción meramente humana a Jesús, como si no fuera Dios y hombre verdadero. En este mundo que hace alarde de sus conquistas científicas, muchos sabihondos exhiben desprecio por los cristianos y por sus dogmas; en ese contexto cultural corresponde recuperar para los pequeños, para la gente sencilla, el conocimiento luminoso de la Trinidad. Un conocimiento cercano, vital, no meramente teórico, ya que por la gracia santificante somos templos del Dios Uno y Trino y estamos llamados al gozo de su intimidad.

Después de la alabanza al Padre y del dicho sobre la revelación, Jesús nos dirige una invitación de corte sapiencial en la que se manifiesta la bondad de su corazón. En el Antiguo Testamento, la sabiduría personificada exhortaba a los hombres a dejarse instruir por ella para alcanzar alegría, prosperidad, plenitud de vida; Jesús es la Sabiduría de Dios, que invita a los afligidos y agobiados –podemos pensar que son los pequeños, de los que ha hablado antes– a acercarse a él, a tomarlo por maestro y a asumir las exigencias del Evangelio para recibir la salvación. En el pensamiento judío se mencionaba el yugo de la sabiduría, el yugo de la ley, el yugo de Dios. El yugo de Cristo es la cruz, que él nos exhorta a llevar obediencia y humildad; es la ley evangélica, el estilo cristiano de vida, que no resulta una carga pesada porque viene acompañada de la gracia del Espíritu Santo que nos identifica con la voluntad de Dios y nos impulsa a vivir en su amor. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana, dice el Señor. San Juan Crisóstomo explicaba admirablemente este pasaje: No se espanten al oír hablar de yugo, parece decirnos el Señor, porque es suave; no tengan miedo de que les hable de carga, pues es ligera. ¿Y cómo se cumplen sus palabras? Siendo humildes, mansos y modestos. Esta virtud de la humildad es, en efecto, madre de toda filosofía. Por eso, cuando el Señor promulgó aquellas sus divinas leyes al comienzo de su misión, comenzó por la humildad. Y lo mismo hace aquí ahora, a par que señala para ella el más alto premio: “Encontrarán alivio”… Ya antes de la vida venidera te da el Señor el galardón, ya que aquí te ofrece la corona del combate, y de este modo, a la vez que él mismo se te pone por dechado, te hace más fácil de aceptar su doctrina.

¡Verdaderamente, podemos pensar que el Evangelio de hoy nos presenta una síntesis del mensaje de Jesús! Por lo tanto, encontramos también en él un diseño de lo que ha de ser la vida del cristiano, el perfil del discípulo y el espíritu que debe inspirar y animar el ministerio eclesial de transmisión de la fe.

Ahora me dirijo de modo particular y afectuosamente a los queridos catequistas de la Región: recibamos esta enseñanza del Señor como un don providencial que nos recuerda lo esencial de nuestra tarea. La catequesis –como sabemos– ocupa un lugar específico en el proceso de evangelización. Éste comienza por la acción misionera, que hace presente el primer anuncio del mensaje cristiano a los no creyentes. La acción catequética, de suyo, tiene por finalidad preparar para la iniciación cristiana a los que aceptaron la fe; se prolonga como educación de los fieles en la comunidad eclesial, y en esta función, como itinerario catequístico permanente, se articula con otras acciones pastorales destinadas a acompañar a los cristianos hacia la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo (Ef. 4, 13). Con mucha frecuencia, la catequesis asume una dimensión kerigmática y misionera; equivale, de hecho, a un primer anuncio, es para muchos el comienzo de la evangelización, en una sociedad descristianizada en la que los bautizados no han recibido en su primera infancia y aun en edad más avanzada una cuidadosa educación en la fe. Esta situación y otras características de la sociedad contemporánea en los campos cultural, educativo, social y propiamente religioso nos plantean la necesidad de esbozar una estrategia catequística que facilite una visión de conjunto de los problemas pastorales y la complementariedad de todos los esfuerzos. Me permito mencionar algunos objetivos deseables.

Ante todo, habría que procurar una mayor organicidad de las funciones catequísticas y establecer vinculaciones: entre catequesis de niños y de adultos, catequesis parroquial-misionera y catequesis familiar, preparación al matrimonio y pastoral familiar; catequesis prebautismal, seguimiento postbautismal de los niños y sus familias y catequesis de iniciación cristiana (que en el sentir popular sirve para cumplir con la primera comunión). En el ámbito escolar es preciso asumir la distinción entre enseñanza religiosa escolar y catequesis, a tenor de lo que prescribe el Directorio General en los números 73 a 76, así como también mejorar y profundizar la relación entre colegio y parroquia, especialmente en el caso de los colegios congregacionales o de los privados que ofrecen algún servicio catequístico. La importancia que felizmente otorgamos a la iniciación cristiana, al catecumenado como prototipo de toda catequesis, implica revisar el orden de los tres sacramentos y el lugar de la confirmación, que es un sacramento de iniciación y no debe ser ofrecido a edad tardía como si fuera reservado a quienes se deciden a ser militantes una vez superada la crisis de la adolescencia. El Catecismo de la Iglesia Católica, con sus cuatro partes, ofrece la estructura de una catequesis integral que desarrolla todas las dimensiones de la existencia cristiana: el conocimiento de la fe según la tradición y el magisterio de la Iglesia, la experiencia litúrgica y sacramental, la vida cristiana según el Decálogo y el Sermón de la Montaña y la oración como participación de la intimidad de Jesús con el Padre bajo el influjo del Espíritu Santo.

Queda un buen trecho a recorrer todavía para superar un interés predominante, desmedido, por los aspectos metodológicos, instrumentales y accidentales y para devolver la importancia que corresponde al aspecto nocional del conocimiento de fe y al ejercicio de la memoria; que los catequizandos –especialmente los niños– aprendan, comprendan y retengan para toda la vida la doctrina católica. Para alcanzar este objetivo hacen falta buenos textos, con contenidos claros y concisos inspirados en el Catecismo y en su Compendio. En los últimos siglos la Iglesia procuró solícitamente componer catecismos como recursos imprescindibles para una buena catequesis, y el mismo Lutero advirtió en su tiempo que era ésta una necesidad fundamental.

Otra meta importante es la integración del área catequística en el conjunto de la acción pastoral. La comunidad toda debe participar de algún modo en la función catequística de la parroquia: con su interés y simpatía, con su oración, con su colaboración en tareas auxiliares -por ejemplo para ayudar a los catequistas en la relación con las familias de los catequizandos. La educación de los bautizados en la fe y la preparación de nuevas generaciones de católicos es incumbencia de todos, y no sólo empeño profesional de unos pocos. La vida de la comunidad tiene, además un valor testimonial que es decisivo para la incorporación a ella de los niños que cada año completan su iniciación cristiana.

La decadencia cultural que padece la Argentina actual, la ideología anticristiana que inspira los contenidos curriculares oficiales del sistema educativo, más el influjo en general negativo y muchas veces perverso de los medios de comunicación son factores activos de deseducación que producen una especie de lavado de cerebro, una erosión de las convicciones elementales acerca del hombre, su naturaleza personal y social y su destino trascendente. A los argentinos de hoy, especialmente a los niños, a los pobres –los pequeños que dice el Evangelio– inermes ante los errores y la corrupción del mundo, les debemos la verdad de la revelación cristiana, el ideal de una vida configurada según el mensaje evangélico, el acceso a la gracia de la intimidad con el Dios Trino, que es el don admirable que nos trajo Jesús. No debemos cansarnos de transmitir la verdad, sin concesiones al relativismo del ambiente, sin temor a la descalificación con la que intenten neutralizarnos los que se afanan por arrebatar a nuestro pueblo los restos de cultura cristiana, sin descorazonarnos ante la aparente infructuosidad de nuestros esfuerzos.

Vengan a mí, nos dice hoy el Señor. Intentemos libre y gustosamente incluirnos en el número de los pequeños, para que él nos transmita la revelación del Padre y nos introduzca en su intimidad. Que el Espíritu Santo nos inspire el estupor ante el misterio del Dios Trino de modo que la oración de Jesús: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra… sea siempre la alabanza que brote de nuestros labios, de nuestro corazón, de toda nuestra vida.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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