miércoles, 30 de noviembre de 2011

ENTREVISTA A MONS. FELLAY SOBRE EL PREÁMBULO DOCTRINAL




Entrevista con Mons. Bernard Fellay, Superior general de la Fraternidad San Pío X.

¿Por qué está rodeado con tanto secreto el Preámbulo doctrinal que le entregó el cardenal Levada el pasado 14 de septiembre, ya sea por parte de la Congregación de la fe como por parte de la Fraternidad San Pío X? ¿Qué oculta este silencio a los sacerdotes y los fieles de la Tradición?

Esta discreción es normal para cualquier trámite importante, pues garantiza su seriedad. Resulta que el Preámbulo doctrinal que se nos entregó es un documento que, como indica la nota que lo acompaña, puede recibir aclaraciones y modificaciones. No es un texto definitivo. Dentro de poco vamos a entregar una respuesta a este documento, indicando con franqueza las posturas doctrinales que nos parece indispensable mantener. Nuestra preocupación constante desde el principio de nuestras conversaciones con la Santa Sede –y nuestros interlocutores lo saben bien– ha sido la de presentar con toda lealtad la postura tradicional.
Por parte de Roma, también se impone la discreción, pues es probable que este texto –incluso en su estado actual, que requiere muchas aclaraciones– provoque la oposición de los progresistas, que no admiten ni siquiera la idea de una discusión sobre el Concilio, porque consideran que dicho concilio pastoral es indiscutible o «no negociable», como si se tratara de un concilio dogmático.

A pesar de todas estas precauciones, las conclusiones de la reunión de los superiores de la Fraternidad San Pío X en Albano el día 7 de octubre se han divulgado en Internet, a través de fuentes diversas pero concordantes entre sí.

¡No faltan las indiscreciones en Internet! Es verdad que no podemos avalar este Preámbulo doctrinal, aunque se prevea un margen para una «legítima discusión» sobre ciertos puntos del Concilio. ¿Cuál es la extensión de ese margen? La propuesta que voy a hacer en estos días a las autoridades romanas y su respuesta nos permitirán evaluar las posibilidades que nos dejan. Y sea cual sea el resultado de estas conversaciones, el documento final que se haya aceptado o rechazado se dará a conocer públicamente.

Resaltar mejor las dificultades y las soluciones.

Como este documento, según usted, es poco claro, ¿no sería más sencillo señalar a sus autores que queda desestimada su demanda?

Tal vez sería lo más sencillo, pero no lo más honrado. Como la nota que lo acompaña prevé la posibilidad de hacer aclaraciones, me parece necesario pedirlas en lugar de rechazarlas a priori, lo cual no constituye prejuicio alguno sobre la respuesta que vamos a dar.
Como el debate entre Roma y nosotros es esencialmente doctrinal y versa principalmente sobre el Concilio, y como no concierne únicamente a la Fraternidad San Pío X sino también a toda la Iglesia, las precisiones que logremos o no, tendrán el mérito no desdeñable de resaltar mejor dónde están las dificultades y dónde están las soluciones. Éste es desde luego el espíritu que ha guiado constantemente nuestras conversaciones teológicas en estos dos últimos años.

Este documento sirve de preámbulo a un estatuto canónico; por lo tanto, ¿no significa renunciar implícitamente a la hoja de ruta que había trazado usted y que preveía primeramente una solución doctrinal antes de cualquier acuerdo práctico?

Se trata precisamente de un preámbulo doctrinal, cuya aceptación o rechazo será la condición para obtener o no un estatuto canónico. De ninguna manera estamos relegando la doctrina. Y antes de comprometernos con un eventual estatuto canónico, estudiamos de modo preciso este preámbulo con el criterio de la Tradición, a la que estamos fielmente vinculados, pues no olvidamos que son precisamente divergencias doctrinales las que constituyen el origen de la divergencia entre Roma y nosotros desde hace 40 años. Dejarlas de lado para lograr un estatuto canónico nos expondría a ver resurgir inevitablemente esas mismas divergencias, haciendo que el estatuto canónico se vuelva, más que precario, sencillamente invivible.

Por lo tanto, en el fondo, ¿no ha cambiado nada después de estos dos años de conversaciones teológicas entre Roma y la Fraternidad San Pío X?

Estas conversaciones han permitido a nuestros teólogos exponer sin rodeos los puntos principales del Concilio que plantean dificultad a la luz de la Tradición de la Iglesia. Paralelamente, y tal vez gracias a estas conversaciones teológicas, durante estos dos últimos años, se han dejado escuchar otras voces además de las nuestras, formulando críticas que se unen a las nuestras sobre el Concilio. Por ejemplo, Mons. Brunero Gherardini, en su libro Vaticano II, una explicación pendiente, ha insistido sobre los diferentes grados de autoridad de los documentos conciliares y sobre el «contra espíritu» que se deslizó en el concilio Vaticano II desde su comienzo. Igualmente, Mons. Athanasius Schneider, durante un congreso en Roma a finales de 2010, tuvo el valor de pedir un Syllabus que condene los errores de interpretación del Concilio. En el mismo espíritu, el historiador Roberto de Mattei, en su libro Vaticano II, una historia jamás escrita, ha mostrado bien las influencias contrarias que se ejercieron sobre el Concilio. Habría que citar también la Súplica dirigida a Benedicto XVI por los intelectuales católicos italianos que reclaman un examen profundo del Concilio.
Todas estas iniciativas e intervenciones manifiestan claramente que la Fraternidad San Pío X ya no es la única que ve los problemas doctrinales que plantea Vaticano II. Este movimiento se va extendiendo y ya no se va a detener.

Sí, pero estos estudios universitarios y sabios análisis no dan ninguna solución concreta a los problemas que plantea en concreto este concilio.

Estos trabajos manifiestan las dificultades doctrinales que plantea Vaticano II y, consiguientemente, muestran por qué la adhesión al Concilio es problemática. Esto constituye un primer paso esencial.
En la propia Roma, las interpretaciones evolutivas que se dan sobre la libertad religiosa, las modificaciones realizadas sobre este particular en el Catecismo de la Iglesia Católica y en su Compendio, las correcciones que actualmente se están estudiando para el Código de derecho canónico… todo lo cual manifiesta la dificultad que resulta de atenerse a toda costa a los textos conciliares y, desde nuestro punto de vista, muestra claramente la imposibilidad de adherir de modo estable a una doctrina en movimiento.

¿Ya no basta el Credo para ser reconocido como católico?

Según usted, ¿qué es hoy estable doctrinalmente?

La única doctrina ne varietur es, evidentemente, el Credo, o sea, la profesión de fe católica. El Concilio Vaticano II quiso ser pastoral; no definieron ningún dogma. No añadió a los artículos de fe: «Creo en la libertad religiosa, en el ecumenismo, en la colegialidad…» ¿Ya no bastaría hoy el Credo para ser reconocido como católico? ¿Ya no expresa toda la fe católica? ¿Se exige ahora a los que abandonan sus errores y vuelven al seno de la Iglesia que profesen su fe en la libertad religiosa, en el ecumenismo o en la colegialidad? Para nosotros, hijos espirituales de Mons. Lefebvre –que siempre se negó a hacer una Iglesia paralela y que quiso siempre permanecer fiel a la Roma eterna–, no hay dificultad alguna en adherir plenamente a todos los artículos del Credo.

En este contexto, ¿podría haber alguna solución a la crisis en la Iglesia?

A menos de un milagro, no puede haber ninguna solución instantánea. Pretender que Dios dé la victoria sin pedir a los hombres de armas que luchen –repitiendo la expresión de Santa Juana de Arco–, es una forma de deserción. Querer el fin de la crisis sin sentirse uno mismo concernido o implicado, es no amar realmente a la Iglesia. La Providencia no nos dispensa de cumplir con nuestro deber de estado en donde nos ha puesto, ni de asumir nuestras responsabilidades y responder a las gracias que nos concede.
La situación actual de la Iglesia en nuestros países otrora cristianos, es la caída dramática de las vocaciones: cuatro ordenaciones en París en 2011, una sola en la diócesis de Roma para 2011-2012; se trata de una escasez alarmante de los sacerdotes: por ejemplo, un párroco de la región de Aude, que tiene que ocuparse de 80 campanarios; son diócesis exangües, a tal punto que en un futuro próximo habrá que reagruparlas en Francia, lo mismo que ya se han reagrupado las parroquias… En pocas palabras, la jerarquía eclesiástica encabeza estructuras que hoy están sobredimensionadas para unos efectivos que están bajando constantemente, lo cual resulta propiamente incontrolable, y no tan sólo desde el punto de vista económico… Para dar una imagen, sería necesario asegurar el mantenimiento de un convento diseñado para 300 religiosas, mientras que en la actualidad ya no son más que 3. ¿Podrá esta situación durar 10 años más?
Algunos obispos y sacerdotes jóvenes que heredan esta situación se van dando cuenta cada vez más de la esterilidad de los 50 años de apertura al mundo moderno. Y no echan la culpa de ello únicamente a la laicización de la sociedad, sino que se preguntan sobre las responsabilidades del Concilio, que abrió la Iglesia a este mundo en plena secularización. Se preguntan si la Iglesia podía adaptarse a tal punto a la modernidad sin adoptar su espíritu.
Tales obispos y sacerdotes se plantean esas preguntas, y algunos nos las plantean a nosotros… discretamente, como Nicodemo. Nosotros respondemos que, ante tal penuria, hay que preguntarse si la Tradición es una simple opción o una solución necesaria. Responder que es una opción, es minimizar o incluso negar la crisis de la Iglesia, y pretender contentarse con medidas que ya han hecho prueba de su ineficacia.

La oposición de los obispos.

Pero incluso si la Fraternidad San Pío X lograra de Roma un estatuto canónico, no podría, a pesar de todo, ofrecer ninguna solución sobre el terreno, pues los obispos se opondrían a ella, lo mismo que han hecho con el Motu Proprio sobre la misa tradicional.

Esta oposición de los obispos a Roma se ha expresado de modo sordo pero eficaz con respecto al Motu Proprio sobre la misa tridentina, y por parte de algunos obispos sigue manifestándose obstinadamente con respecto al pro multis del canon de la misa, que Benedicto XVI, en conformidad con la doctrina católica, quiere que se traduzca «por muchos» y no «por todos», como figura en la mayor parte de las liturgias en lengua vernácula. En efecto, algunas conferencias episcopales persisten en mantener esta traducción errónea, como acaba de pasar en Italia.
De este modo, el propio Papa está experimentando la disidencia de varias conferencias episcopales sobre este tema entre otros muchos, cosa que puede permitirle entender fácilmente la feroz oposición que habrá indudablemente contra la Fraternidad San Pío X por parte de los obispos en sus diócesis. Se dice que Benedicto XVI desea personalmente una solución canónica; pues tendrá que querer igualmente adoptar los medios que la hagan realmente eficaz.

La nueva cruzada del Rosario, ¿la ha lanzado usted debido a la gravedad de la crisis actual?

Al pedir estas oraciones, he querido sobre todo que los sacerdotes y fieles estén más íntimamente unidos con Nuestro Señor y su Santa Madre, mediante el rezo diario y la meditación profunda de los misterios del Rosario. No estamos en una situación ordinaria que nos permitiría contentarnos con una mediocridad rutinaria. La comprensión de la crisis actual no descansa en rumores propagados por el Internet, así como las soluciones no competen a la astucia política o a la negociación diplomática. Hay que tener una mirada de fe sobre la crisis. Tan sólo frecuentando asiduamente a Nuestro Señor y a Nuestra Señora podrán los sacerdotes y fieles vinculados con la Tradición guardar esta unidad de enfoque que nos da la fe sobrenatural. Así es como formaremos un bloque en este periodo de gran confusión.
Orando por la Iglesia, por la consagración de Rusia –como pidió la Santísima Virgen en Fátima– y por el triunfo de su Corazón Inmaculado, nos elevamos por encima de nuestras aspiraciones demasiado humanas y superamos nuestros temores demasiado naturales. Situados a esa altura, podremos servir realmente a la Iglesia, cumpliendo el deber que se nos ha confiado a cada uno de nosotros.

Menzingen, 28 de noviembre de 2011

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