jueves, 28 de noviembre de 2013

EL OBISPO DELGADO DE SAN JUAN IMPIDIO LA DEFENSA DE LA CATEDRAL



BAUTISMO DE FUEGO



Dedicado a todas aquellas valientes mujeres argentinas, en especial a:

Belu, Sole, Helen, Euge, Yesi, Pili, Luisi, Guada, Luur, Nao, Pilar, Mónica, Trini, Cata, Cande, Mari, Maru, Luli y Nadia que son ejemplo de Mujeres Católicas.

Y a mis valientes camaradas: Leo, Tugui, Clemen, Maxi, Nacho y Lucho.  


Se dice que siempre es bueno comenzar por el principio, y siendo que Dios es principio y final, comenzaré agradeciéndole al Rey y Señor de todo lo creado el haberme dado la inmerecida oportunidad de vivir durante tres intensos días una gesta que, si por ventura no quedara en los anaqueles de la historia, quedará  guardada en mi memoria como la hermosa prosa de un poema florecido.
En la mañana del 22 de Noviembre nos recibía la cálida provincia de San Juan con un inmenso febo asomándose en el vasto horizonte de la llanura Sanjuanina, en medio de nubes y cielo que reflejaban los colores de la patria.  Mientras el canto de los muchachos despertaba a los aún dormidos, ya el ambiente prefiguraba la inminencia de un acontecer que perduraría durante unos días. Estábamos preparados. Estábamos para eso.
Llegamos a la terminal y un aire fresco alivió los cuerpos preparados para la batalla. Paramos en el colegio “Don Bosco” de los Padres Salesianos que nos recibió con los brazos abiertos. Acomodamos nuestras pertenencias y nos fuimos a desayunar. Algunas delegaciones de otras provincias habían llegado la noche anterior. Eso calmaba un poco las ansias y ofrecía un tiempo para conocer al resto. Luego del desayuno nos embarcamos a conocer el centro y la Catedral de la ciudad y volvimos antes de que comenzara la Santa Misa en el colegio, cerca del mediodía.
La celebración estuvo a cargo del Obispo del lugar. La Iglesia se llenó de jóvenes de todas partes del país que habían venido a defender la vida, la mujer y la familia. Todos estos jóvenes, varones y varonas, nos habíamos congregado en esta hermosa ciudad con el único objativo de asistir (y en el caso de los varones, acompañar y defender a las mujeres y los lugares de culto) al Encuentro Nacional de Mujeres Autoconvocadas que se lleva a cabo todos los años en una provincia diferente. La importancia de este encuentro reside en que sus conclusiones hablan en nombre de todas las mujeres argentinas y justamente por esto intenta ser tomado por la fuerza por agrupaciones de izquierda, feministas y abortistas en favor de sus intereses. La importancia de la presencia de la Mujer Provida en estos encuentros es crucial. Su voz es estandarte de la defensa de la vida y la familia como pilares de nuestra Nación. Y en esto no puedo más que admirar con fervor la valentía de nuestras “Universitarias por la Vida”, que con paso firme y decidido tomaron la coordinación y secretariados de los talleres más complicados, e impusieron con la sola fuerza de la Verdad la victoria de la Vida.
Luego de la Santa Misa y con el alma preparada nos dispusimos a alimentar el cuerpo. El almuerzo nos recibió con un denso calor que se mantenía dentro de la enorme carpa que se encontraba en el patio. Las caras de cientos de mujeres rememoraban las heroicas gestas del pueblo argentino cuando se disponía a la batalla. Eran rostros delicados, pero estupendamente decididos y confiados en Dios.
Por fin la hora tronó. Se acercaban las tres de la tarde y aquel Monte Calvario en donde Cristo había sido crucificado aparecía nuevamente y esperaba en aquella escuela donde se realizaría el Encuentro.
Solo un varón puede experimentar la impotencia de no poder ser él mismo el que se preste a tal situación. Tener que ver a las jóvenes en su camino hacia el lugar, sabiendo que mil cosas les pueden pasar no es nada fácil. Claro que todos íbamos armados con la defensa de Cristo. Medallas, Rosarios, Estampitas y Agua Bendita eran parte de la inmensa armadura conformada por la oración de miles de personas que rezaban por esta causa. Acompañamos a las mujeres hasta los talleres y pacientemente esperamos rezando en las inmediaciones del colegio. El calor del infierno se sentía en la siesta ardiente, mientras el aire de la gracia refrescaba las caras de los que rezábamos afuera. Cada tanto recibíamos un mensaje de las chicas que desde dentro nos informaban las novedades. Estábamos para acompañarlas y para protegerlas y eso hacíamos mandando legiones de Ángeles y Santos por medio de la Bienaventurada Virgen María.
Ave María Gratia Plena Dominus tecum..” una y otra vez retumbaban aquellas palabras en mi cabeza mientras vigilábamos prudentemente a la sombra de los árboles.
Las horas se hacían eternas y el calor obligaba a mantenernos hidratados todo el tiempo.
Por fin se hicieron las 6 de la tarde, y los corazones agitados empezaron a latir con mayor estupor a medida que nuestras chicas iban saliendo ilesas de los talleres. Los varones las acompañábamos por tandas y pudimos ver que muchas de ellas habían librado una fuerte batalla cara a cara con el demonio. Allí estábamos nuevamente para darles fuerzas, para decirles que eran nuestras heroínas, que sin ellas nada de esto tenía significado y que el demonio se impondría nuevamente y sin piedad si las agarraba flaqueando.
Volvimos al “Don Bosco” y en el camino pensaba con orgullo en todas nuestras chicas. Ahora nos tocaba a nosotros prepararles su descanso para que la recia batalla que tendrían al día siguiente no las agarrese desprevenidas y agobiadas. Esa tarde-noche en medio de cánticos y algarabía, nos enteramos que una de nuestras valientes había tomado la coordinación de uno de los talleres más complicados y que varias de las nuestras habían ejercido como secretarias en ese y en otros talleres de igual importancia. Recuerdo vivamente el estallido de emoción que vi en las caras de todos los varones. Solomante elogios salían de nuestras bocas y aquello nos animaba aún más a servirlas en todo lo que necesitasen.
Esa noche durante la cena, recuerdo haber tenido la sensación de una profunda calma, que anticipaba la tormenta que se avecinaba. Sabíamos que el demonio no iba a tener piedad al día siguiente y que iba a intentar por todos los medios ganar una batalla que de entrada la tenía perdida.
Luego de la cena, agradecimos con una pequeña adoración al Señor y nos fuimos a descansar con el alma dispuesta a la entera Voluntad de Dios.
La mañana del Domingo nos despertó con la frescura y la alegría de la Fiesta de Cristo Rey. La Misa  celebrada por un cura del Verbo Encarnado estuvo cargada de emoción. El rostro de las mujeres relucía de amor y belleza en la firmeza de su decisión. Luego de un breve desayuno, las acompañamos nuevamente a los talleres que comenzaban a las nueve de la mañana. Como el día anterior, luego de que entraran al clamor de la batalla, nos apostamos cerca del colegio a rezar sabiendo que este día no iba a ser fácil. Recibimos varios mensajes de las nuestras diciendo que las cosas se estaban poniendo complicadas dentro de las aulas y que las feministas querían sacarlas por la fuerza sin ningún tipo de reparo. Tratamos de tranquilizarlas diciéndoles que estábamos afuera por cualquier cosa y que rezábamos sin descanso (sin embargo nuestra impotencia empezaba a sentirse cada vez más a medida que pasaban los minutos). Rosario tras Rosario pidiendo la intercesión de María Santísima, era lo único que nos mantenía ocupados. Algunos varones  empezaron a acercarse aún más a las inmediaciones del colegio intentando pasar inútilmente desapercibidos por las organizaciones de izquierda que se encontraban afuera apostados en la Plaza. El ambiente de tensión iba creciendo a medida que se acercaba el mediodía. Por gracia de Dios y gracias a la notoria acción de la Santísima Virgen las aguas dentro de los talleres se calmaron. Las chicas lograron salir alrededor de las 12 sin ningún problema. Volvimos al Don Bosco a almorzar y a preparar las armas para las últimas dos batallas: Los talleres de la tarde y sus conclusiones y la Defensa de la Catedral.
Las tres de la tarde anunciaban la penúltima contienda (ultima en los talleres) en donde luego de acompañar a las chicas redoblamos las oraciones a fin de derrotar por la gracia de Dios al enemigo. Bien hidratados pasamos la siesta hasta las seis de la tarde que terminaron los talleres y se redactaron las conclusiones. Con el Rosario en mano implorábamos al Rey del universo un justo desenlace. Las hordas feministas para esa hora se preparaban para la batalla final. Por fin nuestras chicas salieron del colegio y grata fue nuestra sorpresa al ver que sus caras reflejaban aquella alegría que solo la victoria puede dar. Habían ganado en los peores talleres. Las conclusiones eran en su mayoría provida. La causa de la vida y la familia había vuelto a triunfar.
Recuerdo que los varones las abrazamos como a combatientes que vuelven de la guerra. El orgullo de ser parte de Universitarios por la vida y de tener en nuestras filas a mujeres que lo habían dado todo, era irrefrenable. Dábamos gracias Dios mientras nos dirigíamos con una profunda alegría hacia la Catedral, en donde nos esperaba el peor de los combates tanto físico como espiritual.  
La última tanda de nuestras chicas acompañadas de los últimos de nuestros varones llegaron para la Misa alrededor de las 7 de la tarde. La Catedral había sido vallada y había un fuerte operativo policial que seguía de cerca la marcha multitudinaria por parte de las hordas bolcheviques que ya habían iniciado su camino hacia el recinto. Su finalidad era llegar profanar la Iglesia. Cerca de 600 católicos nos encontrábamos reunidos en el interior del Templo al amparo del Obispo que se negaba a dejarnos salir por temor a que algo nos pasara.
Luego de finalizada la Misa el ambiente de tensión empezó a incrementar a medida que la marcha se encontraba afuera y ya habían logrado pasar la primera de las tres vallas que cubrían el atrio.
No había varón que no quisiera salir del Templo a defenderlo de las hordas marxistas. Por fin el Obispo accedió a dejarnos salir a un grupo de 300 hombres al atrio de la Catedral.
Era nuestro turno de combatir. Nos apuramos en dejarles todas nuestras pertenencias a las mujeres y solo armados con un Rosario y algunos con alguna medalla dada en protección por las chicas, salimos al frente de batalla. Apostados en tres inmensas filas esperamos la orden de abrir los portones. Las miradas firmes, los pechos inflados, los corazones listos y el rezo del Rosario aniquilaron todo tipo de temor. Estábamos dispuestos a entregar nuestras vidas por el resguardo de los nuestros y la causa de Cristo.
Al grito de “¡Viva Cristo Rey!” las puertas se abrieron y salimos como legión a apostarnos en el atrio de la Catedral. Codo a codo rezábamos un Ave María tras otro. Del otro lado, las multitudes marxistas cantaban cánticos horrendos infiriendo injurias a la Santa Madre Iglesia y al Santo Padre. Este batalla fue corta…
El Obispo alertado por las autoridades nos recomendó que entráramos de nuevo ya que la marcha volvía con más fuerza que antes.
No quedando otro remedio volvimos a ingresar.  En ese momento sentí que me habían cortado las piernas. Estaba encerrado dentro del Templo Santo sin poder defender sus muros de los herejes que intentaban destruirlos. Mi bronca y la de muchos otros crecía a medida que pasaban los minutos. Intentamos hablar nuevamente con Monseñor que negado a nuestro pedido nos dejó sin palabras.
Se hacía tarde y teníamos que volver al Don Bosco, partíamos esa misma noche. Luego de idas y venidas con algunas autoridades, decidimos irnos del lugar con los corazones destruidos por no poder haber hecho más. Salimos del recinto por el costado lateral. No habíamos hecho una cuadra cuando de repente vimos que la marcha bolchevique volvía en dirección al Templo Santo. Algunos preocupados por que las chicas puedan llegar sanas y salvas al Colegio se aprestaron a acompañar a un grupo de ellas mientras que el resto nos volvíamos al Templo.  Una vez dentro intentamos una vez más salir a la defensa del frente pero el Obispo nos lo negó de manera inapelable. Para ese entonces teníamos conocimiento de que un grupo de varones de San Rafael se había apostado en frente de la Catedral desobedeciendo las recomendaciones del Obispo. Estaban ahí recibiendo golpes, escupitajos y ultrajes a causa de Cristo y nosotros sin hacer nada.
Gracias a la benevolencia del párroco pudimos salir por uno de los costados a defender lo que era nuestro. La parte de Universitarios por la Vida que habíamos quedado, más una parte de la delegación de San Luis y Buenos Aires, salimos a defender el costado de la Catedral. Varones y mujeres nos apostamos como soldados de Cristo a rezar nuevamente las sagradas oraciones. Vituperios, oprobios, burlas, y amenazas eran lo que recibíamos firmes al son de cada Ave María. Algunos salpicados y hasta empapados en vino tinto e inmundicias permanecían de pie con el alma puesta en el cielo.
Rezábamos por cada insulto que proferían al Santo Nombre de Dios, pidiendo por la conversión de aquellos que nos injuriaban. Protegidos por los Ángeles y Santos del Señor las cosas no pasaron a mayores. Nos separaba una sola reja que podía ser fácilmente burlada si de verdad lo hubieran querido. El combate espiritual duró cerca de dos horas. Casi sin voz y muchos de nosotros fatigados, resistíamos con fuerza los embistes del demonio. La gente de San Juan se solidarizaba con nosotros y nos compraba botellas de agua para calmar la sed. A ellos les estaremos eternamente agradecidos. 
Alrededor de las 11 de la noche las cosas se calmaron. Habíamos obtenido la victoria. El pueblo de San Juan repudiaba la marcha y les decía que no a las Autoconvocadas.  Habíamos permanecido firmes dando testimonio de nuestra fe y esto había dado sus frutos.
Logramos salir cerca de 20 minutos después junto a otras delegaciones para emprender el camino al Don Bosco. Durante el trecho de alrededor de 12 cuadras que separaban la Catedral del colegio, seguimos implorando la protección de María Santísima hasta que el último varón entro al recinto. Recuerdo haber cruzado ese umbral con solo palabras de agradecimiento a Nuestro Dios.
Lamentablemente los que habíamos vuelto a la Catedral esa tarde nos perdimos el micro de vuelta a nuestros hogares. Pero este inconveniente, a esta altura de las cosas, importaba poco y nada. Era tal la confianza en Dios que sabíamos que si nos había hecho quedar, nos haría volver de alguna manera. Esa noche en la cena, los rostros de todos, mujeres y varones ya no eran los mismos que los de hace unos días atrás. Eran los rostros maduros de quienes al fragor de la batalla crecen en fortaleza. Esa noche unos cuantos pudieron viajar con una delegación de Buenos Aires que pasaba cerca de Córdoba. El resto, un puñado de 8 (3 varones y 5 mujeres), nos quedamos hasta el día siguiente en donde pudimos conseguir pasaje.
Regresamos al día siguiente los pocos que quedamos, cantando en nuestro interior alabanzas a Cristo Rey. Sin voz y con los cuerpos agobiados, nuestra alma se paseaba por los preciosos jardines del Señor. Miles de voces nunca antes escuchadas cantaban gloria al Rey del Universo y nos miraban con ojos profundamente agradecidos. Rostros jóvenes de miles y miles de hombres y mujeres que jamás habían visto la luz, nos saludaban y de rodillas rezaban por nosotros. Fue en ese entonces cuando el sueño me venció y dándome vuelta en el asiento del colectivo pude al fin descansar en paz.  

(I.M. G. I.)

4 comentarios:

  1. A ver si queda claro de una vez por todas: la Catedral de San Juan estaba vallada y custodiada por la policía y estaban "de reserva" (en caso de desastre) los 1000 jóvenes, hombres y mujeres, adentro, con el Obispo y el párroco.
    EL CAMPANIL NO ES PARTE DE LA CATEDRAL ¿Queda claro? Defendieron un edificio municipal. Yo estuve ahí y me puse adelante de los muchachos (como muchos otros sanjuaninos), entre ellos las guarras esas, pero para defenderlos, ayudarlos y protegerlos a ellos, no al campanil.
    Mons. Delgado no es santo de mi devoción. Para muestra está lo publicado arriba en un comentario desalentando la marcha pro vida y contra el gaymonio.
    Pero la Catedral fue defendida con éxito, por el Obispo y la policía. No por los muchachos que estuvieron en el campanil.
    Si el objetivo era defender el templo, se cumplió. Si el objetivo era otro, no sé cual, entonces Uds. sabrán. Pero dejen de decir boludeces.

    Andrés

    ResponderEliminar
  2. El objetivo era dar testimonio público de la fe, y eso no lo hizo Delgado ni lo podía hacer la policía: era un deber y una obligación de los católicos todos. Nuestras iglesias no se reducen a paredes, tienen todo un honor y una dignidad que estas mujeres agravian con solo pararse frente a ellas y hacer sus inmundicias. Para combatir eso - daño espiritual, no material - era necesaria la demostración pública de la fe rezando el rosario frente a ellas.

    Rodrigo Álvarez, San Rafael.

    ResponderEliminar
  3. Andrés, soy uno de esos "desobedientes" sanrafaelinos. Pero pareciera que no estuviste ahi ya que si decis que " la Catedral fue defendida con éxito, por el Obispo y la policía. No por los muchachos que estuvieron en el campanil" no entiendo como puede ser que la única parte que no se rayó fue justamente el campanil.
    El resto es decir los laterales de la catedral y el propio atrio terminaron manchados con bombas de pinturas y rayados con aerosoles.
    Por otra parte, sea el campanil propiedad de la municipalidad o de la Iglesia, lo cierto es que en su interior se encuentran las campanas que todos los dias llaman al Santo Sacrificio de la Misa (o por lo menos deberian hacerlo) No son simplemente muros y ladrillos.
    Lamentablemente Andrés, las boludeces las estas diciendo vos. El hecho de dejar explicitamente liberado el campanario para "que se saquen las ganas ahi" - Mons Delgado dixit -, es una muestra clara de la estupidez de algunas estrategias humanas.

    Marcos

    ResponderEliminar
  4. Marcos
    El campanil no tiene campanas. Jamás ha llamado al Santo Sacrificio. Hace muchísimos años ha dejado de tener uso para algún fin religioso, que, hasta donde yo sé, nunca lo tuvo. No sé si sabés que la Catedral de San Juan fue destruida por el terremoto de 1944. Durante muchos años se celebró misa en la cripta. La Catedral actual fue inaugurada en 1979. El campanil, aunque forma parte del conjunto arquitectónico, siempre funcionó como reloj y como mirador.
    Si vos estuviste ahí, me parece que no miraste bien. El campanil había sido pintarrajeado la noche anterior en el costado norte.
    Aclaremos por último: ¿cuál era el objetivo? ¿Defender el templo? Sí lo hizo el Obispo. ¿Dar testimonio de la fe? Eso es otra cosa. Aunque no me parece que eso se logre gritándole el Ave María a una loca estirando el cuello hacia delante con cara de estarla puteando.
    Saludos

    Andrés

    ResponderEliminar

Los mensajes son moderados antes de su publicación. No se publican improperios. Escriba con respeto, aunque disienta, y será publicado y respondido su comentario. Modérese Usted mismo, y su aporte será publicado.