Notas sobre la deliberación
Alberto Buela (*)
A Margarita Mauri, que se acordó
Si hay algo que está de moda en estos últimos diez o quince años son los seminarios de gerenciamiento también llamados de management a donde concurren selectos hombres de negocios y que a través, incluso de teleconferencias, por cierto muy costosas, cuando el afamado expositor no puede trasladarse al lugar de exposición, se les explica el mecanismo de toma de decisiones a los gerentes y administradores de grandes empresas, holdings o grupos inversores.
Hace un tiempo tuvimos ocasión de consultar los tan caros materiales que se entregan como base de los seminarios o cursos, en donde a lo más que se llega es a recorrer los lugares comunes de una psicología barata de venta de productos y administración empresarial, pero nada se dice acerca de la elaboración de las decisiones, meollo del promocionado curso.
Los clásicos son aquellos antiguos que tienen respuestas para los temas actuales y en este sentido los viejos pensadores griegos son grandes clásicos. Es por ello que el más significativo filósofo inglés del siglo XX Alfred Whitehead (1861-1947) ha podido sostener que la filosofía occidental no es más que una serie de notas de página a las obras de Platón y Aristóteles. Y es este último quien con más detenimiento se ocupó del tema de la deliberación como paso previo a la decisión, de modo que siguiendo sus pasos vamos a desarrollar esta breve meditación que, por otra parte, nos sirve para ir sacándole punta al lápiz de la erudición por una invitación que recibimos en estos días, desde la Universidad de Barcelona, para participar en un seminario sobre la filosofía práctica del Estagirita.
De las funciones intelectuales todo hombre realiza, básicamente, dos: especula y delibera. Así, piensa y filosofa sobre los fines, los grandes y los pequeños, y delibera sobre los medios.
La sabiduría expresada en la meditación e investigación filosófica y científica se ocupa de lo necesario y lo universal que es aquello sobre lo que puede haber ciencia, mientras que la deliberación, la estimación y el cálculo versan sobre lo contingente, lo que puede ser de una u otra manera.
La deliberación se ocupa de aquellos pasos, procedimientos o instrumentos que necesita realizar el hombre para conseguir o lograr la diversidad de fines con pluralidad de medios, que a diario le presenta la vida.
La característica de la deliberación es que se aplica no sobre cosas o asuntos que son necesarios, que no pueden ser de otra manera como los temas de la ciencia (en matemática dos más dos son cuatro y no hay deliberación posible) o de la naturaleza (al día sigue la noche), sino sobre aquellos asuntos que son contingentes, que pueden ser realizados de otra forma. Incluso se delibera en aquellos asuntos que bien pueden suceder la mayor parte de las veces pero no siempre así.
La deliberación que siempre apunta a una finalidad práctica sigue la siguiente secuencia: primero se determina el fin y luego se delibera sobre la manera de conseguirlo.
La deliberación tiene lugar en el domino de la “racionalidad práctica” y su virtud está expresada en el viejo término castellano de “sapiencia”, que es la sabiduría aplicada y existencial a que se llega con los años y el tiempo gastado en las múltiples y variadas deliberaciones sobre lo realizable que exige la vida del hombre sobre la tierra.
Sapiencia que llega con los años y la práctica también de los oficios y profesiones más diversas. Llega tanto al mecánico, al médico o al ingeniero como al más refinado asesor espiritual.
Como vemos hay una diferencia entre sabiduría y sapiencia, la primera supone y exige un conocimiento teorético en tanto que la segunda expresa un conocimiento vinculado a la práctica.
Muchos han traducido el término griego “phrónesis” por “prudencia” pero ello fue una desvirtuación moralizante del concepto que significó, strito sensu, sapiencia 1 o sabiduría práctica y aplicada a las cosas y los actos que dependen del hombre.
Solamente en la medida en que algo es realizable y que lo podemos alcanzar de varias maneras a través de nosotros y no por naturaleza, necesidad o suerte, es que podemos hablar de deliberación.
Deliberar en griego se dice bouléo que significa tomar consejo, luego pasó al latín como deliberatio que está compuesto de- librare que viene de libra que significa pesar, pasar por la balanza o libra, sopesar y ello es lo que hace la correcta deliberación, sopesar con tiempo las distintas variantes y condiciones para llegar a buen término.
El acento puesto en lo práctico por la deliberación cubre dos aspectos: el del hacer que se da en el producto tal cual lo realiza la técnica y otro el del obrar, en llevar a cabo una acción determinada y así se delibera cuando no está claro cómo alcanzar un fin determinado.
La deliberación en tanto que razonamiento sobre los medios supone también un tipo de investigación y análisis, pero con la salvedad que esta investigación y análisis no está dirigida a descubrir la verdad teórica del objeto o la acción sino más bien a encontrar las relaciones entre las partes del asunto tratado.
Es dable notar que el análisis y la investigación en los griegos no es como el análisis moderno – racionalista e ilustrado – que ha sido pensado como descomposición y desmenuzamiento de todas las partes del asunto estudiado, lo que produjo el gran mal intelectual contemporáneo con la aparición de los “especialistas de lo mínimo”, sino que para los griegos el análisis y la investigación consistía en poder captar las relaciones de las partes con el todo estudiado. Ya Platón afirma al respecto “dialéctico, o sea filósofo o científico, es el que ve el todo, y el que no, no lo es” ( República, 537c 10-15).
Y como el que delibera está en la misma deliberación investigando y analizando, sucede entonces que: lo último en el análisis es lo primero en la ejecución (Etica Nicomaquea 1112 b 24). Esta misteriosa frase de Aristóteles nos muestra el corazón de la deliberación y su paso a la decisión. Expliquémosla.
El último término de la consulta, del análisis, de la investigación llevada a cabo por la deliberación va a ser el primer factor causal que, por un lado, es la causa más alejada cronológicamente, porque es la última que se descubre pero que, en el momento del descubrimiento, es la causa más próxima que está inmediatamente en poder del agente. Y es entonces a partir de esta causa que toma la decisión de actuar.
Sapiente es quien sabe deliberar y la sapiencia consistirá en una repetición de actos prácticos verdaderos, acompañados de razón sobre las cosas buenas y malas para el hombre.
Incluso del sapiente se observa que posee dos rasgos que no son del todo racionales pues, por un lado, tiene la capacidad no solo de ver acabadamente las cosas que le conciernen sino también su saber práctico, y esto le otorga una cierta capacidad de prever las cosas que atañen a la vida. Es sabido que la prognósis, y no la esperanza como comúnmente se ha traducido, es el único de los dones que quedó encerrado en la caja de Pandora cuando Zeus se la envió para, por vía indirecta, perjudicar a Prometeo. Sin embargo, el sapiente al poseer la síntesis entre apetito recto y razonamiento verdadero (orthé horéxis kai alethés lógos dice Aristóteles) puede darse ese lujo que pocos hombres se dan.
Y el segundo de los rasgos no racional es que ser sapiente supone un cierto don natural, algo que está en nosotros por naturaleza como una disposición por nacimiento y que gracias al uso permanente y constante de la racionalidad perfecciona a grados superiores del común de los mortales. “Porque un hombre de buen natural si alcanza inteligencia habrá diferencia en su acción y el buen hábito que trae de nacimiento será entonces virtud propiamente dicha”. (E. N. 1144 b 13).
Desembocamos así sin quererlo en la tesis ética fundamental del pensamiento antiguo que va a sostener de mil modos y de expresiones diversas que un hombre es bueno (sapiente) no porque realice por deber actos buenos, sino que realiza actos buenos porque es bueno, por eso es imposible ser uno sapiente sin ser bueno (E.N. 1144 a 37). Vemos pues, la circularidad hermenéutica del acto moral que implica recíprocamente las nociones que lo caracterizan y que son inseparables en la unidad de la vida ética.
El sapiente nos viene a decir que no basta con conocer teóricamente la virtud,(y los saberes que implican el hacer y el obrar) como puede suceder con un sabio o un hombre ilustrado, sino que es necesario esforzarse para practicarla y poseerla en sentido propio.
1 Hace ya muchos años en 1981, cuando realizamos la primera traducción del Protréptico, sostuvimos que lo correcto era traducir phrónesis por sapiencia y no por sabiduría práctica. Por supuesto que salvo nuestro director de tesis, Pierre Aubenque y miembros del jurado como Pierre Thillet y Pierre Boutang nadie tuvo en cuenta nuestra propuesta. Y menos aún en “el mundo bolita” donde en estos 37 años pasados se han escrito varios artículos sobre el tema, pero todos prefirieron copiar y comentar “las genialidades anglosajonas” y nos ignoraron en forma supina. Nadie es profeta en su tierra.
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