martes, 15 de diciembre de 2009

MONS. HECTOR AGUER, EL ADVIENTO, EL APOCALIPSIS Y LA ESPERANZA




En su reflexión semanal en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (AMÉRICA TV), Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, invitó a preparar cristianamente la Navidad que “es la primera venida de Cristo, el Nacimiento de Jesús, que nosotros podemos revivir en la contemplación del Pesebre”, destacando que “es la garantía que Dios nos da del cumplimiento de nuestra gran esperanza futura” y es también “garantía y ayuda para que nosotros apoyándonos en esa gran esperanza ubiquemos correctamente nuestras esperanzas, les demos un auténtico sentido cristiano”.

Al recordar que “estamos promediando el tiempo litúrgico de Adviento”, que “está constituido por esas cuatro semanas que preceden la Navidad”, “la Iglesia nos ubica en la situación espiritual de los que esperaban la venida del Mesías”.

El prelado platense explicó que “mientras tanto la Iglesia nos habla de la segunda venida de Jesús” que es “la que expresamos en el Credo” y que “es un gran misterio” por eso “los fieles de las primeras generaciones vivían pendientes de ese momento. Como no sabemos ni el día ni la hora, vivían pendientes de esa futura venida de Cristo para instaurar su Reino”.

Al explicar el sentido de la esperanza cristiana indicó que “lo característico de la esperanza es que eleva el espíritu. Nos levanta y nos pone en la dimensión de Dios, en el nivel de Dios, para que aspiremos a Él, porque el objeto de la esperanza es la posesión de Dios: lo que llamamos la vida eterna, la bienaventuranza, la felicidad plena del hombre que se verificará por el encuentro definitivo del hombre con Dios”.

“La esperanza levanta el ánimo. Una persona sin esperanza se encuentra en el orden espiritual como deprimido y anémico. Es decir, uno se viene abajo sin esperanza”. “Por eso es la esperanza en Dios, la gran esperanza la que rectifica nuestro afecto, nuestro deseo, nuestras ambiciones, nuestras aspiraciones y es la que torna legítimas y auténticas las esperanzas humanas que todos abrigamos”.

Texto completo de la
alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:

“Estamos promediando el tiempo litúrgico de Adviento, que como ustedes saben está constituido por esas cuatro semanas que preceden la Navidad. Este tiempo tiene un sentido preciso: prepararnos adecuadamente para celebrar, como cristianos, la Navidad”.

“De algún modo la Iglesia nos ubica en la situación espiritual de los que esperaban la venida del Mesías. Es como si nosotros también participáramos de esa ansia universal de la salvación”.

“Mientras tanto –y la liturgia del Adviento es muy expresiva- la Iglesia nos habla de la segunda venida de Jesús. Nos recuerda que existe un segundo Adviento. El primero Jesús lo cumplió en la debilidad de la carne, cuando asumió nuestra condición humana, murió y resucitó por nosotros y nos encaminó hacia el cielo dejándonos como sendero del Evangelio”.

“Su segunda venida será aquella que expresamos en el Credo, “vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”, para clausurar la historia humana. Es un gran misterio esa segunda venida del Señor. Los fieles de las primeras generaciones vivían pendientes de ese momento. Como no sabemos ni el día ni la hora, vivían pendientes de esa futura venida de Crista para instaurar su Reino”.

“Esta perspectiva doble del Adviento: la preparación a la Navidad como recuerdo de la primera venida y esta permanente vigencia, esta actualidad posible de la segunda venida de Cristo, nos está hablando de la importancia de la esperanza en la vida del cristiano”.

“La vida de un cristiano está como tensionada por la esperanza, que es la segunda de las virtudes teologales. Quizá parece la más pequeña, parece como un tanto agobiada entre la fe y la caridad pero la esperanza debe marcar profundamente la espiritualidad cristiana”.

“Lo característico de la esperanza es que eleva el espíritu. Nos levanta y nos pone en la dimensión de Dios, en el nivel de Dios, para que aspiremos a Él, porque el objeto de la esperanza es la posesión de Dios: lo que llamamos la vida eterna, la bienaventuranza, la felicidad plena del hombre que se verificará por el encuentro definitivo del hombre con Dios”.

“Ese es el objeto de nuestra esperanza, y desde esa gran esperanza es como adquieren dimensión adecuada, ubicación correcta, las legítimas esperanzas humanas. Porque hay que recordar que la esperanza es un fenómeno humano, una pasión humana fundamental. Solemos decir: “mientras hay vida hay esperanza”… Tal vez habría que decir también: “mientras hay esperanza hay vida”.

“La esperanza levanta el ánimo. Una persona sin esperanza se encuentra en el orden espiritual como deprimido y anémico. Uno se viene abajo sin esperanza”.

“Si somos verdaderamente cristianos, si vivimos esa esperanza teologal, esa aspiración a Dios, ese deseo de la bienaventuranza eterna, entonces veremos que cada una de nuestras metas humanas, de nuestras legítimas esperanzas humanas, son como estaciones intermedias. Valen tanto cuanto, valen y son legítimas en la medida que nos sirven como de trampolín para aspirar a Dios”.

“Por eso es la esperanza en Dios, la gran esperanza la que rectifica nuestro afecto, nuestro deseo, nuestras ambiciones, nuestras aspiraciones y es la que torna legítimas y auténticas las esperanzas humanas que todos abrigamos”.

“Me pareció oportuno pensar en esto mientras nos preparamos para la Navidad porque la primera venida de Cristo, el Nacimiento de Jesús, que nosotros podemos revivir en la contemplación del Pesebre, es la garantía que Dios nos da del cumplimiento de nuestra gran esperanza futura, de nuestro encuentro eterno con Él y es también garantía y ayuda para que nosotros apoyándonos en esa gran esperanza ubiquemos correctamente nuestras esperanzas, les demos un auténtico sentido cristiano”.

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