miércoles, 28 de abril de 2010

EL PROBLEMA ES DE ELITES

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Por Emilio Nazar Kasbo

 

Muchos piensan que es necesario un número importante, considerable, grandes masas, como para lograr un movimiento político que desplace a un Gobierno. Otros piensan que con dinero se pueden comprar suficientes voluntades como para obtener la adhesión de grandes masas. Otros piensan que una estructura jurídica como un partido político es el instrumento para alcanzar el poder.

Todos esos diagnósticos son errados. Por eso, describiremos inicialmente la realidad, para luego extraer las conclusiones, a fin de que se entienda cabalmente cómo se desplaza un gobierno por otro.

En la actualidad, la maquiavélica práctica de alcanzar el poder para luchar por conservarlo, y que si se pierde se vuelva a recuperar, es en sí algo lamentable. Nada más alejado del significado del poder, ya que se trata de una delegación directa de Dios a quien ejerce la autoridad para servir y no para ser servido.

El Gobierno, desconectado de la realidad, hasta puede gobernar en contra de la gran mayoría de la población, incluso sumiendo en la más abyecta miseria por medidas económicas perjudiciales, y hasta puede humillar a los habitantes. ¿Cómo funciona todo eso? Desde un “laboratorio” surgen las ideas politiqueras que permitirán las acciones a corto plazo, que contemplan incluso la agitación mediática.

El Gobierno está constituido por una minoría de personas, y las grandes mayorías obedecen, sin poder ejercer influencia en las acciones gubernamentales. Liderado por un tirano y secundado por una oligarquía que se dedica a realizar negocios desde el poder, en forma de timocracia, un gobierno semejante acaba convirtiéndose en el de Juan Sin Tierra cuando Ricardo Corazón de León emprendió su viaje en las Cruzadas.

¿Cómo ejerce su poder esta minoría minúscula? Mediante la ocupación de cargos socialmente aceptados y mediáticamente avalados. Al Presidente, diputado o senador, se les da el trato de tales. Un consenso generalizado avala que conserven su sitio, por acción (de los afines) o por omisión (de disidentes que no los desplazan por la fuerza).

Existen hechos de fuerza que pueden expulsar a los gobernantes de su cargo, como sucedió en el año 2001 con Fernando de la Rua y sus seguidores, ante un colapso generalizado bajo el lema “que se vayan todos”. Un movimiento semejante, desplazador de una minoría que ocupa cargos gubernamentales, conformado anárquicamente no ofrece alternativas ni soluciones. De existir un líder, el mismo habría sido llevado como empujado al cargo para solucionar los problemas.

La oposición dentro del sistema, ofrecería cada 2 años una parcial renovación de cargos, y cada 4 años el cambio de cargos ejecutivos en la Argentina. Sin embargo, no se logra el desplazamiento de autoridades mediante juicios políticos. De este modo, la oposición no tiene fuerza opositora.

Los esclavos son siempre muchos más en número que sus amos, pero la inseguridad, el no saber para qué se utilizará la libertad que se podría obtener en caso de salir de tal situación, los miedos y muchos factores semejantes hacen quebrar la voluntad de reivindicar la propia dignidad como personas. La libertad no es cuestión de número, porque si amos y esclavos votaran por igual, ganarían los esclavos sin un proyecto político concreto, acabando en una nueva dominación de los antiguos amos.

La nueva esclavitud no es de la orden del amo que mantiene a sus esclavos encadenados, sino que es de una aparente pluralidad y libertad completamente virtual (es decir, no real), de aparente libertad de expresión pero que ejerce fuerte censura sobre el “pensamiento políticamente incorrecto”. Esta nueva esclavitud pretende comprar los medios como forma de llegar a las voluntades de la sociedad, y de ese modo alcanzar el poder. O pretende descargar todas las ansias sobre el soporte virtual de Internet, que seguramente serán leídas por muchos pero todo acabará allí, en esa inacción del impotente.

La acción política se da en el mundo real, no en el virtual, se da en el espacio público, no en el privado, se da influyendo en el Gobierno, y no como mero espectador televisivo o de la pantalla de la computadora. La acción política sólo pueden ejercerla hombres libres de estas nocivas influencias mediáticas y opinológicas que extravían a la población en la mezcla de ideas verdaderas y falsas.

El problema de raíz, es de élites. Mientras no haya personas probas a quienes se subordine el resto de la población en un consenso generalizado para terminar con un régimen corrupto, dicho régimen continuará. Y tal élite será mejor cuanta mayor sea la santidad de sus líderes, dicho así de simple. Se requiere de una élite de santos, de personas que quieran darlo todo a Dios en los demás, para que un Gobierno pueda solucionar los problemas de las personas con vocación de servicio. El apoyo de esta élite de santos, ha de ser la élite de héroes y de sabios, aunque todo esto suene muy platónico.

El problema, es de élites teológicas, que no se ponen de acuerdo en una causa común para salir de los atolladeros. Porque la salida de estos laberintos, siempre es hacia arriba…

1 comentario:

  1. Ahí está el problema, que no existen esas élites, lamentablemente.

    Pero, en fin, para Dios todo es posible; sin embargo, hace 2000 fundó su Iglesia, y cómo estamos... Entre la libertad del hombre, que como muestra la historia del pueblo elegido, en general, no busca su verdadera libertad en la verdad, y los misteriosos designios de Dios, a nosotros nos toca no desesperar.

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