Por Antonio Caponnetto
Ha tomado conocimiento público una noticia, según la cual, el próximo martes 28 de septiembre, en el Auditorio San Ignacio de Loyola de la Universidad del Salvador, tendrá lugar el XI Encuentro Arquidiocesano de Niñez y Adolescencia.
Hablarán en el mismo Monseñor Eduardo García, los presbíteros Ernesto Salvia, Gustavo Carrara y Pedro Bayá Casal. El mismísimo Cardenal Primado, Jorge M. Bergoglio, tendrá a su cargo una disertación alrededor del tema “Proyectando la patria hacia una nación sin excluidos” ; y a modo de cierre se anuncia textualmente en el programa la actuación de “la murga Padre Rodolfo Ricciardelli, de la parroquia Madre del Pueblo, del Bajo Flores”. Para quien no lo sepa, el Diccionario define una murga como una compañía de músicos malos, que molestan con palabras o acciones impertinentes; y no ya el sabio lexicón sino la elemental memoria, define al cura Ricciardelli como uno de los capitostes del marxismo clerical nativo.
El hecho no pasaría de ser una expresión más de la manada progresista, si no lo agravaran dos factores. El uno, la presencia estelar de Eugenio Zaffaroni, de inverecunda militancia en las huestes de la sodomía, y partidario explícito de cuantas degeneraciones caben en el orden moral. Y el otro, el patrocinio que de tal Encuentro Arquidiocesano hacen entidades como YMCA Asociación, Unicef o el Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires. La primera –oportunamente denunciada como sociedad filomasónica por el Padre Röttjer- fue condenada por la Santa Sede en 1920, en tiempos de Benedicto XV. La segunda se enrola claramente en pro de la cultura de la muerte, repudiada por Juan Pablo II en la Evangelium vitae, de 1995; y el Ministerio, obviamente, es una de las redes cloacales del macrismo, desde el cual, por ejemplo, se sostiene abiertamente la perspectiva del género. La misma que reprobara la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en su Carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, del año 2004.
De modo que una vez más en su carrera sin quicio, el Cardenal Primado humilla a la Iglesia, auspicia el error cuanto el pecado público, se exhibe en ostentoso maridaje con los protervos y se rodea de los enemigos declarados de Dios y de la Patria. Le caben con entera propiedad los dicterios evangélicos dirigidos a los pastores devenidos en mercenarios. Y el lamento trágico del profeta Nahun: "tus funcionarios son como la langosta, como un enjambre de insectos que se posan sobre los cercos en un día de frío […] tus pastores están dormidos” (Nah.17-18).
Comentando el Evangelio de San Juan, Santo Tomás distingue entre el buen y el mal pastor por una triple diferencia. En cuanto al fin, porque el malvado no anhela la salvación del rebaño. En cuanto a los cuidados, porque no tiene solicitud por las ovejas. Y en cuanto al afecto, porque descastado del amor verdadero, huye cuando viene el lobo, si no es que él mismo lo aproxima aviesamente a la grey.
Quienes todavía dudan de si nos es legítimo atacar al Primado, porque suponen que proceder de tal modo es alimentar a los enemigos de la Iglesia, sepan de una vez por todas que no hay enemigo peor y más sedicioso que el pastor traicionero y felón. Aquel al que San Agustín, en su Sermón sobre los Pastores, llama despectivamente foenus custos. Algo así como un guardián de paja, un espantapájaros colocado en los viñedos, sin poder evitar que las prefiguradoras y turgentes uvas sean roídas por las alimañas.
Es hora de preguntarse, seriamente -por éste y por tantísimos hechos penosos que venimos denunciando durante largos años- si el Cardenal Bergoglio no es el prototipo del mal pastor, al que los súbditos estamos obligados a desenmascarar y aún a desobedecer. Porque a causa de sus múltiples desaguisados se ha expuesto a la reprensión divina, según explica la Regla Pastoral de San Gregorio Magno. Y es hora de pedirle al Santo Padre con amor y dolor filial, que -si no quiere quedar respaldando a quienes no merecen la confianza de la Iglesia- aplique de una vez el fortísimo y justiciero remedio paulino: “¡Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros!” (San Pablo, I Corintios 5, 9-13).
Entretanto, recemos por los niños y adolescentes. Para que no los alcancen las enseñanzas que sobre ellos, y con el respaldo de la Arquidiócesis de Buenos Aires, volcarán impunemente los apóstatas, los masones y los degenerados.
Sí; recemos por nuestros niños y adolescentes, y ofrezcámosle, no ya los grotescos sones murgueros que les entregan estos demagogos, sino los cánticos de júbilo, de alabanza, de gloria y de resplandor sagrado acuñados por la mejor tradición católica y argentina.
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