Por Alberto Asseff*
Cierto es que cada quien ve conforme le va en la feria. También, es verdad que existen muchos intereses creados que suelen forzar la mirada o acomodarla a la conveniencia propia. Asimismo, interfieren las posturas ideológicas que tienden a deformar la realidad. Empero, objetivamente nos hallamos ante una situación desajustada, cual es la de que somos un solo país - gracias a Dios- y sin embargo nos pintan dos contrastantes.
Si uno camina un rato por la calle o está atento a la información cotidiana, el cuadro es de infinitos conflictos, inacabables querellas, inenarrables diferendos, todo ello con el denominador común del más vasto y desolador escepticismo. La desconfianza sobre el futuro no sólo acecha, devasta. Hasta parece exorbitada.
En la otra mirada, si uno oye a la presidenta - disertante diaria, aquí y acullá - estamos viviendo una maravilla, casi ad portas del paraíso terrenal. Superlativa exageración.
¿Cuál es la realidad? ¿Acaso el punto medio, o en este caso no es aplicable ese mandato de la sensatez?
Incursionemos un poco (no demasiado, para no abrumar). Ha pasado un cuarto de siglo largo de vigencia ininterrumpida del sistema democrático. Pero, ¿también rige el régimen constitucional pleno? La Justicia no logra consolidarse como poder independiente y funciona malamente por ejemplo en materia de punición al abundantísimo crimen de peculado y fraude, llamado corrupción. Sólo el 2% de los procesos por estafas y cohechos de los gobernantes y ex funcionarios llega al puerto de la condena efectiva y únicamente un 0,10% obtiene el resarcimiento a las arcas públicas. Arcas que más bien deberíamos llamar arcanos porque es un verdadero misterio que a pesar de tanto saqueo sistémico siga casi inagotable, predispuesta para que la sigan ordeñando.
Si desde las cumbres del poder ejecutivo del país se llama a incumplir un fallo de la Corte Suprema es evidente que algo está disfuncionando en la democracia y ese algo no es una nimiedad. El deplorable mal ejemplo hacia la base social tiene efectos arrasadores, sobre todo morales.
El Estado gobernado democráticamente no ha podido, sabido y querido organizar una carrera administrativa que vincule los cargos con el mérito y los desligue del acomodo. Tampoco ha logrado autocontrolarse ni mucho menos estructurar un control autónomo. Sin control no existe república.
El Congreso no ha plasmado leyes articuladoras del nuevo modelo federal y económico al que pretendió apuntar la Constitución reformada de 1994. Ahí está la fundamental omisión en sancionar la ley de coparticipación federal de impuestos que aliente la descentralización, incluyendo la demográfica, y la institucionalización veraz del país (para dejar de ser manejados desde el Obelisco, para apearnos de la obediencia debida que disciplina falazmente y para inhumar a la 'gran billetera magnética' en que han transformado al otrora majestuoso 'Tesoro Nacional'). Tampoco revisa las cuentas, dejando que se apilen las carpetas. Ni controla al espionaje oficial, desnaturalizado por completo.
La democracia exige una cuota de civismo, aunque sea pequeñita. No hay democracia sin participación ciudadana, así sea dedicando un tiempo diario para informarse adecuadamente de la cosa pública. La realidad es que entre la vorágine de asesinatos, atracos, trifulcas vecinales, cortes de rutas y calles, bloqueos, protestas semiviolentas y propaganda oficial, la información genuina que recibe el ciudadano es casi imperceptible e intangible, a tal punto que cabría decir que no la hay. La 'ley de medios' da toda la sensación que consumará un modelo de información manipulada y fragmentada que culminará la obra de demolición del civismo. En este contexto, la democracia se descascara y vacía. Es cada día más absolutamente delegativa.
Para colmo, esa delegación - en rigor, abdicación - del pueblo recae en manos totalmente inidóneas o, peor, escabrosas. En estos días nos enteramos de un precandidato a intendente de la localidad bonaerense de San Miguel asesinado. Sus antecedentes son de terror: ligado a los narcotraficantes y al sector más virulento de la barrabrava de un poderoso club. A él le podrían haber delegado todo el gobierno del distrito de no haber sido muerto por congéneres mafiosos. Pido excusas por el lenguaje vulgar, pero ¡estamos en el horno! ¡Qué dificil es represtigiar a la política!
La reforma política apenas ha sido una engañosa mano de pintura en la fachada. La corrosión dentro de la política prosigue su destrucción. Por un militante, cuatro mercenarios. Por un capaz, cuatro arribistas. Por un idealista, cuatro cínicos. Por un auténtico, nueve hipócritas. ¡Ojalá sea mi exageración!
Desde la visión oficial nos zamarrean diciéndonos que "tenemos el salario mínimo más alto de América Latina", pero ese dato confronta con los 4 millones y más de trabajadores en negro, nada menos que un 40% de la población activa. ¡Cuánta precariedad laboral! Y ¡cuánta amenaza para el sistema previsional! ¡Cuánta acechanza para el porvenir!
Nuestros jubilados sufren por partida doble: por un lado el gobierno toma sus fondos a su antojo. Son más de 93 mil millones hasta ahora. Por el otro, un 40% de los trabajadores no aporta. Esta es una situación explosiva. Más gasto público, pero menos inversión productiva. Una ecuación turbulenta.
Nos saturan con los derechos humanos de hace treinta y cinco años, pero omiten las flagrantes violaciones contemporáneas, desde la persistente mortalidad infantil o desnutrición hasta la imposibilidad de vivir en paz y hasta de simplemente vivir. La atroz delincuencia que actúa cual oleada, con impunidad manifiesta, es el nuevo terrorismo.
Para rebasar la paciencia, se dedican a reinventar la historia. Poco falta para que reivindiquen a San Martín como "el primer guerrillero". ¿Por qué no reinventan la esperanza?
Es verídico que hay cifras de venta de automóviles nunca vistas. Pero esto es correlativo con dos fenómenos perniciosos: el incremento de la accidentología vial y el colapso de rutas y calles, habitualmente devenidas en pandemóniums.
Un buen país, de calidad y prometedor de cara al porvenir, se peculiariza por el respeto. Respeto de todo y a todo, comenzando por el otro, el prójimo, siguiendo por la ley y continuando por el patrimonio público. Nosotros estamos retrogradando en esta cuestión tan medular. No respetamos nada o muy poco. E igualmente, nos faltan al respeto.
Un país de maravillas es aquel que busca infatigablemente la unión interior y aunque nunca termine de encontrarla, persiste en hallarla. La realidad es que se enfrascan en dividirnos y alejar cualquier atisbo de armonía.
Vale la pena pensar y explicitar lo que hoy no existe. Es un insoslayable ejercicio conducente a su consecución. El cambio, al principio es un sueño. La utopía de hoy será la realidad de mañana. Depende de nuestra voluntad y confianza. Y también de lo que seamos capaces de organizar y anidar en nuestros espíritus.
*Dirigente del PNC UNIR
pncunir@yahoo.com.ar
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