lunes, 31 de enero de 2011

COLAPSO DEL SISTEMA POLITICO ARGENTINO.

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Por el Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila. (LMGSM 1 / CMN 73).

El sistema político argentino se muestra en una crisis recurrente que se evidenciaba en su inestabilidad gubernamental, la debilidad operativa de las autoridades y la desorganización de la economía, con sucesivos modelos de gestión de corta duración y periodos de alta tensión societaria, pasando de un ambiente de crisis a un escenario de dudas que puede ser el inicio de un caos institucional que la política colapsada no sabe, no puede o no quiere evitar.

Todo argentino consciente percibe y sabe que el país está en problemas. En el exterior la situación argentina es incomprensible ya que se dice que “un país que todo lo tiene es un fracaso como nación”. Pese a todos los embates negativos, cada vez que se entra en una suerte de calma, se avivan las posibilidades y se ingresa a un aceptable escenario recuperado. Pareciera ser que los políticos, interesados en la continuidad del régimen, y los “beneficiados circunstanciales”, con ventajas coyunturales, son los que no sienten el efecto del maremoto.

En tiempos preelectorales asoman, tímida o espectacularmente, las señales de alarma. Ello es lógico, ya que, la confrontación adquiere carácter casi de conflicto violento, en la búsqueda de imponerse ante el adversario. Comienza una lucha en la que todo vale, aun acciones que, por su desmesura, en tiempos normales son inconcebibles. En los últimos tiempos, los partidos políticos, que eran baluartes de programas, se han desgajado en personalismos que hacen de la individualidad su bandera. Esta situación de confusión alimenta las dudas generales señaladas en el ambiente, lo que torna el futuro cada vez más incierto.

A principios del Siglo XX, Argentina era un país poderoso por su atracción y posibilidades y estas eran las bases de convocatoria, crecimiento y expectativas. Cuando las ideologías europeas llegaron, comenzó un cambio que, básicamente, hacia que el estado fluctué en su accionar movilizado como medio para sus realizaciones a la economía. La insatisfacción llevo a equivocas interrupciones que, lamentablemente, en lugar de corregir, justificaron acciones. Los políticos, en su rol de dirigentes de la “cosa pública”, se enrolaron en las ideologías o en lo que se denomino corporativismo. Los objetivos de “distribución y/o redistribución” se inclinaron hacia una “izquierda” (social)  o una derecha (económica) que duro décadas hasta que, en los fines de ese siglo, se absorbieron mutuamente, quedando solo saldos “fundamentalistas” que se autoexcluyen rescatando su justificación en los desvíos y errores del pasado.

Los políticos, en función de gobierno u oposición, parecen ignorar que el mundo ha cambiado y que este proceso de innovación es acelerado y permanente. Los gobiernos, que aún se mantienen actuando dentro de sus “fronteras soberanas”, no pueden dominar los efectos globalizados de nuevos factores como son las empresas multinacionales o el crimen organizado, para los que no existen limites territoriales para su accionar. Los gobernantes no valoran en cuanto la educación ha modificado la capacidad decisoria de las comunidades en general, ya que se dedican preferentemente a sectores que en su necesidad de subsistir se entregan en un vicioso “clientelismo”.

El mundo del Siglo XXI es absolutamente diferente al del anterior, las comunicaciones llegan y circulan, los mensajes son por todos conocidos, el habitante, aun el mas iletrado, está informado y el conocimiento de los diferentes escenarios, aviva su imaginación y despierta sus inquietudes. Los problemas en países en las antípodas se sienten como si fueran propios o vecinos, por lo que ignorarlos, ocultarlos o deformarlos ya no es posible.

El poder dejo de ser absoluto y centralizado, la sociedad mundial esta respirando los halitos de la libertad de una manera singular y la posibilidad de ser brinda constantes oportunidades, pero, al mismo tiempo se está rescatando la solidaridad y se busca en la integración la formula local para participar en la globalización. Toda acción centralizadora se la siente como obligación y se la percibe como dictadura, las ansias de democracia afloran con una fuerza inusual que ilumina la paz y el bienestar de los seres humanos. El poder ya no se configura desde ideologías y el político argentino parece no saberlo y sigue envuelto en la puja distributiva que ellas alentaban y hoy no existen. Los últimos tiempos han mostrado en nuestra Argentina que surgen poderes apócrifos, apañados por tintes de legalidad, que usan a la violencia como razón y a su desamparo como justificativo, cuando el mañana debe ser encontrado por el acuerdo y la conformación lograda por el interés común.

Lo llamativo de este proceso de decadencia de nuestra Argentina es que a mediados del Siglo XIX, después de una cruel y sangrienta lucha, en base a los “pactos preexistentes” habíamos logrado el acuerdo razonable para ser Nación. Lo  preocupante es que mientras se cumplió con lo pactado se lograron los objetivos que las posibilidades ofrecían, pero, cuando entro la lucha “ideológica” se carcomió lo realizado, se desequilibro el rumbo y se entro en el “letargo” que nos dejo apartados de un mundo que se transformaba, progresaba y se realizaba exitosamente.

Lo doloroso de este tema es que las formulas de bienestar y progreso están en nuestro pasado pero parecen restos momificados y no cimientos firmes para la estructura. El rescatar las palabras, las ideas, los mensajes y los diferentes escritos de los argentinos de la primer mitad del Siglo XIX, tales como el permanente ejemplo de Juan Bautista Alberdi, es tener un panorama casi similar al actual, lo que dice que hemos perdido un tiempo inapreciable, pero también están las formulas que ajustadas al presente pueden ser la nueva estructura política para Argentina.

El colapso esta a nuestra vista, pero la racionalidad y la lógica también están a nuestra disposición, si la prudencia vuelve a iluminar a los dirigentes, si la triste realidad no es ocultada por intereses bastardos, si en los políticos de hoy existe el mismo espíritu de los prohombres del pasado, todo no está perdido y Argentina volverá a ser Nación.

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