Imagen Peregrina de Fátima, que lloró en New Orleans, en 1972
Por Adolpho Lindenberg
El diario O Estado de S. Paulo, Brasil, publicó la siguiente noticia el 25 de marzo:
“Los Censos nacionales de los últimos cien años muestran que la religión está amenazada en nueve países. Los habitantes de Australia, Austria, Canadá, República Checa, Finlandia, Irlanda, Países Bajos, Nueva Zelanda y Suiza, están cada vez más alejados de cualquier fe. La situación económica de los reacios a la religión explicaría su influencia a largo plazo sobre los demás.”
Lo que hace especialmente apocalíptica esta noticia es el hecho de que en ella figuran dos países con fuerte tradición católica: Austria e Irlanda.
Lo que se debería esperar, lo lógico, lo normal, sería que los episcopados de esos países se apresurasen en desmentir una información tan inusual. Pero esto no ha ocurrido, al menos por ahora. ¿Y por qué razón?
La respuesta es simplísima. Resulta que los obispos están preocupadísimos, alarmadísimos, con las amenazas ambientales – la pureza del agua, por ejemplo. Con esta disposición de espíritu y con esta fuente de preocupaciones, es fácil entender su desinterés por la pureza de las costumbres y por la pérdida de la fe en sus diócesis.
Esta noticia nos recuerda las lamentaciones de Nuestra Señora en Fátima (Portugal, 1917) y en Akita (Japón, 1973): “Si los hombres no dejan de pecar, de ofender a Nuestro Señor Jesucristo vendrán castigos terribles sobre la tierra.”
Fuente: http://www.accionfamilia.org/
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