Por Alberto Asseff *
Principio por señalar que en la
actual etapa de largo conflicto con Gran Bretaña por las Malvinas y todas sus
proyecciones si algo no se ve u observa es “nacionalismo patriotero” de nuestra
parte. Tengo toda la sensación de que algunos conciudadanos se arropan de
intelectuales mundanos y modernos apelando al estigma clásico contra el
nacionalismo al que califican con variopintos vocablos: patriotero, exacerbado,
anácronico, autoritario y demás.
Es el nacionalismo inglés –
inmensamente mayor que el nuestro – el que sostiene y fogonea su permanencia en
el Atlántico Sur. El nacionalismo es una fuerza insoslayable porque es energía
moral, mental, psicológica que sustenta la ineludible estrategia de cualquier
país que se precie de ser serio: defender y ensanchar sus intereses comunes.
Las Malvinas no son las Malvinas,
por más emociones que nos conmuevan a su sola mención. Son tres millones de km2
de mar y son la Antártida Argentina. Son, por tanto, absolutamente el futuro de
progreso de nuestro país.
Como estamos afortunadamente
asociados – de modo precario, pero paradójicamente firme – con América del Sur
y gran parte del Caribe, incluyendo al gran aliado natural que es México, la
cuestión que tan vitalmente nos interesa también les importa a ellos, a toda Iberoamérica,
incluyendo a Haití que increíblemente figuró en algún cable noticioso como
respaldando a Londres.
Un gran acierto estratégico de
nuestra política – ciertamente inspirada por el propio Brasil – ha sido y es
subrayar que la militarización notoria, desmesurada, provocativa de la base
británica Malvinas es una amenaza para el Amazonas, para el gas boliviano, para
los recursos de toda nuestra América. No sólo para nuestro país.
Otro resultado feliz ha sido
lograr que la comunidad sudamericana rechace la bandera ilegal de los isleños.
No es relevante que se menosprecie este logro diciendo que se la puede arriar y
enarbolar la de Londres al arribar a algún puerto de la Región. Lo trascendente
es que no se reconozca a esa bandera ilegítima. Malvinas no será jamás un país.
Esta es la esencia primera de nuestra estrategia.
Tenemos que hostigar, ejecutando
la ley vigente, a las petroleras contratadas por los isleños. Está demostrado
que si la Argentina es efectivamente hostil disminuyen los inversores dispuestos
a aventurarse en la exploración y así se produce un sobrecosto que ahuyenta
capitales. Londres no tiene dinero estatal para estos trabajos. O lo consigue
en la bolsa o no hay recursos financieros. Además, esa ley prohíbe que las
empresas ligadas con las que operan en Malvinas hagan negocios en nuestro
territorio continental. Hay que aplicar este precepto a rajatabla.
Es más decisivo acosar a las
petroleras que los isleños. Duros con los capitales británicos, amigos con los
británicos que habitan las Malvinas.
La “cláusula Malvinas”en todos
los contratos de inversiones, bienes y servicios será una efectiva herramienta:
todos los que hacen negocios acá declaran estar absolutamente desvinculados de
aquellos que realizan emprendimientos en las Malvinas. El falseamiento de esta
cláusula aparejará nulidad.
Algunos ironizaron con la
presencia del ministro de Universidades inglés en Malvinas ¡Ninguna ironía! Es
también ministro de Ciencia y su presencia por estos lares apunta a la
Antártida y a los recursos pletóricos del mar.
Nuestra vocación es recuperar
pacíficamente las Malvinas y todo lo que ella implica en espacios marítimos.
Empero eso no autoriza a que hagamos un alarde al revés: la Argentina
desarmada. Debe terminar el ciclo del país vulnerable en esta materia.
Al mar hay que patrullarlo y
establecer nuestra autoridad. Los recursos que hoy se derivan a tantos
derroches deberían volcarse a tener una poderosa Armada Nacional, tan fuerte
como grandes son los bienes a custodiar. Con submarinos nucleares, tal como se
anunció hace un par de años.
Con los ciudadanos británicos que
habitan las Malvinas deberemos conjugar una compleja y hasta desafiante doble
velocidad de vinculación: respetaremos sus intereses, pero nunca aceptaremos
sus deseos. Si quieren seguir siendo británicos así será, pero que sepan que
nosotros los queremos y reconocemos argentinos.
Por eso, a la autoridad local
malvinense no la admitimos su carácter de independiente, sino de autónoma,
tanto como lo es el gobierno de Jujuy, sin perjuicio de cuánto nos falta hacer
para restaurar la sustancia del federalismo. Malvinas nos auxiliará para
revalorar al federalismo.
Esta cuestión es de largo plazo.
Por ende hay que evitar toda sobreactuación. Es imposible mantener en vilo al
país y al mundo durante mucho tiempo- Hay, sí, que dar pasos secuentes y
consistentes en la dirección estratégica de recuperar las Malvinas. Si algo no
debe hacer el gobierno de turno es intentar o aparecer aprovechando la gran
cuestión con fines electorales.
Por último, las Malvinas serán
argentinas si la Argentina es un país grande – no sólo en magnitud física – en
instituciones, educación, desarrollo humano y social, respeto, valores. Una
Argentina tal atraerá tan naturalmente a los isleños como los caramelos a los
niños.
Sin sobreactuación, pero tampoco
displicencia. Simplemente, con estrategia.
*Diputado nacional miembro de la
Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara.
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