Por Enrique Guillermo
Avogadro
“Lo que me preocupa no es que me hayas mentido
sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”.
Fiedrich Wilhelm Nietzsche
Otra vez nuestra señora
Presidente, desde la cima del mundo civilizado, no pudo resistir la compulsión
a reescribir la historia en su loable exposición ante el Comité de
Descolonización de Naciones Unidas; los argentinos fuimos anoticiados acerca de
quiénes fueron, en realidad, los que vencieron a los ingleses en sus frustradas
invasiones de 1806 y 1807. Presumo que informada por Pacho O’Donnell y sus adláteres del nuevo instituto revisionista,
nos hizo saber que los negros y los gauchos lo hicieron, mientras las clases
acomodadas recibían en sus tertulias a quienes pretendían conquistarnos. Que en
esa volteada hayan caído Santiago de
Liniers, Juan Manuel de Rosas, Cornelio Saavedra, Juan Martín de Pueyrredón
y tantos otros próceres no parece afectar el ánimo de doña Cristina, empeñada en convencernos de que todo comenzó en 2003,
cuando su marido y ella misma llegaron con sus bártulos y su peculiar modo de
gobierno al trono imperial de la Capital Federal.
Pero lo que más me llamó la
atención, en línea con la excelente nota de Beatriz Sarlo el jueves en La Nación, sobre todo por la invocada
condición de abogada de doña Cristina,
fue una frase en especial, referida a la inexistente culpa que tendríamos los
argentinos respecto al proceso militar que se desarrolló desde marzo de 1976
hasta diciembre de 1983, y durante el cual se produjo la guerra de Malvinas.
La señora de Kirchner, como ya lo ha hecho en repetidas ocasiones al hablar
de los bonos que el Estado entregó a los ciudadanos a cambio de los ahorros
líquidos de éstos, confundió a la República Argentina, a la cual representa en
cada momento histórico quien ejerce la primera magistratura, con ese país
imaginado que cree que le pertenece en exclusiva, ya que fue un bien ganancial
que heredó, con sus hijos que lo disfrutan, de su marido muerto. Tanto como
dice permanentemente “pagamos el Boden 2012 que no entregamos nosotros”, ahora
preguntó “¿qué culpa tenemos los argentinos de lo que nos pasó durante la
dictadura militar?”.
Olvidó, adrede, que la incipiente
democracia de entonces, comandada por el Tte. Gral. Perón hasta su muerte y continuada por su Vicepresidente, Estela Martínez, desde el 25 de mayo de
1973 hasta el junio de 1975 (no tengo registros hasta el 24 de marzo de 1976)
había sufrido más de 5.000 hechos subversivos, perpetrados por los “jóvenes
idealistas” y por la Triple A, que había producido más de 400 muertos,
incluyendo nada menos que a José Ignacio
Rucci, Secretario General de la CGT y uno de los mayores apoyos del propio Perón. La ciudadanía entera clamaba por
poner fin a esa guerra que enfrentaba –reitero, en democracia y contra un
gobierno que había accedido al poder con el 62% de los votos- a dos bandos tan
horrendos; por ello, no fueron marcianos ni extranjeros quienes hicieron la
revolución que puso fin a un régimen que ya no podía controlar el territorio
nacional –recuérdese que, en Tucumán, el ERP pretendía declarar alguna forma de
independencia y pedir el reconocimiento internacional- sino militares
argentinos, por cierto aplaudidos entonces por la enorme mayoría de nosotros.
Respecto a la guerra, también
mintió doña Cristina en Nueva York.
Quien esto escribe estuvo en la Plaza de Mayo en la manifestación de la CGT del
29 de marzo de 1982, cuando la policía apaleó a quienes protestábamos, y volvió
a la misma Plaza el 2 de abril, cuando todos los argentinos, casi sin excepción
alguna, aplaudió al Gral. Galtieri
por haber retomado militarmente Malvinas. Pretender que esa guerra la hicieron
unos locos desenfrenados, aislados por completo del resto de los ciudadanos y
repudiados por éstos, no es sólo faltar infantilmente a la verdad sino negarle
todo respeto a quienes allí combatieron y, sobre todo, a quienes allí dejaron
la vida.
Entiéndase que no estoy en contra
del reclamo que la señora Presidente hizo ante el Comité de Descolonización
sino que no me parece que la forma en que lo hizo haya sido la adecuada. Salvo,
claro está, que todo haya sido un gran show montado, exclusivamente, para
consumo interno de una ciudadanía revuelta ante el desparpajo de quien
considera que los bienes del Estado son propios de ella y su familia, y que no
ha trepidado en gastar el equivalente a varias casas -de las que muchos carecen
y todos pagamos- en trasladar a su hijo de 36 años, afectado por un dolor de
rodilla.
Dijo congratularse doña Cristina –sin fundamento alguno, por
cierto- por la compra a precio de remate de un 8,5% de YPF por Carlos Slim. El magnate mexicano no
sólo ganó treinta millones de dólares en un día con esa compra, sino que no ha
comprometido inversión real alguna en la empresa que, para cumplir el plan que
anunció el Ing. Galucchio, aún
necesita inventar US$ 10.000 millones por año para ver si, dentro de cinco o
seis, se puede extraer petróleo y gas de Vaca Muerta. Debiera saber quien
ejerce la primera magistratura que es muy diferente comprar acciones como
apuesta financiera que invertir en exploración y producción.
Mientras tanto, es decir,
mientras recorre el mundo en pos de un reconocimiento internacional que la
ausencia de primeras líneas le negó en el Comité, aquí la vida continuó, ahora
en manos de un Guita-rrita a quienes todos ya auguran poca vida, acosado por
los avances judiciales contra los que creía haberse vacunado cuando destruyó
los virus Righi, Rafecas y Rívolo. El Juez Lijos y el Fiscal di Lello,
si bien muy lentamente, siguen adelante con una investigación que, en forma
inexorable, demostrará que el Vicepresidente –que propuso el negocio a don Néstor (q.e.p.d.)- es el verdadero
dueño de Ciccone, más allá de contar con socios poderosos.
La ciudadanía, empujada por el
impudor del Gobierno en el manejo de los fondos previsionales, por el cierre de
la economía que ya provoca desabastecimiento y desocupación, por las
arbitrariedades en los temas cambiarios, por la ya innegable retracción, por la
imparable inflación, por los crímenes derivados del robo de los subsidios, por
la asfixiante inseguridad, por la proliferación de la droga, por el desparpajo
en la utilización de los bienes públicos, por las insufribles cadenas
nacionales y hasta por la guerra desatada contra don Daniel Scioli y contra Mauricio
Macri, está haciendo rodar la popularidad que doña Cristina supo conquistar hacia la sima.
La absoluta falta de una
oposición organizada y, más que nada, la carencia de alternativas programáticas
serias para la actual decadencia y para la terrible herencia que el período
kirchner-cristinista legará a sus sucesores cuando, finalmente, los actuales
gestores sean expulsados del poder y enjuiciados, me obliga una vez más a
asumir una postura autorreferencial.
Como recordará, sufrido lector,
el 21 de febrero de 2012 propuse las sesenta y cuatro medidas que, a mi
entender, permitirían evitar la desaparición de la Argentina como entidad
jurídica, un escenario que hoy resulta verosímil. Reproducirlas aquí resultaría
redundante, toda vez que se puede acceder a ellas en
http://egavogadro.blogspot.com.ar/2012/02/la-argentina-que-quiero.html, pero
creo que valdría la pena exigir a todos los partidos políticos de oposición que
definieran una agenda similar, a fin de proponernos las ideas, no los nombres,
que deberemos votar en algún momento del año que viene y en las siguientes
elecciones presidenciales. Si no lo hacemos, si no lo hacen, nuevamente las
voluntades resultarán dispersas y, como tales, incapaces de ofrecer una
alternancia seria al modelo populista que, a fuerza de subsidios ya impagables,
ha triunfado y aún mantiene un núcleo duro de apoyo.
Han pasado sólo seis meses desde
que la señora Presidente llegara a la cima con el 54% de los votos; realmente,
parece que hubiera transcurrido una eternidad, por la dinámica que el Gobierno
y, sobre todo, sus constantes desaguisados, han impuesto a la realidad
cotidiana. Hoy, sin embargo, da la impresión que doña Cristina se encuentra más cerca de la sima. Sólo nos resta rezar
para que el final, inexorable, no sea tan trágico.
*Bs.As., 17 Jun 12
Enrique Guillermo
Avogadro
Abogado
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