Por Agustín Laje (*)
Mientras en Cañuelas acontecía una
verdadera pueblada que clamaba por seguridad tras el doble crimen que acabó con
la vida de los hermanos Massa, en la Casa Rosada todo era risas, aplausos y
festejos. ¿Qué provocaba semejante algarabía en algunos, en tanto que otros, a
pocos kilómetros de distancia, hacían público el dolor y el terror que a diario
los azota? La respuesta es: unos insulsos muñecos de trapo con la cara de la
presidente.
Dicha respuesta puede parecer
poco verosímil y hasta tragicómica, pero no es más que el reflejo perfecto de
las dos realidades que tienen lugar en la Argentina de hoy: una, en la que
habita la clase gobernante, donde todo va de maravilla; la otra, en la que
habita el grueso de la sociedad, donde la vida se hace cada vez más difícil,
cuando se sale a la calle no se sabe si se vuelve, y prácticamente ya no queda
margen para las risas.
Con todo el elenco setentista
presente (vale decir, aquellos que han hecho de los derechos humanos un
negocio) y los infaltables aplaudidores de oficio listos para ovacionar a su
jefa, Cristina presentó al país entero el nuevo fetiche lanzado al mercado:
unos muñecos de ella y su difunto marido hechos con tela rellena, que miden
entre 25 y 35 centímetros, y que se encuentran a la venta en el Museo del
Bicentenario y en Internet.
Además de Néstor y Cristina,
también se comercializan los muñecos del Che Guevara, Fidel Castro, Evo Morales
y Hugo Chávez, entre otros… todos buenos muchachos en definitiva que, por $65
(precio poco “nacional y popular” a decir verdad por un rústico pedazo de
trapo), pueden estar en la mano de un niño o decorando un hogar.
Si bien el tema a simple vista
parece ser de una frivolidad tal que no merecería ni una simple línea de
reflexión en torno suyo, la cuestión deja de aparecer como inofensiva cuando la
integramos en una visión general de los esfuerzos dedicados por el kirchnerismo
a lo que cabría denominar como su “batalla cultural”.
El pensador marxista Antonio
Gramsci se diferenció de Lenin aseverando que, antes que el poder político, lo
importante era la conquista de la hegemonía, para lo que se hacía necesario una
“agresión molecular” contra la sociedad civil que pasaba por la cultura y los medios
de comunicación más que por los fusiles. La hegemonía se lograba, pues, cuando
virtualmente ya nadie podía pensar por fuera del orden impuesto y, a la postre,
el proyecto político dominante no tenía alternativa.
Siguiendo los conceptos de
Gramsci, es evidente que lo que el kirchnerismo detenta de por momento es
hegemonía a nivel político partidario. El débil papel (por no decir nulo) que
tienen los partidos opositores, que no logran encarnar propuestas ideológicas
sustancialmente diferentes a las del oficialismo, criticando siempre la forma y
no el fondo de las cosas, son prueba de esto: no logran pensarse por fuera de
las categorías políticas hegemónicas. Y tan así es, que la figura más fuerte de
la oposición parece ser no un político, sino un periodista de investigación
como Lanata.
Donde el kirchnerismo no ha
conquistado la hegemonía y, al contrario, en este último tiempo ha recibido
varias cachetadas, es en la sociedad civil, sector al que Gramsci consideraba
fundamental y que se encontraba antes que la sociedad política en términos de
prioridad.
Así pues, la “batalla cultural”
de Cristina para “conquistar la sociedad civil” pasa por la idea de que el
kirchnerismo debe estar presente en todo momento y todo lugar. Es una idea que,
más que autoritaria, roza lo totalitario. En efecto, no se conforma con ocupar
espacios políticos; debe lograr omnipresencia a lo largo y ancho de los
espacios sociales en general, públicos y privados: en el deporte, a través de
las propagandas políticas de “Fútbol para Todos”, “Automovilismo para Todos”, y
de los barras bravas rentados que despliegan las banderas del kirchenrismo en
las canchas; en la intelectualidad, a través del subvencionado “Carta Abierta”;
en la música, instruyendo a diversos artistas para que le rindan pleitesía; en
el periodismo, edificando su propio monopolio comunicacional; en el televisor
familiar, interrumpiendo la programación con alevosa frecuencia para decirnos
que nuestro país es casi un paraíso terrenal; en el divertimento de los niños,
transmitiendo mensajes políticos a través de las caricaturas del canal Paka
Paka; en la administración pública controlada por La Cámpora, haciendo correr
peligro la continuidad laboral de los trabajadores que no aceptan militar en el
kirchnerismo; y ahora hasta en los juguetes, promoviendo Cristina Kirchner
misma la comercialización de una muñeca con su cara en pleno acto oficial.
Lo que intentan, en concreto, es
que tengamos kirchnerismo hasta en la sopa, único camino que estiman viable
para la construcción hegemónica total.
(*) Fuente: http://www.laprensapopular.com.ar/
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