En homenaje a Nuestra Señora de la Merced, Generala del Ejercito Argentino, les envío pequeño escrito, difundido a modo de díptico en las escuelas públicas hace apenas cinco años, pero que hoy es más necesario que nunca difundir, para que nos ayude a rescatar a nuestros niños y jóvenes de la esclavitud de la droga y prostitución que el Régimen ha sembrado y legalizado entre nosotros.
Del mismo modo imploremos a Nuestra Señora de la Merced, que consuele a los familiares de los prisioneros de guerra que han guerreado contra la subversión apátrida y contra el hereje invasor inglés en Malvinas.
Y para ellos, los que están condenados muerte, que deban sufrir todos los ataques de la maldad, el sarcasmo, la burla y el escarnio, en definitiva, que sean castigados como malhechores, que el Señor les dé la fortaleza y perseverancia en la fe, para que sean fieles testigos de que nuestra Patria es una Nación del Cielo y de la Tierra.
Y a nosotros, los varones que todavía estamos en libertad, nos niegue el descanso hasta que veamos libre a nuestra patria de las garras de este poder perverso, ateo y materialista.
Que Nuestra Señora de la Merced, Generala del Ejército Argentino, nos auxilie y proteja.
Nuestra Señora de la Merced
24 de Septiembre de 1812 - Batalla de Tucumán
“El Señor ha enviado la redención a
su pueblo
y ha sellado una alianza para siempre.”
Con este salmo, últimas palabras que
san Pedro Nolasco, fundador de la «Orden de Nuestra Señora de la Merced», pronunciara antes de morir, se expresa la
misión de la Orden: redimir a los esclavos y cautivos de los musulmanes allá en
la España del siglo XIII, en plena guerra contra los moros.
En la Reconquista de la Península Ibérica –la guerra
más larga de la historia, que duró casi 800 años- y su continuidad en la
Conquista y Evangelización de América, se templó y consolidó el espíritu del
pueblo hispano-americano. La Reconquista de España como la Conquista de América
se pudieron realizar porque estaban
sostenidas en comunidades de hombres libres, pueblos capaces de combatir y
hacerlo bien, pues los esclavos no sirven para la guerra.
Es maravilloso verificar desde el comienzo de nuestra
historia, la providencial asistencia de
María en el salmo que recitaba san Pedro Nolasco: “El Señor ha enviado la redención a su pueblo”. Ya en el año 40,
la Madre de Jesús –cuando aún vivía en carne mortal en Jerusalén -se le aparece
a Santiago Apóstol en Compostela, confirmándolo en su evangelización en el
extremo occidental del mundo conocido. Desde entonces, María ha guiado, forjado
y acompañado a nuestros pueblos a lo largo de los siglos siguientes, tanto en
España (Pilar, Virgen de la Merced, del Rosario) como en América (Guadalupe,
Luján, Rosario de la Reconquista y Defensa, Rosario de San Nicolás)
Esta contemplación de la historia desde la fe, no
cambia los hechos, sino que nos permite relatarlos y ordenarlos de acuerdo a lo
que somos, desde las raíces más profundas. Pues así como nosotros vivimos un
proceso de “Regreso a la Casa del Padre”, tanto como personas y como pueblo en
relación a nuestros hermanos; la contracultura de la modernidad atea y
materialista, se manifiesta más progresista y moderna cuánto más se aleja de
este “regreso” al Padre y de esta filialidad como hermanos de un mismo pueblo.
Es así que contemporáneamente a la expulsión militar
de los ingleses del Virrreinato en 1806/07, se producen tanto en España como en
América innumerables levantamientos populares – entre ellos el que dio origen a
la Revolución de Mayo de 1810- contra el “mal gobierno” de los cortesanos
españoles y contra Napoleón que había
invadido España.
En este período de decadencia Borbónica ante Portugal
e Inglaterra, comienza la resistencia de nuestros pueblos al proceso de la
“revolución mundial” que empezó a desarrollarse de la mano de los liberales,
ilustrados y partidarios del “libre-cambio” –léase contrabandistas- a través
del puerto de Buenos Aires. De allí en adelante, nuestra historia será un
permanente enfrentamiento de ambas fuerzas: la nuestra, apoyada en la fe, la
cultura y la tierra, y la enemiga en el dinero, la contracultura y el
extranjero de turno.
En este contexto, señalaremos la situación previa a la
Batalla de Tucumán que sucedió providencialmente el 24 de septiembre de 1812,
día de Nuestra Señora de la Merced.
Belgrano asume en marzo de 1812 la conducción de los
restos del Ejército del Norte, totalmente desmoralizado por las derrotas y
deserciones que le provocó Castelli, con su polític general Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús a antirreligiosa y de “terror” ordenadas por Moreno,
secretario de la Junta de Mayo -recordamos solamente el fusilamiento de Liniers en 1811. En esta anarquía el General
Manuel Belgrano toma el mando con la misión de bajar hasta Córdoba para salvar lo
que se pueda..
En Buenos Aires, se había producido el primer
movimiento contra “los orilleros” que terminó con la caída de la Junta Grande y el resurgimiento
de los ilustrados con Rivadavia a la cabeza. Se continuó con la política de
“terror” y esta vez le tocó el turno de fusilamiento al otro héroe de las
Invasiones Inglesas: Don Martín de Álzaga, el 5 de octubre de 1812.
En acuerdo con
los ingleses y portugueses, Rivadavia intima a Artigas, jefe de los orientales
argentinos, levantar el sitio de Montevideo –en poder del Virrey Elío- y
desocupar la Banda Oriental, quedando, la misma en manos de los portugueses.
En medio de este cuadro desolador, y
mientras se continúa la retirada perseguido por las fuerzas realistas, Belgrano
reorganiza y conforma el “Ejército del Rosario”, donde se lo reza diariamente
en formación. Tras el éxodo jujeño y desobedeciendo las órdenes de abandonar
las fronteras de la Patria, en el día de la Virgen de la Merced y luego de
asistir a Misa con su ejército, enfrenta en Tucumán al ejército español, que
contaba con algo menos de 4.000 hombres bien equipados, mientras que el
criollo, mal armados, la mitad. Pero con la providencial intervención de la
Generala se gana “la más criolla de cuántas batallas se han dado en territorio argentino”
al decir de V.F.López. El tucumano don Marcelino
de la Rosa cuenta que a mitad de la batalla, ocurrió de repente algo que nunca
habían visto los soldados enemigos, que contribuyó a desbandarlos y a
infundirles pánico. Fue un gran ventarrón, que llegó desatado y furioso del
Sur. “El ruido horrísono que hacía el
viento en los bosques de la sierra y en los montes y árboles inmediatos, la
densa nube de polvo y una manga de langostas, que arrastrada, cubriendo el
cielo y oscureciendo el día, daban a la escena un aspecto terrorífico”.
En la Batalla de Tucumán, no solamente se libró la
batalla más grande en número de efectivos contra los españoles en territorio argentino;
sino que si Belgrano obedeciendo las órdenes del gobierno se retira -o no gana
la batalla-, las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió
Bolivia (el Alto Perú), Paraguay y Uruguay.
El General Manuel José Joaquín del
Corazón de Jesús Belgrano, maestro de humildad y gratitud, reconociendo el
carácter decisivo de la batalla de Tucumán y la influencia de la Providencia en
su resolución, nombra a la Virgen de la Merced Generala del Ejército del Norte
y le entrega su bastón de mando “sellando
una alianza para siempre.”
“Comisión
Permanente de Afirmación de la Soberanía Nacional”
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