sábado, 27 de octubre de 2012

EL CARDENAL MEJÍA Y SU LIBRO “HISTORIA DE UNA IDENTIDAD”



El Cardenal Jorge María Mejía es Archivista Emérito de los Archivos Secretos del Vaticano en la Curia Romana, y Cardenal Diácono de San Girolamo della Caritá. Nació el 31 de enero de 1923, y fue elevado a Cardenal el día 21 de febrero de 2001 (http://www.catholic-hierarchy.org/bishop/bmejiaj.html). No consta quién lo ordenó como sacerdote en la web de la Jerarquía Católica http://www.catholic-hierarchy.org/.
Actualmente tiene 89 años, próximo a cumplir los 90, fue velozmente ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1945 a los 22 años de edad. Fue ordenado Obispo el 12 de abril de 1986, a los 63 años de edad (durante el gobierno de Raúl Alfonsín), y finalmente se retiró en octubre de 2003, a los 80 años de edad, coincidentemente con el arribo en la Argentina del actual régimen oficialista en Argentina (gobierno de Néstor Kirchner, continuado por Cristina Fernández Wilhelm viuda de Kirchner).
Su principal consagrante, fue el actual Cardenal Roger Marie Élie Etchegaray, quien fuera ordenado sacerdote el 13 de julio de 1947, y ordenado Obispo el 27 de mayo de 1969, habiendo sido elevado a Cardenal el 30 de junio de 1979 por Juan Pablo II (http://www.catholic-hierarchy.org/bishop/betch.html)
Fue perito del Concilio Vaticano II.

REPRODUCIMOS UNA NOTA DE PANORAMA CATÓLICO:

Una Identitad Desdibujada

Dec 15, 2005

Este interesantísimo ensayo comenta la autobiografía del Card. Jorge Mejía, "Historia de una Identidad". A lo largo de las páginas del libro, su Eminencia incurre en asombrosas omisiones y no menos sorprendentes atribuciones que el autor del estudio destaca con notable eficacia.

BIBLIOGRAFIA: Jorge Cardenal Mejía: "Historia de una identidad", Bs.As. Letemendía, 2005, 2l8 páginas.
(Confesiones de un prelado demi-mondain)

(Panorama Católico, 08 Dic 2005)
He aquí una obrita aparentemente inofensiva por el tono coloquial, los recuerdos intrascendentes - incluso frívolos - y un tono careciente de autocrítica que nos presenta su autor, el recientemente erigido Cardenal de tan larga actuación en la Iglesia argentina (1952-1977) como en el Vaticano, de entonces a ahora.

Comienza por darnos traslado de una memoria familiar pero no sólo de la familia nuclear sino extendida a toda su larga y poco interesante parentela, gente "paqueta" de Buenos Aires, totalmente irrelevante.

De su experiencia religiosa comienza por relatarnos su vida en el colegio y en el seminario, sin lograr transmitir mayor pathos sacerdotal y, menos aún, contagio piadoso. Después de revelar la poca influencia que tuvieron sus maestros destaca sí la del Padre Hugo Achaval que le dio "una sana libertad interior", lo cual hay que entender en el contexto de una mediocridad intelectual como la que reinaba en el seminario de Villa Devoto, si bien podría esperarse algo más de un padre espiritual.


Rescata en algo al Padre Castellani, pero apenas por haberle despertado "un amplio horizonte literario" y deslumbrado por su familiaridad con la filosofía moderna de entonces (hoy ya pasada)". Pero ni una palabra de su profundidad religiosa que, obviamente, parece que no le motivaba. Ni la excepcional inteligencia y agudeza del juicio que tampoco lo conmovía entonces, ni tampoco después.

Peor aún, siendo deudor de la corrección de una traducción de la obra de Henri Gheon: "La gloria de Santo Tomás de Aquino" durante cuya labor debió de haber recibido invalorables enseñanzas, en estas memorias no hay el menor recuerdo, ni reconocimiento (él que sólo era un estudiante imberbe junto a un maestro como no había otro en todo el Seminario).

Tampoco hace justicia con otro de sus mejores profesores como el Padre Hernán Benitez, del cual fue alumno cuando este todavía no había incursionado por los derroteros que lo perdieron intelectualmente y en la política barata del peronismo, y ciertamente era una buena cabeza. Pero opta por describirlo como "un fuego de paja, con más paja que fuego"; con especial desprecio de quién más allá de todos los avatares no defeccionó del sacerdocio como tantos amigos del Cardenal. Otro ignorado es el Padre Sepich, también en su mejor hora, del cual apenas dice que era "profesor riguroso y difícil de Historia de la Filosofía" lo que indica no haber sabido valorar el nivel académico que brillaba por su ausencia.


Total que a Castellani y a Sepich los descalifica, sobre todo porque "estaban bastante comprometidos políticamente con la derecha" (¡Vade retro Satan!) Pensado, sino dicho por quien podríamos llamar un pionero de lo políticamente correcto, de lo que hoy es no tener enemigos a la izquierda, como se verá más adelante.


En el año 1947, el Padre Castellani viajó a Roma en medio de las acusaciones que le hacían sus superiores y según cuenta, su ex -alumno se portó muy bien con su viejo maestro que pasaba tal trance dejando constancia de su agradecimiento más de una vez en su papeles (*). Por su parte Mejía no correspondió con el talante generoso del todavía jesuita.


En su "Catecismo" de 1975 Castellani refiere: "es posible que mi ex -alumno, el Asesor del Vaticano II hubiese ya comenzado (en 1949) a acusarme de hereje en informes secretos, con que sigue haciendo después de muchos años, para acopio de méritos"... y "en las clases del seminario decía que yo era milenarista y que eso era herejía y no había que leer mis libros, ni editarlos."


Por supuesto, nada de esto está consignado en las memorias que comentamos tal vez porque le consta que su consejo fracasó y los libros de Castellani invadieron el mercado editorial católico como ningún otro autor alcanzó a hacer, mientras él no publicó ni uno sólo, excepción hecha de este escrito que comentamos.


La duda queda si Mejía leyó "Los papeles de Benjamín Benavides" y descubrió que había inspirado al autor el personaje ridículo de Mungué Murray, un teólogo muy aferrado a las convenciones de la hora que, entre otras cosas no quería reconocer que dentro de la Iglesia quedaban muchos fariseos, y que acusaba a Benavides de milenarista sin ningún fundamento sólido, sólo para "quedar bien" él.


Y también, respecto de Castellani se permite relatar que, años después, se animó a escribirle una carta diciéndole que " su comentario sobre el Apocalipsis no estaba ciertamente a la altura de su propio pasado, ni como pensador ni como escritor". ¡El que nunca jamás publicó ningún libro a pesar de su patente de erudito y sabio profesor! El libro fue publicado en 1963 y contó con el Imprimatur de Monseñor Justo Laguna (dilecto amigo de Mejía) por lo que inferimos que no contenía ningún error y que había tenido la humildad de someterse a semejante juez.


Mientras retacea elogios a quienes los merecieron los derrama, entre sus compañeros de seminario, sobre el Padre Lucio Gera, al cual califica de "brillante teólogo", haciendo caso omiso a su marcado progresismo rayano en la herejía y su nefasta escuela de teólogos biblistas a la moda, con quienes no podría concordar si fuera fiel a las enseñanzas que recibió, ni al rigor de la Escuela Bíblica de Jerusalén, cualquiera sean sus desviaciones menores.

En momentos en que comenzaba ya la tragedia de la deserción sacerdotal no parece haber sufrido un ápice con la Iglesia pues refiere los casos de sus más amigos como Aduriz, Cafferata, Jaime Moreno, Jerónimo Podestá (el obispo relapso) y otros que no nombra con una frialdad tal como si se tratara de accidentes meteorológicos. Y así cuenta que " de los cuatro argentinos que vivieron con él en el Colegio del Anima, sólo uno mantuvo su fidelidad al sacerdocio


Omisiones ominosas


Con detalles, eso sí, relata co}Ómo inició su ascender en su carrera eclesiástica en Roma. Comenzando por la relación que estableció con Monseñor Zanini en Tierra Santa en 1962-3 donde intimaron a tal punto que el prelado italiano llegó a decirle "Io ti faccio véscovo" en prueba de simpatía. Ante tal afirmación venida de alguien con vara alta en la Santa Sede, Mejía dice que no se conmovió demasiado pero ¿quién puede creerle? ¡Obispo a un cura de menos de 40 años!


Es posible que allí se le despertara el apetito por hacer carrera en la Curia romana.


Pero quiso la mala suerte de que Monseñor Zanini fuese designado Nuncio papal en la Argentina y tuviese ocasión de oír muchas opiniones sobre Mejía. El caso es que, sorprendido, Mejía declara que allí "cambió completamente de actitud". (¿Acaso leyendo Criterio?) Lo peor del cuento es que confiesa que hubo "un extraño informe sobre mí" y que, como si fuera una consecuencia deseada de todo aquello Monseñor Zanini "acabó mal en Argentina y fue su último cargo como nuncio".


A continuación recuerda: "más tarde vino el terrorismo", de nuevo como un evento meteorológico que le era totalmente ajeno, aunque no tanto. Declara "Más de uno (¿quiénes? ¿los curas guerrilleros?) pagó con su vida" y, más explícito afirma: "No puedo no recordar a Carlos Mugica cuando lo velaban en una villa miseria... quise ir a rezar... fui con mi prima ... que no era ciertamente la única persona del Barrio Norte que vi esa noche allí".


¿Qué es esto? ¿Acaso no sabía en las que andaba Mujica? ¿Es que hizo algo para hacerlo volver al redil? ¿O como tantos que miraban de lejos, especulaba para qué lado y de qué manera se inclinaría la balanza?


Mientras tanto Mejía sostiene que CRITERIO "mantuvo una sola línea... de absoluta libertad". Curiosa afirmación y engañosa porque la libertad, precisamente, permite elegir entre muchas líneas... según venga la mano: a veces defendiendo la Iglesia de siempre, otras poniéndose à la page.


Así pues llegó a publicar un artículo en que se permitía dudar de la infalibilidad papal, lo que le valió hasta acusaciones de Roma. Y lo confiesa tranquilamente, agregando que lo defendieron Zaspe, Iriarte y de Nevares como si su juicio tuviese valor exculpatorio.

La estrategia de Mejía fue siempre manejar las omisiones hábilmente. Y esto lo repite en el libro, ominosamente, en el que debe admitir su relación con la revista CONCILIUM, "publicación oficial de progresismo erudito" como la califica Carlos A. Sacheri en "La Iglesia Clandestina".

En efecto, recuerda que llegó a integrar el comité de redacción por invitación del Padre Henri de Lubac, puntal de la "nouvelle thèologíe" preconciliar que tantas consecuencias dañosas tuvo. Lo curioso es que de Lubac, cuando Karl Rahner publica su tesis sobre los "católicos anónimos" (por la cual no hacen falta los sacramentos ni obedecer al Papa, ni nada, para salvarse) decide abandonar la revista. Cosa que no hace Mejía, implícitamente de acuerdo con Rahner (aunque vergonzantemente) y, en cambio decide "valientemente" (Sic) seguir por varios años de ascenso del progresismo colaborando con CONCILIUM cuando, justamente lo valiente era denunciar lo que predicaba. Y que lo diga Monseñor Lefebvre sino. Y entre nosotros Meinvielle y tantos otros excluidos del "establishment" episcopal, por "ser de derecha, hubiera dicho Mejía.


¿Acaso era valentía colaborar con Schillbeck, con Congar, con Hans Küng y otras figuras centrales del progresismo cuando estaban en la cresta de la ola?


Pero lo que no cuenta Mejía -y esto es mucho más serio- es su afiliación ha IDO-C el emporio internacional felizmente desaparecido de revistas progresistas al cual sumó CRITERIO -muerto ya Monseñor Franceschi- y donde figuraba THE TABLET, la revista inglesa que tuvo roces con la Congregación para la doctrina de la Fe cuando dependía de Monseñor Ratzinger (Ver "Catholic Family News, 22.05.05) que sin duda se acuerda muy bien qué era IDO-C, aunque ahora Mejía no querría recordárselo, estando en plan de simpatizar con el nuevo Papa.


La sigla IDO-C correspondía a "Centro de Información y Documentación sobre la Iglesia Conciliar" (¿no Católica?) cuya función específica era "reunir y distribuir la documentación sobre las consecuencias teológicas y espirituales de los decretos y del espíritu del Concilio Vaticano II" declarando paradójicamente ser "independiente de toda religión" (acaso coherente con el sentir de algunos padres conciliares).


Pero si su afiliación ha IDOC-C revela su inmersión en el progresismo sin reservas, mucho más grave es que lo oculte en este libro que se supone es una versión fiel de su vida. O que hipócritamente se queje de los excesos cometidos invocando el Concilio cuando él mismo se hallaba en el centro de la "intelligentsia" progresista mundial instigadora de todas las desviaciones.

Muy suelto de cuerpo no informa, además, que CONCILIUM convocó a un Congreso Teológico en 1970 invitando "sobre todo a jóvenes, no todos familiarizados con la teología católica", según él mismo admite y luego se lamenta de que dicho Congreso "Terminara con un plenario donde se votara por mayoría las proposiciones "comentando luego que allí "fui víctima de la democracia total". Pero ¿qué esperaba?


Sin embargo todavía falta lo peor, muy cuidadosamente silenciado en el libro: la íntima vinculación que existió entre IDO-C y el movimiento polaco PAX, organismo encubierto de la policía secreta del gobierno comunista de Polonia, animadores del diálogo entre cristianos y marxistas tan de moda en el momento para consumo de católicos fronterizos e idiotas útiles, especialmente reclutados en la democracia cristiana de Occidente.


Se comprende que Mejía oculte este rastro escabroso de su biografía máxime cuando el Papa que vendría sería un polaco y PAX se habría opuesto abiertamente al Cardenal Wyszinski que no se engañaba respecto de las maniobras secretas del gobierno polaco y que, a continuación, la Santa Sede misma descubriera la maniobra del Partido Comunista polaco aprovechando la colaboración implícita de los católicos progresistas occidentales.


Téngase presente que Mejía durante todo el pontificado de Juan Pablo II hizo todo lo posible por estar presente y recordar que el Papa Woytila había sido su compañero de estudios (aunque sólo durante uno o dos años) lo que reitera una y otra vez.


Así, como ahora, no pierde la ocasión de recordar sus contactos con Monseñor Ratzinger - contactos más bien burocráticos que de ninguna manera destacan su afinidad intelectual ni religiosa.

Hay, en cambio, muchas omisiones menores pero sintomáticas a lo largo del libro. Una consiste en recordar su primer viaje a Tierra Santa acompañado por Fray Antonio Vallejo, Juan Carlos Goyeneche y Alfredo Aldao Unzué, mencionando a este último solamente, pues el franciscano no simpatizaba con los curas de clergyman gris perla -como el que se mandó hacer para el viaje- mientras él fue con su hábito y su relación con Goyeneche podría interpretarse como cierta familiaridad con la "derecha", habida cuenta de que para él eso sería denigrante, mientras no tenía enemigos a la izquierda. La otra omisión es mucho más pintoresca y lo retrata de cuerpo entero. Sucedió que a un buen amigo de él, el Dr. Marcelo Canevari, buen pintor aficionado, en ocasión de ser consagrado obispo le pidió un cuadro importante, con todos los atuendos del caso. Ocurrió que cuando Mejía en uno de sus viajes a Buenos Aires pudo verlo terminado le recriminó al pintor:"¿Cómo no me has retratado como cardenal?" a lo que Canevari le contestó: "simplemente porque no sos cardenal". "¡Pero pronto me van a nombrar¡" Parece que fue la respuesta airada de quien ya antes de alcanzar esa dignidad presumía con certeza que lo sería. Total que una amistad de años con Canevari se rompió estúpidamente por la vanidad de Mejía pues nunca más se hablaron.

Carrera ascendente


Su primera incursión en la Curia Romana, que sin duda le atraía, fue la de acudir al Concilio como periodista acreditado de CRITERIO. De allí en más, pasito a pasito, fue escalando posiciones hasta culminar con el Cardenalato con tan mala suerte que cumplió 80 años justo antes del último Cónclave, no pudiendo votar.


Ya en la segunda sesión del Concilio logró hacerse nombrar perito a pesar de "no gozar yo de particular estima ni del nuncio en Argentina -Monseñor Mozzoni- ni del cardenal Caggiano." ¿Cómo entonces? Esto no lo revela.


Peor aún, Caggiano, según lo confiesa él mismo, lo recibió fríamente cuando se presentó para anunciarle que lo habían designado perito y, por el contrario, le pidió que se reuniera con los obispos argentinos (ninguno del grupo más progre como los de San Miguel). Admite luego que "ninguno tuvo un juicio del todo favorable. "El que me trató mejor fue el entonces arzobispo de Tucumán Monseñor Aramburu" pero "uno, no diré quién, pronunció sobre mí esta memorable sentencia: lo mejor que puede hacer Usted es desaparecer" (Sic) Ataque ante el cual no se defendió. Por algo será.


¿Qué había ocurrido? El mismo lo cuenta. "Antes de ser perito, durante la primera sesión, yo había contribuido a redactar un breve texto crítico del documento sobre medios de comunicación". Y agrega: "era quizá un acto imprudente. Más imprudente fue quizá distribuirlo a la salida del aula..." y a continuación confiesa sin vergüenza: "quizá de parte mía había un resabio de despecho porque todavía no estaba adentro" (como perito, se entiende). De donde no es difícil colegir que el entonces Padrecito Mejía -con su cara de angel- se dedicaba a panfletear a los Padres Conciliares. ¡Y después se sorprendía de tener enemigos!


Ello no obstante, nada impidió que ascendiera en la Curia para lo que sus contactos con el progresismo tuvieron harta utilidad. Por ejemplo del Cardenal Bea, pieza importante del giro a la izquierda del Concilio dice cándidamente que era "un prodigio de equilibrio" sabiendo en conciencia que no era así pues era el Deus ex machina del Catecismo holandés y otros desaguisados.


En 1977, continúa el relato: es llamado por la Curia para comunicarle su designación como secretario de la "Comisión de la Santa Sede para las relaciones con el judaísmo", como premio por sus gestiones pro -judías ya iniciadas en Buenos Aires, comentando que "la parte judía había recibido con aplauso la comunicación". Por algo sería que tuviera oposición en "la parte" católica pero no en "la parte judía".


Como sea que fuera ya no volvió a vivir en Buenos Aires y dejó la dirección de CRITERIO pero no disminuyó su influencia. En su nuevo trabajo Mejía, entre otras cosas, aceptó como interlocutores a los miembros de B’nai B’rith como si fuesen religiosos cuando en verdad, como se sabe, se trata de una especie de sociedad secreta, con toques masónicos, especializada -según propia confesión- en perseguir, políticamente, al antisemitismo.


Sin embargo, en toda la literatura de la Comisión se habla de "la religión judía" incurriendo en un deliberado malentendido pues debieron haber dicho: "la tradición o la cultura judía" que es lo que la mayor parte de ellos reivindica, habida cuenta del alto porcentaje de descreídos que involucra. Para no mencionar el sesgo ideológico de izquierda siempre listo para atacar a la derecha endilgándoles el mote de antisemitas con razón o sin ella.


Durante su gestión se jacta de haber convencido al Papa Paulo VI, cuando se preparaba para visitar en Los Ángeles la sinagoga local, de que primero debía visitar la Gran Sinagoga en su propia diócesis, o sea la de Roma. Aceptada la propuesta se ocupó de concertar la visita con el Gran Rabino de Roma Elías Toaff de quien expresa que era "un venerable personaje", ciertamente mucho menos venerable que su antecesor el rabino Israel Zolli - cuya conversión al catolicismo en tiempos de Pio XII ni menciona (para ilustración del lector) acaso porque resultaría irritativo siquiera recordarlo habida cuenta de la tónica de apaciguamiento con los judíos introducida por el progresismo.


Otro dato de su obsecuencia pro-judía lo delata pues, según recuerda se ocupó presurosamente de que en la fachada de la pequeña iglesia de San Gregorio ai Quattro Capi, vecina a la sinagoga, "se recubriera o suprimiera la lápida de mármol con el texto de Isaías 65,2 (en hebreo y en latín) pues pocos hoy, y entonces, hubieran sido capaces de leerla pero que está citado por San Pablo (Rom.19,21) que dice: "Tendía mis manos incesantemente al pueblo rebelde, que va por mal camino..." "alusión que a los judíos que pasaban y aun pasan por allí todos los días les hubiera resultado clara y ofensiva". O sea que por no quedar mal con el Gran Rabino, o quizá bañándose en salud, pues es probable que al rabino le importara un pito, prefería enmendarle la palabra al Apóstol. Todo un indicio de su "estrategia" en su gestión diplomática entreguista.


Otro acto del cual se jacta, no por casualidad se relaciona también con los judíos pero no como religiosos sino como políticos, e incluso corrosivos como fue el caso de Jacobo Timerman. En efecto, no puede dejar de mencionar que este fue liberado el día siguiente que tuviese una audiencia con el Presidente Gral. Videla para interesarse por la suerte del periodista sin enemigos en la guerrilla subversiva. Y director del boletín oficioso de los Montoneros, su diario "La Opinión".


Lógicamente Mejía ignora que en realidad la liberación fue el producto de una carta -interceptada por la SIDE y circulada en su momento en esferas del gobierno militar- de su primo el embajador en los EEUU, Jorge Aja Espil en la que lo instaba a soltar a Timerman pues la presión de las asociaciones judías en los EEUU le resultaban insoportables. O sea que, Mejía, sin saber, (¿O sabiéndolo?) colaboraba solícitamente - y no casualmente - con el judaísmo internacional.


Pero ¿qué tenía que hacer un prelado en estos menesteres? ¿Acaso Timerman representaba a los judíos religiosos de la Argentina? ¡Todo lo contrario! pues era repudiado por el sector ortodoxo aquí y en Israel a donde huyó y de donde tuvo que exiliarse.


Dime con quién andas


Para su consagración como obispo el Presidente Alfonsín, quien sin duda le tenía simpatía -en todo caso mucho más que con Monseñor Medina al cual le arrebató el púlpito- se adelantó a excusarse por no poder asistir a la ceremonia pero le ofreció dos pasajes para que escogiera a dos obispos amigos, que resultaron ser Laguna y Bianchi di Cárcano, para que lo representasen (Dios los cría).


Laguna, antes de partir solicitó al presidente de la Comisión Episcopal, de entonces que era Monseñor Primatesta, ser su representante en esta ordenación. "El Cardenal le contestó negativamente" dice Mejía, que interpreta que su elevación al episcopado no era grata a algunos obispos argentinos. Y agrega que AICA al dar la noticia y publicar su currículum vitae concluye afirmando que Monseñor Mejía, a pesar de todo (la negativa anterior que él atribuye a lo que escribía en CRITERIO) "ha mantenido su fidelidad a la Iglesia". (¡Brueno fuera!).

Más adelante entra a integrar el Consejo Justicia y Paz bajo la férula suave del Cardenal Echegaray (el que cediera la catedral de Argel para que se convirtiera en mezquita) del que lamenta que más tarde no hubiese sido designado Secretario de Estado (¿en lugar de Sodano?).

En dicho Consejo su primera tarea sería organizar la gran Jornada de "Oración por la Paz" en la que participaron "todas las iglesias cristianas y comunidades eclesiales que lo quisieran y, además, las grandes religiones del mundo". Mejía comenta, sin lamentarlo, que esto fue lo que colmó la copa del desagrado de Monseñor Lefebvre, pues entre esas "grandes religiones del mundo" llegó a incluir a los animistas.


Por si faltaran pruebas de la progresiva secularización de Mejía hay que leer los párrafos que dedica a "un encuentro que abrió las puertas para una más continua y fecunda relación entre la Santa Sede y el Banco Mundial y su institución gemela, el Fondo Monetario Internacional". Afirmando como conclusión: "me parece honesto referir estas experiencias positivas mías" (¿Estará hablando en serio o nos toma el pelo?).


Y luego están los viajes, cada vez más frecuentes como corresponde a un monseñor mundano.

Su paso por la Congregación para los obispos dio pábulo a más viajes fascinantes.


Y así llegamos a 1998 al cumplir la edad de retiro de los obispos en que el Papa lo mandó ocuparse del Archivo y Biblioteca Vaticana que, se apresura a informarnos, no fue una capiti diminutio pues entre sus predecesores estaba nada menos que el Cardenal Rampolla del Tíndaro, aquel que fue enterrado con los atributos masónicos confirmando las buenas razones que tuvo el Emperador Franz Joseph de Austria para vetar su candidatura, felizmente remplazada por la de Pio X-. Pero ¿Mejía ignora esto o se hace el tonto?


Uno de los capítulos finales del libro se titula "Amistades" donde ocupa un sitio preferencial Pironio junto con la módica escritora Carmen Gándara, por la que revela debilidad, y Victoria Ocampo a la que califica como "notable mujer", sin dar cuenta de qué virtudes cristianas habla, habida cuenta de su indiferencia, sino indisposición hacia la Iglesia, excepto algún que otro cura snob que la visitara.


Dos huéspedes (¿únicos?) en el Palacio de San Calixto, donde vive, merecen mención: uno es Alejandro Bunge y el otro Luis Duacastella (más conocido por "Lucho"por los lectores de Panorama Católico).


Todo un apéndice documental de fotos y textos de cartas cierra el libro no sin antes dedicar a Su Santidad Benedicto XVI redundantes elogios con mucho de lugar común.


* Cfr. Diario del P. Castellani 09.04.47 en Sebastian Randle: CASTELLANI, Bs-Ss., 2003.

NOTA DEL DIRECTOR DE DIARIO PREGÓN DE LA PLATA: Acerca del P. Carlos Mugica fue asesinado por los Montoneros tras haberse enterado ellos de su conversión del modernismo y del tercermundismo a la Tradición, según revelan diversas fuentes en la actualidad, siendo su masacre advertida con antelación por los mismos Montoneros (por considerarlo un "traidor").

2 comentarios:

  1. Recuerda que por su cuestionamiento a la infalibilidad papal se le inició un proceso administrativo? No me puedo olvidar de ese episodio.

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  2. Recuerda el nombre del martir que inició esa investigación?

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