miércoles, 23 de diciembre de 2009

EL MISTERIO DE LA NAVIDAD



Por Cosme Beccar Varela*

¡Feliz Navidad a todos los lectores de "La botella al mar"! Verdaderamente feliz, aunque estemos en este valle de lágrimas que es la vida terrena, con todas sus tristezas, tiranías, guerras, pecados y crueldades sin fin. Feliz porque en la Navidad se recuerda y se celebra la mayor maravilla que haya hecho Dios en todos los tiempos y es encarnarse en las entrañas virginales de María Santísima para formar al Hombre perfecto al cual se unió misteriosamente la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, para morir en la cruz, liberarnos del poder del demonio y abrirnos las puertas del cielo.

Todo lo que rodea ese misterio insondable para los hombres, del cual sólo sabemos que no es contrario a la razón porque "naturaleza" no es lo mismo que "persona", es magnifico, suave y de una ternura conmovedora. Sólo recordemos que Dios formó a la Virgen Santísima para que fuera la Madre de Jesús y nos la dió como intercesora infatigablemente misericordiosa y poderosa Reina de todo lo creado a la cual podemos recurrir en nuestras aflicciones siempre seguros de que nos ayudará en todo aquello que nos lleve al cielo, último objetivo de nuestros trabajos y lugar perfecto de la felicidad eterna.

Y la belleza del Niño Dios que sin dejar de ser Dios y Todopoderoso, quiso nacer en un pesebre porque no le dieron lugar en ninguna posada de Belén. Nacido sin romper la virginidad de Su Madre, del mismo modo que la luz atraviesa un cristal sin quebrarlo, fue arropado por Ella y puesto en el comedero de los inocentes animales, que le sirvió de cuna. Y el cielo estrellado se pobló de ángeles potentes que alabaron a Dios cantando: "¡Gloria a Dios en las alturas y en al tierra paz a los hombres de buena voluntad!"

Distinguieron así los ángeles entre los "hombres de buena voluntad" (S.Lucas, 2-13,14) y los otros. Primera "discriminación" indispensable porque para los perversos recalcitrantes no hay paz ni puede haberla ni en esta vida ni en la otra. Y un ángel resplandeciente anunció a los pastores de la región que ese era un día de "gran gozo para todo el pueblo y es que hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor" (S.Lucas, 2-10,11).

Los pastores corrieron presurosos a la gruta de Belén para adorar al Niño Dios. Sólo después llegaron los Reyes de Oriente siguiendo la estrella, para adorarlo y ofrecerle oro, incienso y mirra (S. Mateo, 2-1)

Junto con esta visita empezó el odio de los judíos contra el Salvador por obra de Herodes y fue tanto ese odio que éste "mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y toda su comarca" (S. Mateo 2-16). Así se inició la gran batalla de la Redención. Israel se dividió entre los que odiaron a Jesús desde ese día hasta matarlo y los que creyeron en Él y lo amaron sin medida hasta morir por Él.

Lo confirmó el profeta Simeón cuando lo recibió en el templo de Jerusalén, tomándolo en sus brazos y dijo a María Santísima: "Mira, éste está destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel y como signo de contradicción" (S. Lucas, 2-34). Y por cierto que se cumplió esta profecía porque toda la vida del Salvador fue una continua lucha contra los fariseos y el Sanhedrín de los judíos, como puede verse en todas las páginas del Evangelio de San Juan, hasta que en el Pretorio incitaron a la plebe a vociferar: "¡Crucíficale, crucifícale!" (S. Juan 19-6) y habiéndoles ofrecido Pilatos liberarlo a Él o al ladrón Barrabás, gritaban aún más fuerte: "¡No a éste sino a Barrabás!" (S. Juan 18-40).

Todo esto es inseparable de la alegría de Navidad. Alguien me dirá: "Ud. es un pesimista incorregible, ni siquiera en Navidad puede olvidarse de lo que está mal. ¿No puede alegrarse y nada más?" A eso respondería que no puedo ni debo porque la vida de Nuestro Señor es una unidad. Sin embargo, hay que recordar que la tristeza de la Pasión está entre dos alegrías: la del nacimiento del Salvador y la de su Resurrección triunfante después de haber muerto por nosotros en la Cruz.

Eso no quita que Navidad sea un día de gozo, como dijo el ángel a los pastores. Las tristezas de la Pasión están presentes en el alma por la Fe, pero no impiden el gozo de la Gran Noticia de que después de muchos siglos de oraciones de los Patriarcas, de los Profetas y de los santos de Israel, pero sobre todo, por los ruegos de María Santísima, ha nacido el Salvador. Se ha iniciado la derrota del infierno. Dios ha cumplido la promesa espectacular que les hiciera a Adán y Eva en el Paraíso perdido.

Para terminar este saludo navideño quisiera recordar algo que hoy está casi totalmente olvidado. Dice el Pensamiento Único, agnóstico e igualitario, al cual se suman los "progresistas" sucesores de los herejes modernistas, que las "tres religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islamismo) adoran al mismo Dios".

Nada más falso. "Dios" no es una palabra que con sólo decirla se refiere al Dios verdadero. De ninguna manera. Los judíos cuando dicen "Dios", pero niegan a Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, están nombrando a ser imaginado por ellos y que no existe porque Dios sólo es el Dios Trino y Uno, cuya Segunda Persona se encarnó en las entrañas purísimas de María. Cualquier otro "dios" no es Dios.

Y cuando los mahometanos dicen "Alá", sólo nombran al supuesto interlocutor de Mahoma, que le ordenó escribir el Corán, libro en el cual, en forma caótica e inconexa, se difunde un mensaje de odio que nada tiene que ver con la Sabiduría Eterna del Dios verdadero. Luego, tampoco el Dios.

Pidamos en esta Navidad nuestra conversión para ser buenos católicos y la conversión de todos los hombres, incluyendo a los judíos y a los musulmanes, para que todos adoren al Dios verdadero que el 25 de Diciembre estará en nuestros pesebres en la forma de un Niño bellísimo y sonriente, haya buena voluntad en todos los hombres y paz.






* Buenos Aires, 23 de Diciembre del año 2009 - 950
e-mail: correo@labotellaalmar.com

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