Por Silvio H. Cóppola
Grito estentóreo del pueblo en general allá por diciembre de 2001. Y no sólo de los presentes en la Plaza de Mayo, sino también de todos los que cansados de tanto desgobierno y de tal olvido por los pobres y por los humildes, originaron la perentoria exigencia. La que si bien se cumplió, no dejó de ser parcial, porque lo que empezó en la histórica Plaza y dio origen a la fuga del helicóptero, tendría que haber terminado en Plaza del Congreso, sede del poder legislativo.
La misma sensación debe de haber sentido gran parte de nuestra ciudadanía, cuando hace unos días, en el Senado nacional se terminó de aprobar la ley que permite el “casamiento” entre homosexuales. La misma ciudadanía que estuvo bombardeada durante semanas por la prensa interesada de todo tipo, que buscaba por diferentes propósitos, acabar con la familia tradicional, la que en algún momento, en especial durante el gobierno de Juan Domingo Perón, fue considerada como la “piedra basal de la sociedad”. Todo para favorecer en sus propósitos a una minoría escandalosa, que tenía y más ahora, libre entrada en todos los hogares, por la labor deletérea de los programas televisivos de la más baja categoría. Y se da el caso, de apreciar nuevamente la visión de Discépolo, cuando ya aseguraba hace años, que “todo es igual, nada es mejor”. Y si bien se refería al S.XX en la infame década de 1930, esto en el S.XXI, lo está superando ampliamente. La igualdad que se busca, no es la igualdad de la excelencia en educación, en moral y en conocimientos, sino precisamente todo lo contrario. La igualdad de este tipo, sólo busca equilibrar lo que corresponde y lo que no, lo que es bueno y lo que no lo es, lo que vale y lo que no vale. O sea llegar a una total amoralidad en cuanto a valores de todo tipo, exorcizando cualquier objeción con la mágica palabra discriminar. Así, sin críticas valederas, se llega a la mejor receta para desintegrar cualquier sociedad.
Por eso repito ahora el ¡¡que se vayan todos!! . Y no solamente de los que votaron a favor de la ley, la mayoría o la totalidad simplemente porque la orden viene de arriba o por conveniencias electoralistas, sino también de los que votaron en contra, por haber contribuido a la farsa y principalmente, de aquellos que en el momento de la votación ya habían desaparecido del recinto o que se abstuvieron cobardemente de publicitar su opinión.
Y uno no puede menos, de extender este deseo a los integrantes del poder ejecutivo. Ayer la señora presidente promulgó la ley, nada menos que en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, ante un público que parece que sólo tenía la misión de aplaudir. La claque habitual, que se presta para esto o para lo otro, sin ninguna vergüenza ni pudor, destacándose como perfectos aduladores del poder. O sea que con esta promulgación, la ley ha terminado (aunque falta su publicación en el Boletín Oficial) donde empezara. En manos de la presidencia de la nación, ya que está por demás claro, que todas estas leyes y todos estos propósitos tienen un solo origen, que es el presidencial. Y todos los corifeos, vivan y aplauden todo lo que se les ordena, conservando así sus empleos y canonjías. Faltaba nada más, para mayor indignación, que los presentes cantaran el himno nacional. Su falta de pudor lo podía hacer posible. Son los mismos, que con otras caras y otros nombres, lo cantaron cuando la enajenación de YPF. El Jefe entonces era otro, igualmente amoral, pero sólo despojó a la nación de sus bienes materiales. Ahora se nos despoja de nuestros bienes morales y hasta se ataca a nuestra misma inteligencia. Por eso ¡¡que se vayan todos y para siempre!!
LA PLATA, julio 22 de 2010.
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