sábado, 4 de febrero de 2012

LA CICATRIZ DESVERGONZADA





Por José Luis Milia

Desde hace años, siempre vi ese cogote cubierto, al menos, de cuatro vueltas de perlas o piedras. Era algo que la edad demandaba y el dinero “de todos”, satisfacía.



Estuve veinte días sin noticias de lo que acá sucedía, es cierto, y esa tendencia tan humana y a veces tan cobarde de apartarse cansado de todo lo sórdido y vil sin hacerle frente hasta me había dado el efímero gozo de olvidar esa cara que de golpe volvía acompañada de un tajo de degüello, desnudo y desmadrado, que se habría paso entre los pliegues que siembra la edad.



Es cierto que el “relato”- ese en el que se especializan algunos peleles gratificados con la pauta oficial - y en el que se esmeraron para darle la dimensión de una gesta heroica había llegado a hartarme. Sin tener yo el más mínimo sentimiento para con Evita, me resultó afrentoso asociar la extracción de una molleja vieja, a esa foto en la que, comida por el cáncer y lobotomizada a causa del dolor, la segunda esposa de Perón votaba.



Pero, ¿Había alguna posibilidad de que no se intentara sacar al menos un mínimo rédito de un sainete con presunción de tragedia? No creo. Nadie, con el escaso juicio que tiene esa mentalidad de circo criollo que prima en quienes “dirigen” la República podría dejar escapar esa simpática farsa de la que nadie sabe aún si era algo grave o solo el problema de una traviesa avispa. Ocasión única para mostrarle a los enanos que componen estas tristes Provincias Unidas del Sur siempre absortos en un LCD de ocasión, que allí había habido riesgo, y del grave.



¡Y que mejor que mostrar una cuchillada en la papada!. No siempre es mortal pero la cercanía del cerebro, si lo hay, la hace presumir de peligrosa. Toda una cicatriz militante, toda una muestra del “sacrificio” diariamente consumado.



Podríamos seguir tomando este tema dentro del aire de vodevil que los guionistas de la pavada, en su ignorancia y falta de profesionalismo, se encargaron de otorgarle, pero estamos a sesenta días de que se cumplan los treinta años de la Gesta de Malvinas y vaya si hay allí cicatrices de sobra para tener en cuenta. Cicatrices que aún abonan la turba de las Islas, cicatrices que se mimetizan en las algas del mar helado, cicatrices que permanecen eternas en las almas de aquellos que perdieron un hijo, un padre o un marido. ¡Esas son cicatrices!, no un desvergonzado tajo suturado con hilos de oro.

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