Por Carlos Manuel Acuña
Otra vez se piensa entre los gobernadores en un acuerdo de
emergencia institucional. La crisis que avanza es política, económica y de falta
de autoridad. Incoherencia en la gestión de gobierno. Cristina tiene problemas
de salud. Cómo repercutirá la desaparición de Chávez. Caída de la recaudación
fiscal y del empleo. Impacto externo por los desplantes de G.
Moreno.
En cualquier país más o menos ordenado, un accidente como el ocurrido hace
unas horas sería nada más que eso: un hecho lamentable cuya investigación
seguiría su curso natural para determinar causas y responsabilidades para que no
se repita. En la Argentina no. En primer lugar, el triste
suceso tiene una repercusión que sigue por diversos cauces. La
presidente de la República calla pese a que los muertos superan el
medio centenar y los heridos se acercan al millar.
El gobierno
trata de sacarse las responsabilidades de encima e intenta convertirse
en querellante para incidir en la causa judicial y de paso defender, si
puede, a los concesionarios, que son sus amigos y socios, como se
sospecha.
Inútilmente, el gobierno busca por todos los medios acallar
la repercusión periodística del peor desastre en la materia registrado en todos
los tiempos, lo que ya significa una carga difícil de superar, con el irónico
agregado de los cercanos discursos presidenciales prometedores de soluciones
para la crónica ineficiencia de los transportes argentinos.
Nadie olvida
los anuncios del tren bala, que son resucitados como una broma trágica y absurda
y, a esta altura de las circunstancias, a caballo del incremento de las facturas
de los servicios públicos, de la inflación y el aumento del
costo de vida, de la dificultad cada vez mayor para la distribución de
combustibles, los negociados del vicepresidente Amado (Boudou), elegido a dedo
por la misma Cristina, la ampliación del frente de enemigos
convertidos en blancos a batir, la inseguridad que profundizó el conflicto en
las mismas fuerzas de Seguridad y Policiales, el convencimiento de que la
justicia no existe y que el juez Norberto Oyarbide es una
figura tragicómica que representa acabadamente la decadencia Argentina y la
respuesta -entre otras- que recibió Guillermo Moreno de una empresa
alemana en el sentido de que abandonaría el país y se radicaría en el
Uruguay, hicieron que la imagen y aceptabilidad del gobierno cayeran
estrepitosamente.
Lejos están los festejos por la obtención del 54 por
ciento en las elecciones y en Olivos se estudia minuto a minuto la evolución de
la opinión pública, que ya cayó a menos del 40 por ciento y continúa en picada.
¿Quién puede gobernar en estas
condiciones?
No hace mucho -antes que concluyera el año pasado y anunciáramos que éste
sería más que difícil- mencionamos la posibilidad de que vuelva a repetirse la
formación de una Liga de Gobernadores (medida bien conocida a lo largo de toda
nuestra historia) para afrontar una situación inmanejable aún no totalmente
concebida por la sociedad, que se aprestaba a los preparativos veraniegos.
Recordamos la crisis iniciada el 2001 y buscamos la
salida posible a un escenario cada vez más peligroso y ridículo.
Hablamos de Máximo transformado en una especie de amenaza por
su influencia en su madre pese a que es un “cero a la izquierda” sin imaginación
ni capacidad de análisis; mencionamos a Hugo Moyano como principal figura
opositora y a una oposición política inexistente y, por lo tanto, cómplice en lo
que ocurría y ocurrirá; señalamos a Mauricio Macri, que se
resiste a reconocerse de derecha pese a que ésta lo vota; evaluamos las
confusiones internas en el radicalismo, empeñado en ser la propuesta de una
izquierda formal e imposible con el apoyo del socialismo santafecino;
dijimos que el campo se preparaba para otro embate y recordamos a “la
125” que provocó la trompeadura de Néstor a Cristina y que casi voltea al
gobierno vacilante en una endeblez que no se supo aprovechar;
sostuvimos que Cobos se esfumó en el aire, pese al exitoso bloqueo que
protagonizó en favor del campo y del país; recordamos que los argentinos nos
habíamos convertido en abúlicos de ideas, propuestas e
iniciativas, y que la anomia y la anemia eran los signos distintivos de nuestro
simple transcurrir decadente; insistimos en que los presos políticos eran una
muestra de lo que se había convertido la Argentina invertida y,
finalmente, sostuvimos que sólo encontrábamos el vacío por delante.
Ahora esa situación se mantiene, aunque agravada. Hace unas horas, el
gobernador de Córdoba, De la Sota, debió ser internado por un pico de presión
derivado de la demora “sine die” del Poder Central en remitirle una suma de más
de un millar de pesos que se le deben a la provincia para encarar con normalidad
los pagos internos, incluyendo sueldos. La prevención y la venganza por
su manejo independiente le ganaron, hace rato, la enemistad de la Casa Rosada.
Ahora no es para menos, pues De la Sota mantiene preocupadas conversaciones con
sus colegas respecto del futuro del país. Inquietos, los gobernadores se
resisten al centralismo asfixiante e intercambian ideas acerca de lo que puede
suceder. El incremento de las tarifas parece ser un factor precipitante,
seguido de los avances de La Cámpora, interpretada por
jóvenes avasalladores, inexpertos para ejercer funciones, pero con llegada a los
oídos presidenciales a través de Máximo, transformado en una especie de
alcahuete amenazante y regordete. Los planes de obras, proyectos y
otras medidas administrativas requieren el visto bueno de ministros o
funcionarios comprometidos; las negativas de Moreno a autorizar
la importación de insumos afectan a provincias que ven
crecer la desocupación (aunque sea transitoria) y las quejas
empresarias, en tanto algunos legisladores se muestran renuentes en su función
representativa ¿gracias a los aumentos recibidos…?
El fin de verano reacomoda la atención en estos problemas, que crecen
mientras se vacían los bolsillos de los consumidores. La amenaza de una
caída en el suministro eléctrico por falta de mantenimiento se convierte
en una realidad acompañada por la disminución en la entrega de
combustibles pero ahora, y muy especialmente, por una brusca reducción a partir
de enero de los ingresos fiscales.
Los números son disimulados por el
INDEC y el ministerio de Economía pero las cifras llegan junto con el
convencimiento del fracaso del modelo. Al respecto, han surgido dos líneas que
ya comenzaron a manifestarse en los medios: una, que mantiene su clásica
posición de advertencia por una debacle que se ubicaba en el segundo semestre de
este año y que ahora lo anticipa para el primero; otra, más opositora, deriva
hacia la izquierda y exige del gobierno una firme orientación en ese sentido.
Meditemos sólo un segundo en lo que esto significaría.
Más eclécticos, los gobernadores observan inquietos este panorama, nacido el
mismo día en que Cristina resolvió lanzarse a la reelección. Las conversaciones
reservadas de Mauricio Macri con Scioli, el salteño Urtubey,
De la Sota y otros de peso parecido, buscan un resquicio para
observar la oportunidad de una alternativa.
Aprecian que la soledad
internacional a partir del desenlace venezolano, todavía poco claro,
dejará sin rumbo regional a los planes cristinistas, llevará
tranquilidad a los otros países del área y a aquéllos que tienen otros intereses
en temas específicos como la provisión de minerales estratégicos.
También saben los gobernadores que la salud de Cristina
Fernández no es buena, está alterada y al menos fue
motivo de conversación con un elegido de confianza de su entorno cada vez más
reducido. Saben que los proyectos de una izquierda curiosa y elaborada por
asesores residentes en Londres, son cada vez más inviables y hasta ridículas y,
finalmente, consideran que si avanza un juicio político contra
el vicepresidente Boudou, ocurrirá un escándalo de
proporciones virtualmente imposibles de sostener, pues ya se preparan
contraofensivas que arrastrarán a unos y a otros.
Más aún, ya se preparan
cañones políticos contra la posible sucesora del trovador
rockero, colocada sorpresivamente para ser elegida tercera en la
sucesión presidencial. Nos referimos a la mujer de Alperovich,
actual gobernador de Tucumán. La presidente provisional del Senado es una
persona de carácter, firmemente ligada a un importante sector de la
colectividad judía pero sin base política sólida para poder
desenvolverse. Los gobernadores lo saben y entienden que cualquier
alternativa que se juegue en este difícil escenario, será incierta y carente de
dirección.
Si llegado el momento Cristina renunciara a la
presidencia de la República, esa incertidumbre se acentuaría excepto que el tablero con miras al futuro esté
preparado con o sin su consentimiento.
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