Por Hugo Esteva.
El
Nacionalismo Argentino es un movimiento político y cultural al que se
ha dado fecha de nacimiento alrededor de 1930, aunque arranca de mucho
más atrás. No sólo quienes nos identificamos con él, sino todo el mundo
medianamente interesado por las ideas entre nosotros, lo sabe. Y sabe
también que lo que caracteriza al Nacionalismo es su natural ligazón al
origen y a las tradiciones de la patria argentina. Por eso, sin ser
confesional, está íntimamente ligado al catolicismo. Por eso, sin ser
español, es singularmente hispánico.
No
se trata, entonces, de la mera defensa de los intereses argentinos.
Tampoco de la sola defensa de la soberanía física. Eso está implícito,
pero el Nacionalismo va mucho más allá. El Nacionalismo es,
excluyentemente, la amante asunción de la patria y de su pueblo, desde
el remoto origen y el espíritu de su fundación, pasando por los aciertos
y errores de su historia, hasta su futura proyección al infinito. Sí,
al infinito; porque –más allá de que la nación argentina pueda un día
desaparecer por obra de las groseras fuerzas internas y exteriores que
amenazan su vida- el espíritu del Nacionalismo va a estar ahí para
siempre.
El
embrollo reciente por YPF/Repsol y las “discusiones” por Malvinas han
sido categorizadas como “nacionalismo” por muchos y hasta por la prensa
extranjera. Así “Le Fígaro”, calificada expresión de la derecha liberal
francesa, brinda toda su 2ª. página del 30 de abril pasado a los
recientes pasos de “Cristina Kirchner, pasionaria del nacionalismo
argentino”. Pasionaria sí, podría decirse, pero nacionalista no; antes
de dar vuelta la hoja de un artículo que no agrega novedades para
quienes vivimos el cotidiano de las mentiras en nuestra Patria.
Pasionaria
sí, en la medida en que se desviva por dejar bajo tierra los deslices
–también internacionalmente comentados- de su Amado Boudu. Pasionaria
sí, en la medida en que aliente la confusa ideología de su “joven” (un
grandulón de más de 40 años) Kicilloff, mezcla rara de Keynes y de Marx;
metido hasta la verija en el barro de su materialismo, como habría
dicho Hilaire Belloc si hubiese hablado en criollo.
Pero
nada de eso es Nacionalismo, con sus permanentes llamados a la
“democracia” y a los “derechos humanos”, hijos de la más sangrienta
Revolución Francesa y pretexto para las más violentas exacciones que
vendrán.
Porque
aunque hasta el “contrera” Morales Solá coincida en calificarlo de
nacionalista, esto de la confiscación de Repsol (no voy a derramar una
lágrima) no tiene nada que ver con la explotación de los recursos
energéticos por y para el país, como debería. Como no lo tuvo, en su
momento, la “nacionalización” de la Compañía Italo de Electricidad por
Martínez de Hoz. De todo esto se sabe ya lo suficiente; apenas se ignora
quién se quedará finalmente con este negocio de los Kirchner-Esquenazi:
seguramente no va a ser la Argentina y probablemente sí alguno de los
verdaderos amos del mundo, enemigo de las naciones.
Y
tampoco es nacionalismo esta falsa arremetida palabrera por Malvinas,
hecha por un gobierno que emplea para calificar la gesta los mismos
argumentos que los ingleses acerca de las “necesidades políticas” del
“Proceso”, y por una gobernante que se ufana por haber concurrido el 14
de junio de 1982 a la plaza de la derrota.
No,
señora. Lo suyo puede ser, en tanto resulte algo más que otro negocio
de los propios, un conjunto de desordenadas medidas buscando apoyo en el
aprecio de los argentinos por lo propio. Es, de hecho, la expresión de
emociones comunes a los descarados funcionarios de su gobierno, a las
“madres y abuelas”, a radicales comerciables, a socialistas de alma
esotérica…
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