El verano de 1996, el 15 de agosto, a los 75 años, moría en el seno de la Iglesia Católica el converso del calvinismo Hermano Max Thurian, fundador con el Hermano Roger de la Comunidad Ecuménica de Taizé. Su pertenencia a la Iglesia Católica se vio coronada con su ordenación sacerdotal de manos del Obispo de Nápoles, Cardenal Ursi, el 3 de mayo de 1987.
Muchos no podían entenderlo puesto que del Hermano Thurian ni
entonces ni antes ni después se supo hubiera abjurado de los errores de
sus orígenes herejes. Las declaraciones de un importante miembro de la
curia papal pretendieron atajar las dudas al fundamentar su catolicismo
en «su espíritu ecuménico y su personal solicitud de ser acogido por la
Iglesia.»
A guisa de anécdota recordemos que cuando Pío XII pensaba definir el Dogma de la Asunción de la Virgen, el Hermano Max se opuso con denuedo preguntándose: «¿Y dónde está eso en la Biblia...?»
El 30 de septiembre de 1992 el Papa Juan Pablo II había nombrado al ya Padre Thurian miembro de la Comisión Teológica Internacional.
En dicho organismo representaría un papel importante y por ello muy
criticado por quienes acostumbraban reunirse con él, y con el Hermano
Roger, en su residencia de Roma durante el Concilio Vaticano II. Más
todavía por los progresistas puesto que, justo en tal año, contrariando
antiguos posicionamientos el P. Thurian criticaba las libertades
heréticas a que arrastraba, por su propia naturaleza, el «engendro de la nueva misa de Bugnini y Pablo VI.»
Todavía cuatro años después, en 1996, el P. Thurian insistía en su «total insatisfacción por las reformas post-conciliares que han despojado a la Misa de su misterio». Y a pocos días de su muerte L’Osservatore Romano incluía un artículo suyo titulado “La exigencia de la verdad”, en el que una vez más lamentaba la anarquía de ordinarios y religiosos que «hacían tabla rasa del respeto a la Tradición exigido por el Concilio».
Subrayemos esta anarquía como bastante rara, incluso inexplicable, en
la disciplina de la Iglesia. A no ser que exista previo consentimiento,
tácito o expreso, del Papa.
Para valorar las palabras del Padre Max Thurian téngase en cuenta que participó muy activo en la Comisión Conciliar para la Reforma Litúrgica y colaboró en la confección de la Misa Nueva, al lado del masón Bugnini.
[Esto de masón lo afirman las cuatro listas en que figura su nombre:
una, la de los obispos alemanes; otra, la de la policía italiana; la
tercera, del periodista Pecorelli y, finalmente, la del polígrafo Ricardo de la Cierva.]
La historia del Hermano Max convertido en Padre Thurian, o del teólogo calvinista hecho liturgista católico,
puede llegar a ejemplo del deseado y verdadero ecumenismo. Viene esto a
propósito para subrayar el detalle común a muchos conversos en la
dificultad de ingresar en la Iglesia limpios de adherencias a su
herejía. En especial si de un ex calvinista se trata. Esto es una
realidad repetida en la historia, aun salvando la bondad de intenciones.
Veamos una posible muestra.
Max Thurian escribió el libro “María, Madre del Señor y figura de la iglesia”, en el que nos decía respecto a la siempre Virgen cosas como las que siguen:
«La virginidad de María constituye un indudable dato objetivo del texto del Nuevo Testamento. [...] Dios formó en las entrañas purísimas de María Santísima un cuerpo como el nuestro y creó un alma como la nuestra. A este ser humano, en el instante mismo de su concepción, se unió el Hijo de Dios, es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y así el que era Hijo de Dios quedó hecho hombre sin dejar de ser Dios. Este es el misterio de la Encarnación.» (Ed. Hechos y Dichos, Zaragoza, 1966.)
¿Qué se desprende de estas afirmaciones? Pues que el Hermano Max
no creía en la divinidad de Jesús en la misma forma en que nosotros
creemos. Para empezar, el feto que es “utilizado” por Dios ¿de quién
era? ¡Y, además, con alma! Es claro que en ese "ser humano" no se
engendra el Hijo de Dios; ya hay engendrado "un ser humano". El cual no
lo fue por la fuerza del Altísimo. La que, según la tesis protestante,
se espera para luego. Por tanto...
El autor ex-calvinista nos propone más una posesión que la Encarnación, en lo que siempre los católicos hemos creído.
Así, la Tradición apostólica enseña que el feto del vientre de María no
fue soporte, cuerpo poseído, sino Dios mismo formándose hombre en su
vientre. No fue un feto divinizado, sino dios mismo hecho hombre en “las
entrañas purísimas de María Santísima”. Lo afirma con incontestable
claridad San Juan: Es el Verbo el que se hace carne y no la carne la que se diviniza. ( Jn 1, 14) La diferencia es tan enorme como sus efectos.
Les anticipo que estas conclusiones no son mías
sino luz de placentera plática con algunos de mis hijos que me hizo
entender el porqué de cambiar en la misa la traducción de la
consagración del pan: “Esto es mi cuerpo”, en lugar de como se dijo siempre «Este es...». En “Este”, el cuerpo es. En “esto”, puede ser o no ser, pues que primero es pan, es un “esto” que todavía no es lo que nosotros creemos.
Cristo ya se había referido al pan que el iba a dar para la vida eterna. ¿Puede creerse que en el gran momento del Cenáculo Cristo dijo a sus discípulos: Tomad y comed, esto es mi cuerpo, refiriéndose al pan? Lo razonable es que hubiera dicho: Este es el pan de que os hablé. Pero los evangelistas cuentan que fue: "Este es
mi cuerpo". Hablaba de su cuerpo y,por tanto, si señalaba al pan era
con referencia a la víctima que sería ese pan. Como lo fueron el trigo y
las uvas del Sumo Sacerdote Melquisedec. Lo cual, "después de haber cenado", y no como parte de la cena, se remachaba con el cáliz de la Nueva y Eterna Alianza.
Ahora los católicos nos vemos obligados a un ejercicio de magia:
colocamos sobre la oblea la fe de modo que nosotros la "hacemos” cuerpo
de Cristo, ensombreciendo la verdad de que sólo por la acción
sacerdotal es cuerpo de Cristo independientemente de que lo
creamos o no. Esta es la razón de que los comunistas en España, o el
Mau-Mau en África, cometían sacrilegio cuando arrasaban sagrarios.
Aunque no creyeran en la Eucaristía. Y, más aun, es la razón de la
triste fórmula por la que recibimos la comunión diciendo: “Amén”, que
significa asentimiento. El "ministro de la comunión" enseña la hostia y
afirma: "El Cuerpo de Cristo" y nosotros respondemos: "Amén". Es decir,
"así sea", “sí creo”.
Así, con nuestro decir o no decir es lo que resuelve
el problema de la ambivalencia para que los católicos comulguemos el
Cuerpo de Cristo o que, simplemente, los protestantes coman nada más que
pan. Juntos en la parroquia haciendo cola para comulgar y cada cual
toma lo que quiere sin concordar en lo que es. Por eso, ahora los
protestantes pueden ir a Misa sin reparo. Por eso los apóstatas
autorizados pastoralmente (?) nos obligaron a comulgar de pie y sin la
unción espontánea de la presencia divina, hoy tan difuminada o
definitivamente perdida. Por eso muchos de nuestros malos pero
obedientes pastores nos obligaron, con violencia en mayores y con
catequesis adulteradas en los niños, a comulgar con la mano. Como lo
hacen los protestantes con esos cestitos que en sus oficios se pasan los
fieles de bancada en bancada.
Este post debe terminar afirmando del Padre Thurian que le
creo sincero con Dios hasta la gloriosa rectificación de sus antiguos
errores. Nada nuevo en la Iglesia, empezando por San Agustín. Y
que su cercanía con los muñidores de la nueva liturgia le llevaron a
aborrecer y criticar con escandalosa indignación los desaguisados
producidos en la Misa de Pablo VI. Para mí no es casualidad que fuera
llamado al Padre en los brazos de la Virgen, justo en el día de su
fiesta de agosto. Max Thurian, ruega por nosotros.
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